– Leo mejor que Jenny, y Molly, y mucho mejor que Jackie Trent, pero Jenny es mejor en las sumas. A mí no me gustan las sumas, pero Jackie dice que va a ser ingeniero, y Miss Page dice que entonces tiene que saber sumar muy bien. Dice que todo el mundo tiene que saber hacerlo, pero yo no puedo entender por qué. Oí decir a Mrs. Lenton que estaba harta de sumas.
– ¡Oh. Stella!-exclamó Edna Ford, con tono reprobador-. ¡No has dicho una sola palabra amable! Estoy segura de que Mrs. Lenton nunca dijo eso.
Stella se la quedó mirando tranquilamente desde el otro lado de la mesa.
– Pues sí que lo dijo. Yo se lo oí decir. Se lo dijo al vicario. Ella se estaba riendo y él la besó y le dijo: «Querida, ¿qué importa?»
– Stella -dijo Janet-, ¡termina la carne! Está muy mala cuando se enfría.
Meriel se echó a reír de una manera que a Miss Silver le pareció muy poco agradable.
– La próxima vez que el Club de Ropa tenga las cuentas mal hechas, ya sabremos por qué.
Stella se comió tres trozos de carne seguidos, bebió rápidamente un trago de agua y siguió diciendo:
– Mrs. Lenton se ríe mucho cuando habla con el vicario. Él también se ríe mucho. A mí me gusta él. Pero Miss Page no se ríe. Antes sí que se reía, pero ahora ya no.
– Háblale a Miss Silver de tu clase de baile -pidió Janet-. Puedes bailar un foxtrot y un vals, ¿no es cierto?
– ¡Oh, ya hemos pasado los valses! -dijo Stella, que parecía indignada.
A Miss Silver no se le escapó observar que todo el mundo pareció sentirse aliviado y que no se permitió que la conversación regresara a Ellie Page. Como el budín que Simmons trajo demostró ser de interés para Stella, la niña habló mucho menos y cuando hubo terminado, Janet se la llevó.
23
En la vicaría, los Lenton estaban terminando de almorzar. En cuanto terminaran, el vicario debería recogerlo todo y llevarlo a la cocina, donde Mrs. Lenton lavaría y Ellie Page lo secaría. Pero cuando llegó con una pila de platos en hábil equilibrio, Ellie no estaba allí. Su brusca pregunta sobre dónde se había metido encontró una respuesta ya preparada.
– Me temo que tiene otro de esos dolores de cabeza.
Frunció el ceño mirando a Molly y a Jenny y les dijo que se fueran a jugar al jardín.
En cuanto se hubieron marchado, cerró la puerta de la cocina con cierta fuerza.
– Mary, ¿qué es lo que pasa con esa chica?
Mary Lenton estaba haciendo correr el agua caliente, haciendo mucho ruido porque las tuberías eran viejas y producían extraños sonidos. A pesar del ruido, él la comprendió, pues aquella observación estaba empezando a resultar exasperante.
– No es muy fuerte.
– ¿Ha visto al doctor Stokes?
Se apartó del grifo, volviéndose hacia él y dijo:
– Últimamente no. Pero el doctor siempre dice lo mismo…, es una chica delicada y necesita cuidados.
– Bueno, los está recibiendo, ¿no? No podía tener un trabajo de hacer la mitad de cosas que tendría que hacer para ayudarte. Secar la vajilla, por ejemplo. Con dolor de cabeza o sin él, no le dolería mucho más si se quedara aquí para ayudarte.
Mary le lanzó una mirada sonriente por encima del hombro.
– ¡Tampoco te va a doler a ti, querido! En ese estante hay un hermoso paño para secar.
El vicario lo cogió, pero no le devolvió la mirada sonriente.
– Esa chica no come nada… no es extraño que tenga dolores de cabeza. Tendré que hablar con ella.
Mary Lenton volvió a mirarle, esta vez con cierta alarma.
– ¡Oh, no! No tienes que hacer eso, querido… ¡De veras que no tienes que hacerlo!
– ¿Y por qué no?
– ¡Oh! Pues porque… John, ésa es una de las cucharas viejas, si la frotas como lo estás haciendo se romperá.
Frunció el ceño aún más.
– No te preocupes por la cuchara. Quiero saber por qué no tengo que hablar con Ellie.
– Pero querido -contestó ella, medio sonriendo-, claro que me importa la cuchara. Es una de las de tu tatarabuela y es muy fina.
– ¡Te he preguntado por qué no debo hablar con Ellie!
Mary Lenton dejó de reír. Contuvo la respiración y contestó:
– John, esa chica es desgraciada.
– ¿Y por qué es desgraciada?
– No lo sé…, no me lo dice. ¡Oh, querido, no seas estúpido! ¿Por qué suelen sentirse desgraciadas las chicas? Supongo que es por eso, porque las cosas han ido mal.
– ¿Quieres decir que se trata de algún asunto amoroso?
– Supongo que sí. Y no vale la pena preguntar nada, porque si ella quisiera contármelo, ya lo habría hecho, y si no quiere hacerlo, preguntárselo no haría más que empeorar las cosas. Se le pasará. ¡Esas cosas siempre pasan! -y se volvió a echar a reír.
– ¿Quieres decirme que tú… ¡No me lo creo!
– ¡Pues claro que sí, querido! Cuando yo tenía dieciséis años me enamoré de un actor de cine. Yo estaba demasiado gruesa entonces y me pasaba una eternidad y media mirando su fotografía y suspirando. ¡Estaba llena de ilusión! Y si alguien me hubiera dicho entonces que terminaría por casarme con un vicario para instalarme en una vicaría en el campo, ¡hubiera sido capaz de ponerme a gritar!
Lenton la rodeó con el brazo.
– ¿Sientes haberlo hecho? ¿Lo sientes? ¿Lo sientes?
– Lo estoy llevando bastante bien. No, John…, ¡déjame! ¡Oh, querido, eres un tonto!
En esta ocasión, los dos se echaron a reír.
En la Casa Ford, Adriana subió a sus habitaciones para descansar. Miss Silver, que había rechazado esta satisfacción, se puso el abrigo, el sombrero y los guantes y salió al jardín. Soplaba un viento suave y brillaba el sol, pero no se le hubiera ocurrido salir con la cabeza al descubierto, o sin los bonitos guantes negros de lana que ella consideraba apropiados para estar en el campo. Bajó por el prado en dirección al río y observó indudables pruebas de una reciente inundación. Estaba claro que después de unas fuertes lluvias como las que se habían producido durante la primera parte del mes, el camino que corría a lo largo de la ribera tendía a quedar sumergido bajo las aguas. Incluso ahora, después de tres días de tiempo excelente, aún estaba húmedo.
Se volvió, dirigiéndose hacia los terrenos más elevados y al llegar a un seto que dividía el prado y en donde había una puerta, levantó el pestillo y se encontró en un jardín lleno de flores de otoño. En el centro, había un estanque. Un segundo seto lo rodeaba, con arcos recortados en el verde. Había dos bancos de roble curado y una pequeña glorieta que rompía el seto. Un lugar agradable cuando los días se hacían más cortos, y admirablemente protegido. Era una lástima que la sombra de la fatalidad hubiera caído sobre él.
Se acercó al estanque y permaneció junto a él, mirándolo. Seria relativamente fácil tropezar con ese parapeto bajo en la oscuridad y caer al agua. Pero seguramente no era muy profundo… unos sesenta centímetros, o unos setenta y cinco como máximo. Encontró un palo en la glorieta y comprobó que la profundidad era de casi noventa centímetros. Hubo personas que se ahogaron en menos cantidad de agua. Recordó lo que Adriana le había dicho sobre las pruebas de la investigación judicial. Sam Bolton había declarado que encontró el cuerpo con la mitad dentro del agua y la otra mitad fuera… en realidad, no quedaron sumergidos más que la cabeza y los hombros. Mabel Preston había tropezado, cayendo hacia adelante, y así se había ahogado. Un muñeco inclinado sobre aquel bajo parapeto de piedra hubiera quedado así en el caso de haber perdido el conocimiento a causa de la caída, o bien si alguien había mantenido su cabeza debajo del agua hasta que se ahogó.