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– ¿Sabes? No quiero que los libros sean cuestión de pan y mantequilla. Creo que eso es fatal…, o al menos lo sería para mí. Quiero ser capaz de decir que no me importa lo que le guste al público y voy a escribir lo que yo quiera. Si prefiero martillear un tema durante un año, no quiero que haya nada que me detenga. Y si tengo la urgente necesidad de provocar un incendio frente a todo el mundo, quiero ser capaz de poder hacerlo. El único problema es que suelo comer con bastante regularidad, y el alma sórdida del comercio espera que se paguen sus cuentas. De hecho, querida, tiene que existir sencillamente algo en lo que uno pueda utilizar el dinero. Así es que pensé que esa idea editorial era algo que valía la pena. Una vida de trabajo honrado como socio colaborador o echándole una mano, de acuerdo con la finalidad de lo que estés buscando, y una paga razonable a cambio. Por otra parte, también es una buena inversión. No creo que nadie se vaya a molestar en nacionalizar la industria editorial durante bastante tiempo y, mientras tanto, seguiré cobrando mi paga.

Janet dejó su taza. Ahora que sus ojos se estaban acostumbrando a la semipenumbra, pudo ver dónde estaba el plato.

– ¿Ningún comentario? -preguntó él-. ¿Ni siquiera me preguntas qué pienso hacer con una bonita paga regular?

– ¿Se supone que te lo he de preguntar?

– ¡Oh, creo que sí! Pero te lo voy a decir de todos modos. Estoy pensando en casarme y hasta las mejores estadísticas demuestran que las esposas prefieren unos ingresos regulares. Eso evita ciertas dificultades. No les gusta esperar a que el bacalao esté envuelto, para tener que pedirle entonces al pescadero que espere a cobrar la cuenta hasta que esté terminado el siguiente libro. Eso rebaja la posición social, e impide que la gente te señale.

Janet se sirvió otra taza de té. La tetera le quemó los dedos y volvió a dejarla apresuradamente sobre la mesa.

– ¿Sigues sin comentar nada? -preguntó Ninian.

– Nadie espera que le den crédito en la pescadería. Al menos, mientras no se disponga de unos ingresos fijos semanales o mensuales, y aun así, se tiene que ser muy buena cliente para que te lo den.

– Bueno, de todos modos no me gusta mucho el pescado, así es que no me sirvas pescado más de dos veces a la semana.

Se produjo una pausa antes de que ella dijera:

– No me gusta esa forma de hablar.

– ¿No?

– No. Y a la mujer con la que te vayas a casar tampoco le gustará.

– ¡Bueno, eso lo tienes que saber tú! -dijo él, echándose a reír-. Cambiemos de tema. Hay cosas mucho más románticas que el pescado. Consideremos la cuestión de un piso. Dispongo de información secreta y avanzada sobre uno que, según creo, vendrá bien. Al tipo que está viviendo ahora le han ofrecido un trabajo en Escocia y él ha estado de acuerdo en que yo me haga cargo de su contrato de alquiler. No podemos andarnos con tonterías al respecto…, por eso te lo estoy diciendo ahora. Creo que mañana podríamos ir a la ciudad y resolver la cuestión.

Janet miró al frente. El nicho resguardado que había visto tan oscuro cuando se abrieron paso hacia él, le parecía proporcionar ahora muy poca protección. Sintió los ojos de Ninian sobre los suyos, con una mirada que creía conocer o suponía… burlona, guasona, asaeteándola, en busca de una grieta en su armadura. Y aun cuando pudiera apartar su rostro de él, defender ojos y labios, respiración y color, Ninian conservaba consigo, desde aquellos días en que ella no sabía aún que tendría necesidad de defenderse, un truco para poder entrar, una forma de atraerla y hacerle bajar la guardia. En el tono más natural que pudo encontrar, Janet dijo:

– Cuando se trate de alquilar un piso, la mujer que vaya a vivir en él tendrá la oportunidad de decir si le gusta o no.

– Naturalmente. Pero me gustaría que tú lo vieras.

– Tengo que cuidar de Stella.

– Se puede quedar en la vicaría a comer. Siempre lo hace cuando Nanny tiene el día libre. Star ha llegado a un acuerdo con Mrs. Lenton. Podemos coger el tren de las nueve y media y estar de regreso a las cuatro y media. ¿Sabes? Es realmente importante para ti saber si el piso será adecuado. El inquilino de ahora quiere dejar algunas cosas como el parquet, y un montón de cortinas que no tienen la menor oportunidad de adaptarse al lugar al que se va a vivir en Edimburgo. Es parte de la casa de una tía, y él dice que las ventanas tienen más de dos metros y medio de altura.

Un alentador destello de ira permitió a Janet mirarle con color en sus mejillas.

– ¡Ya te he dicho antes que no me gusta esta forma de hablar!

– Pero querida, todos tenemos que tener parquet y cortinas y suponte que yo digo que sí y a ti no te gusta vivir con ellas…

– No tengo la menor intención de vivir con ellas.

El rostro de Ninian cambió de repente. La cogió de la mano.

– ¿De veras, Janet?… ¿De veras?

– ¿Y por qué iba a quererlo?

Su risa se estremeció un poco.

– Eso forma parte de las palabras que te he estado diciendo. No, eso está fuera de lugar ahora. En la última boda a la que fui, el párroco dijo «compartir». Una lástima, ¿no crees? Me gusta mucho más el sonido del «yo te desposo». Un poco arcaico, desde luego, pero así es el matrimonio.

– Nadie estaba hablando de matrimonio.

– ¡Oh, sí, querida! Yo lo estaba haciendo… definitivamente. He estado colocando mis pagas y mi parquet y todas esas cosas a tus pies durante por lo menos diez minutos. ¿Quieres hacerme creer que no te habías dado cuenta?

– No -contestó Janet, o hizo, al menos, los movimientos correctos para pronunciar aquel «no», pero no parecieron dar como resultado ningún sonido reconocible.

– ¡Vamos! -exclamó Ninian con aquella voz burlona antes y ahora estremecida.

Y entonces, de pronto, su cabeza se inclinó sobre la mano que tenía entre las suyas, y la besó como si no estuviera dispuesto a dejarla marchar nunca.

Hubo un momento en el que todo pareció dar vueltas, un momento en el que todo pareció quedar inmóvil. Al sentir el contacto de los labios en su mano, Janet se dio cuenta de que no podía seguir diciendo que no. Pero, al menos, podía reprimirse para no decir sí. En realidad, no le era posible decir nada.

Y entonces, alguien habló desde el otro lado de la pantalla que les separaba del nicho situado a su derecha. Era Geoffrey Ford y no debía encontrarse a más de un metro de distancia. Con un tono de voz que parecía indicar lo cómodo que se sentía, dijo:

– Bueno, nadie va a vernos aquí.

Y una mujer rió.

Janet apartó su mano y Ninian presentó el inequívoco aspecto de un joven que está exclamando: «¡Maldita sea!» No lo dijo en voz alta, desde luego, pero sin duda lo sintió. Al otro lado de la pantalla pudieron escuchar a dos personas sentándose.

Janet se levantó, cogió su bolso y rodeó la mesa. Ninian la siguió, puso una mano en su brazo y fue rechazado con una sacudida. Cuando salieron a la semipenumbra general, la mujer que se había reído dijo en voz baja pero perfectamente audible:

– No estoy dispuesta a seguir así, y tú no necesitabas pensarlo.

14

Janet se despertó en plena noche. Había estado soñando y la sensación del sueño se despertó con ella, acompañándola, como el agua acompaña al cuerpo cuando se sale de una corriente. Se sentó en la cama y esperó a que desapareciera aquella sensación. Era un viejo sueño, pero ya hacía mucho tiempo que no lo había tenido. Aparecía cuando su mente estaba preocupada, pero no sabía qué la había podido preocupar esta noche. ¿O sí que lo sabía? ¡Ninian y aquella conversación sobre las cosas que se había dicho a sí misma que tendría que olvidar y que olvidaría! ¿Hasta qué punto estuvo hablando en serio? ¿Nada… algo… cualquier cosa? ¿Y qué clase de tonta sería ella si se dejara arrastrar por los momentos apasionados, por las ligeras incertidumbres, por la relación que había existido entre ellos? Ella ya había dicho: «Nunca más» y él sólo tenía que mirarla y besar su mano, y su corazón ansiaba de nuevo recuperarlo.