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Miss Silver sonrió y empezó a recoger su labor de punto. Edna Ford terminó la puntada que estaba dando y recogió su bordado. Había permanecido en silencio durante largo rato. Ahora, con un tono de voz débil y cansado, dijo:

– ¡Oh, sí, me vendrá bien irme a la cama! Últimamente no he podido dormir bien. Y no puede una seguir sin dormir. Esta noche, tengo que tomar algo.

25

John Lenton llegó tarde a cenar. Se sentía cansado y un poco más preocupado de lo normal. Mary Lenton era una buena esposa. Le puso la comida en la mesa y no le hizo ninguna pregunta. Si él quería comer en silencio, podía hacerlo. Y si deseaba hablar, estaba allí. Mary pensó que tenía un aspecto terriblemente fatigado, pero creyó ver en su silencio algo más que fatiga. Mantuvo estos pensamientos para sí misma, le cambió el plato cuando terminó con el primero y se dispuso a marcharse. Cuando estaba a punto de salir del comedor con la bandeja, él dijo: -Ven al despacho cuando hayas terminado. Quiero hablar contigo.

Mary dejó la vajilla en una cubeta de agua y acudió al despacho.

Lenton caminaba arriba y abajo de la habitación, con una expresión de perplejidad y enojo en su rostro.

– ¿Qué sucede, John? -preguntó Mary. Su esposo recorrió dos veces más la habitación antes de contestarle:

– Ya sabes que recibí la llamada de una enferma… la vieja Mrs. Dunn allá en Folding…

– ¿Está muy mal?

– No, no…, ella siempre se piensa que se está muriendo…, no le pasa nada más que eso. Pero cuando estaba allí, pensé en visitar a Mrs. Collen para ver a esa hija suya, Olive. Ya sabes que está en Ledbury, con Mrs. Ridley, ayudándola con los niños, y que últimamente no se ha comportado bien del todo… quedándose fuera de casa hasta altas horas de la noche y saliendo con amigos que no le hacen mucho bien. Sólo tiene dieciséis años y Mrs. Ridley está muy preocupada por todo eso. Me llamó esta mañana por teléfono y me pidió que hablara con Mrs. Collen, así es que pensé que, como estaba tan cerca, sería mejor ir a verla.

Mary Lenton se estaba preguntando adónde llevaba todo aquello. Era natural que John se lamentara y se preocupara por Olive Collen, pero, por lo que ella le conocía, nunca pondría aquella cara de preocupación que tenía ahora.

– ¿Sí? -dijo.

John hizo un extraño movimiento abrupto.

– Fui a ver.a los Collen y me encontré con mucho más de lo que esperaba.

Mary le miraba con atención. Su pelo rubio brillaba bajo la luz y su rostro estaba dulcemente serio.

– John, ¿qué ha pasado?

La mano de su esposo descendió suavemente sobre su hombro.

– Hablé con ella sobre Olive. No estaba considerando el futuro del asunto. Es la clase de mujer que puede llegar a ser desagradable.

– ¿Y lo fue?

– Me dijo que me metiera en mis propios asuntos. «¿Qué me dice de lo que está pasando bajo su propio techo?», me preguntó.

– ¡Oh, John!

– Me dijo que Ellie se estaba viendo con Geoffrey Ford. Me aseguró que todo el mundo lo sabía menos yo. Y añadió que era mejor que pusiera las cosas en su sitio en mi casa, antes que ocuparme del carácter de su hija… -se detuvo, apartó las manos de su esposa, se dirigió hacia la ventana y regresó-. No te voy a contar todas las cosas que me dijo. Es una mujer de lengua muy fácil y ligera y no podría repetirlas. Me dijo que Ellie había estado acudiendo a la Casa Ford durante la noche. Me dijo que eso andaba en boca de todo el mundo. Me dijo que Ellie había sido vista regresando de allí ¡a las dos de la madrugada! ¡Quiero saber la verdad! ¿Son todo mentiras o hay algo de verdad en esto? Si sabes algo, ¡me lo tienes que decir!

Los ojos azules de Mary Lenton le miraban con firmeza.

– John, no lo sé. Ella se ha sentido muy desgraciada. Cambié a las niñas a otra habitación porque Jenny dijo que lloraba por la noche. Y se cierra la puerta con llave…

– ¿Desde cuándo?

– Desde que saqué a las niñas.

– ¡No permitiré eso en mi casa!-gritó, con una rabia endurecida en su voz-, ¡Esto es algo muy peligroso! ¡No existe ninguna razón…, ninguna razón, en absoluto!

Pero en la mente de ambos apareció una razón bastante sencilla. Si una joven estaba saliendo por la noche, no querría correr ningún riesgo de que se encontrara la habitación vacía mientras ella no estaba.

– Tendré que hablar con ella -dijo el vicario.

– ¡No, John…, no!

Lenton le lanzó una mirada tan dura como Mary no había visto jamás.

– ¡Esto no puede ser encubierto!

Las lágrimas aparecieron en los ojos de Mary.

– John, deja que yo la vea primero. No es una mujer fuerte y ha sido terriblemente desgraciada. Puede que las cosas no sean tan malas como tú piensas. Déjame verla primero.

Hubo un momento de suspense. Después, John admitió con voz dura:

– Muy bien, pero tiene que ser ahora mismo.

– Se habrá ido a la cama.

– ¿A las nueve y media? -preguntó, mirando su reloj.

– A menudo se acuesta a las ocho y media…, sabes que lo hace.

– No estará dormida, y si lo está, despiértala. ¡No quiero que este asunto se pase por alto! Puedes verla tú primero si insistes en que sea así, pero la responsabilidad es mía en último término, y ni puedo ni quiero cedérsela a nadie más.

Mary Lenton había estado casada durante ocho años y sabía cuándo se encontraba ante una barrera inamovible. En este caso, se trataba de la conciencia de John. Se estremecía sólo de pensar que algún día pudiera interponerse entre ambos. La suya era menos inflexible. Era capaz de hablar con voz firme, pero escuchaba, y siempre lo haría, las peticiones de ayuda hechas con amabilidad. En teoría, Mary podía condenar al pecador, pero en la práctica le resultaba demasiado fácil perdonar.

Subió las escaleras hacia el piso de arriba, con el corazón encogido y llamó a la puerta de la habitación de Ellie. No hubo respuesta y volvió a llamar. Después de una tercera llamada trató de abrir la puerta.

Estaba cerrada con llave.

26

La vicaría era una casa antigua. Había viejas enredaderas en las paredes, y viejos árboles frutales que extendían sus ramas para captar el sol. Cuando Ellie quería salir de la casa por la noche, no tenía necesidad de arriesgarse a bajar las escaleras o de encontrarse con una puerta cerrada con llave. Sólo tenía que cerrar la suya y bajar por las escalonadas ramas de un peral. Había sido fácil…, demasiado fácil para el corazón y la conciencia que ahora la atormentaban. Al principio existió el destello de un amor romántico. Ella misma se había puesto en guardia ante su resplandor, y no pedía más que poder acercar las manos a la llama. Y entonces, él había empezado a darse cuenta de su presencia, a mirarla, a tocarla, a besarla, y la llama había terminado por convertirse en este tormento. Se había producido una lucha en su conciencia, la acrecentada visión de Edna como la esposa no deseada que le retenía en contra de su voluntad y, al final, el hecho manifiesto de que él se retiraba. No podía dejar a Edna, porque si lo hacía, Adriana Ford suprimiría el dinero que le entregaba. Y no la dejaría porque mucho más de lo que pudiera amar nunca a una mujer amaba aquella forma de vida fácil que ahora llevaba. Poco a poco, él fue surgiendo de la neblina de su propia fantasía de joven enamorada, para terminar por presentársele tal y como era. El tomó aquello que se le ofrecía mientras fue fácil y seguro pero si dejaba de ser fácil y seguro, llegaba el momento de decir adiós.