Janet se echó a reír.
– Mrs. Lenton quería dar a entender con eso que Miss Page tenía un aspecto hermoso.
Stella puso mala cara.
– No me gustan los vestidos negros. Yo no llevaré uno nunca. Ya le he dicho a Star que no lo llevaré. No entiendo por qué Miss Page lleva uno.
– Las personas rubias resultan muy favorecidas cuando se visten de negro.
– Pues Miss Page no. Eso hace que se parezca al vestido rosa que yo tenía, con todo el color deslucido. Nanny dijo que habría sido mejor si Star hubiera probado un poco la tela antes de lavarlo. Joan Cuttle dice que Miss Page ha pasado por algo terrible.
– Stella, no es muy educado repetir cosas sobre las personas.
– No… Star también me lo dice. Pero Miss Page antes era mucho más bonita y simpática que ahora. Jenny Lenton dice que llora por la noche. Se lo dijo a Mrs. Lenton y ella puso a Molly y a ella en otra habitación. Dormían antes con Miss Page, pero ahora ya no porque no podían dormir. ¿No es estupendo que haga un día tan bonito? Jenny dijo que no podría una distinguirlo de un día de verano, pero yo le dije que eso era una tontería, porque sólo tienes que mirar las flores. En el verano no hay dalias ni margaritas de San Miguel, ¿verdad que no?
Gracias al estímulo de estas especulaciones hortícolas, fue posible llegar a casa sin que se produjera ninguna otra confidencia embarazosa sobre el tema de Ellie Page.
Se trataba, en efecto, de uno de esos primeros días de otoño en los que a veces hace más calor que en cualquier día de julio. Ed- na Ford, estimulada por la necesidad de tener algo de lo que preocuparse, se concentró ahora en la temperatura, que no correspondía con la estación del año.
– Adriana nunca hace listas adecuadas de quién ha aceptado y quién ha rechazado, pero creo que ha invitado a unas doscientas personas y aunque sólo vengan la mitad, el salón resultará insoportablemente caluroso, porque no querrá que se abran las ventanas- supongo que no querrá. Siempre dice que ya cogió bastantes resfriados estando en escena, y ahora tiene el propósito de estar cómoda. Sólo que, una vez echadas las cortinas, quizá ni se dé cuenta de si las ventanas que hay tras ellas están abiertas o no. Podría pedirle a Geoffrey que se ocupara de eso. Pero, claro, si ella se diera cuenta, se pondría furiosa. En cuanto se encienden las luces en el interior, se han de correr las cortinas. No hay nada que le disguste más que estar en una habitación con las luces encendidas y las cortinas abiertas. Es muy difícil tratar con ella. Así es que será mejor que hable con Geoffrey para que él vea lo que puede hacer.
Poco después de las seis, el salón comenzó a llenarse. El día seguía siendo cálido, pero se estaba nublando. Adriana permaneció de pie para recibir a sus invitados, con la cabeza alta y una pose simpática y graciosa. Detrás de ella, la exquisita y vieja chimenea aparecía rodeada de flores y una antigua silla tallada estaba preparada para sostenerla cuando sintiera necesidad de un descanso. Llevaba puesto un vestido gris muy elegante, con una flor de diamantes sobre el hombro y tres vueltas de exquisitas perlas. A medida que se fue desvaneciendo la luz y se encendieron las grandes arañas, su pelo cobró más brillo. El color era, sin duda alguna, una verdadera obra de arte, como el color impecable de su piel.
La pobre Mabel Preston parecía una muy pobre imitación. Desde su última visita había reducido sus rizos de color paja a una confusa imitación de la mata de pelo de Adriana, de profundo color rojizo, v se había maquillado, no muy bien, con polvos, coloretes y lápiz de labios. El vestido negro y amarillo era un desastre. Ninian, avanzaba por entre la gente y llegando a fuerza de perseverancia junto a Janet, le lanzó una mirada y murmuró:
– ¡La abeja reina! Todas ellas son destruidas a principios de año.
– Ninian, resulta patética.
– Está disfrutando como una loca -observó Ninian, echándose a reír-. Tienes un aspecto muy elegante, mi amor.
– Star no lo creía así. Me dijo que parecía un ratoncito marrón con este vestido.
– Me gustan los ratoncitos marrones. Son pequeñas cosas simpáticas que te hacen compañía.
Janet ignoró la observación.
– Es muy útil, porque nadie lo recuerda -dijo.
Ninian estaba observando la gente.
– ¡Vaya! ¡Esmé Trent es muy astuta! Me pregunto si Adriana la invitó o si es que se ha colado.
– ¿Y por qué iba a hacerlo?
– Es una mujer que viene y va…, podría haberlo pensado como si fuera una broma.
– Quiero decir, ¿por qué no iba a invitarla Adriana?
El joven le dio un golpecillo con el codo.
– El querido Geoffrey podría ser llevado por mal camino. O la querida Edna podría haber presentado un ultimátum. Algún día, ya sabes, ella irá demasiado lejos y Adriana se sentirá mortalmente aburrida. Geoffrey le divierte, pero espera de él que se mantenga dentro de los límites. La mayoría de las probabilidades están a favor de que se deslice hacia el jardín con Esmé en cuanto sea lo bastante oscuro como para estar seguro.
Más tarde, cuando Simmons corrió las largas cortinas de terciopelo gris y la oscuridad se hacía más profunda en el exterior, Janet se abrió paso hacia la mesa, al fondo de la sala, con una bandeja en la mano. Los pastelillos de queso y otros dulces que había estado ofreciendo se habían terminado, y ahora regresaba a renovar el suministro. La forma más fácil de atravesar el salón era junto a la pared, del lado de las ventanas. Los tres pequeños descansillos permitían introducirse con el codo por delante y, en cualquier caso, se sabía que sólo podía recibir un empujón desde uno de los lados. Pero cuando estaba junto a la última ventana, se encontró encerrada y no pudo seguir avanzando. Más allá del sitio en el que había quedado detenida, un sólido grupo de gente se apretaba contra la mesa, todos hablando a grandes voces y formando una barrera impenetrable. Fue suavemente empujada hacia la cortina. El espeso terciopelo rozó su mejilla y desde el otro lado de la ventana le llegaron unas voces.
Gracias a algún truco de la acústica, estas voces no se mezclaron con el babel reinante en la sala. Eran sueltas y claras.
Ellie Page decía:
– ¡Oh, Geoffrey, querido!
– Querida mía -dijo Geoffrey Ford-, ¡lleva cuidado!
Janet se sintió caliente y fría. No podía alejarse de allí. Ni siquiera podia llevarse las manos a los oídos debido a la bandeja que sostenían. Si tosía o sacudía la cortina, ellos se darían cuenta de que habían sido des cubiertos.
– ¿No podríamos salir fuera?-preguntó Ellie-. La he oído pidiéndote que abrieras una ventana. Nadie nos echaría de menos.
– No puedo. Sería una locura.
– ¡Tengo que verte!
– Me viste anoche.
Así pues, había sido Ellie Page quien estuvo en la sala de estar de Edna a las dos de la madrugada… Ellie Page.
– Tú me despediste -dijo Ellie, con un sollozo.
– Bueno, si quieres arruinarnos a los dos…
– ¡Oh, no!
– Entonces, tienes que tener paciencia.
Se escuchó otro sollozo.
– ¿Cuánto tiempo va a durar?
– ¿De qué sirve hacerme esa pregunta?-dijo él con un tono de exasperación-. Si dejo a Edna, Adriana cortará los suministros… Ella misma me lo ha dicho así. No podemos vivir de la nada, ¿verdad?