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Y ahora que tenía la puerta entreabierta, cuando oyó la pregunta de Esmé: «¿A quién le va a importar que nos vayamos a dar un paseo por el jardín?», terminó de abrir la puerta, y quedándose en el umbral dijo, con su más profundo tono de voz:

– Puede que.a la policía le importe, ¿no creéis?

Esmé Trent tenía un cigarrillo en la mano. El humo se elevaba lentamente; enarcó las cejas y con voz fría y sarcástica, preguntó: -¿Jugando a ser actriz, Meriel?

El color del rostro de Geoffrey Ford se hizo más profundo. Allí se iba a producir una fuerte discusión, y no había otra cosa que más le disgustara. Y aquellas dos mujeres eran temperamentales. Tuvo un fugaz pensamiento para Ellie Page, gentil y pegajosa, como debía ser una mujer…, aunque lo peor de esa clase de mujeres era que todo se lo tomaban demasiado a pecho.

Meriel penetró en la habitación, cerrando la puerta tras ella de un golpe. Después, con un tono de voz rabioso y hablando rápidamente, dijo:

– La policía no lo pensará así cuando les diga que estuvisteis junto al estanque al mismo tiempo que alguien empujó a Mabel Preston al agua.

Esmé Trent se llevó el cigarrillo a los labios y después dejó salir el humo con deliberada lentitud. Sus labios, muy pintados, se mantenían firmes, como su mano. Manteniendo la misma entonación sarcástica, dijo:

– Pareces saber bastante de eso, ¿verdad? Sabes cómo fue ahogada y cuándo. Podrías llegar a desear no haber puesto esas ideas en la cabeza de la policía. Después de todo, tú te rompiste el vestido en el seto, lo que demuestra que también estabas allí. Mientras que en lo referente a Geoffrey y a mí, sólo es tu palabra contra la nuestra. Tú dices que estuvimos allí, y nosotros lo negamos. Y eso hace dos a uno a nuestro favor -lanzó otra nubecilla de humo de su cigarrillo-. La sala estaba muy caliente. Nosotros salimos a tomar un poco de aire fresco y dimos un paseo por el prado. Nunca nos acercamos al estanque. Así fueron las cosas, ¿no es cierto Geoffrey?

Le miró por encima del hombro y vio sus ojos indecisos. Geoffrey se había levantado y permanecía allí, frente a la silla donde estuviera sentado momentos antes, bajada la mano que sostenía el cigarrillo, con la ceniza cayendo sobre la alfombra. Sintió un gran desprecio por él. Tenía el aspecto de un caballo a punto de espantarse. No era escrupulosa, pero siempre mantendría bien cerradas las cercas.

La mirada que le lanzó, le obligó a hablar.

– Sí…, sí…, claro.

Meriel se echó a reír.

– No eres muy bueno mintiendo, ¿verdad, Geoffrey? Creía que a estas alturas ya tenías mucha más práctica. ¿O es que siempre le dices a Edna dónde has estado y con quién? Pero supongo que esto es un poco diferente, claro. No todos los días se empuja a alguien a un estanque y se le ahoga, y supongo que es muy inquietante descubrir que alguien te ha visto.

El color de la rabia acudió entonces a su rostro.

– ¿Te has vuelto loca? Mabel Preston se ahogó…, ¡tropezó, se cayó al estanque y se ahogó! ¿Por qué iba yo…, por qué iba a desear a alguien ahogarla?

– ¡Oh, no se trata de ella!… No a la pobre Mabel. Creiste que se lo estabas haciendo a Adriana. Pero luego resultó que no era ella. Sólo era el abrigo de Adriana… el que no me quiso dar a mí cuando se lo pedí. Todo hubiera ido bien si lo hubiese llevado ella…, ¿verdad? Todos nosotros habríamos quedado libres y con el dinero suficiente para hacer lo que quisiéramos. Es una lástima que no lo consiguieras, ¿verdad? ¡Pero yo diré que lo intentaste! Y no me limitaré a decirlo…, ¡lo juraré! Vosotros dos estabais allí, en la glorieta… Pude escuchar vuestros murmullos. Y cuando me alejé, vi a Mabel

Preston acercándose a través del prado, llena de alcohol y hablando sola. Como ves, tengo algo que contarle a la policía… -se detuvo y añadió-: Si es eso lo que decido hacer.

La mirada alerta de Esmé Trent había ido de uno al otro. Ahora, con voz fría y hablando con lentitud, dijo:

– ¿Y qué esperas conseguir yendo a la policía? Será mejor que te lo pienses otra vez. Tú dices que estábamos en la glorieta y nosotros decimos que no. Pero, además, ¡y escucha con cuidado, Meriel!…, nosotros decimos que viniste aquí y trataste de chantajearnos porque sabías que Geoffrey y yo éramos amigos y te sentías celosa. También podríamos contar algunas de las cosas amigables que has estado diciendo sobre Adriana. Le interesaría mucho conocer tu pensamiento de que fue una lástima que no fuera ella la ahogada -sus ojos, fijos sobre Meriel, tenían una expresión brillante y dura; lanzó una breve risa y siguió diciendo-: ¿Sabes una cosa? Será mejor que no asomes tu cuello por ninguna parte. Geoffrey dice que hay algo raro en el hecho de que te tiraras el café sobre ese vestido que llevabas el sábado. Ahora me pregunto cómo llegaste a hacerlo…, ¿o prefieres que te lo diga? Sí, me parece que eso será mejor, ¿verdad? Y creo que te puedo dar la contestación. El café es un líquido muy adecuado para ocultar la clase de manchas que podías haberte hecho en un vestido de color claro si te hubieras dedicado a empujar a alguien en un estanque y mantener su cabeza bajo el agua. Y a propósito, ¿qué has hecho con ese vestido? Si no lo puedes presentar, parecerá un poco extraño, ¿no crees? Y si has sido bastante estúpida como para llevarlo a la tintorería, la policía podrá obtener pruebas sobre la clase de manchas que te hiciste en él. No creo que el café lo haya podido cubrir todo. No, mi querida Meriel, será mucho mejor que mantengas la boca cerrada.

Y si dejas de dramatizar y lo piensas un poco, también empezarás a entenderlo así.

La palidez natural de Meriel se había hecho cadavérica. Sus ojos relampaguearon. Se sintió llevaba por un arrebato de furia. Retrocedió hasta que pudo sentir la puerta a sus espaldas. Tanteó con la mano hasta encontrar la manija y empujó la puerta hasta que hubo espacio suficiente para pasar a través del hueco. El quedarse allí, en el umbral, dominando la habitación, le ayudó a recuperar la confianza. Miró fijamente a Geoffrey, enojado y turbado, después a Esmé Trent, a quien odiaba con todo su corazón y dijo:

– Suponed que estuviera dispuesta a jurar que yo misma os vi ahogarla, ¿qué creéis que pasaría?

– No te creerían -replicó Esmé.

– ¿Lo intentamos? -preguntó Meriel.

Después, se volvió y atravesó el pequeño vestíbulo, bajó hasta el caminito y se marchó por la puerta de postigo.

28

Ellie la oyó marchar. Después de todas las demás cosas, percibió los pasos de Meriel, alejándose. Al principio, fue un alivio oírla marchar. Y después, sobreponiéndose al alivio, sobreponiéndose a todo, quedó en ella el recuerdo de lo que había oído decir a Meriel. Llegó todo a su mente en forma repentina y con aquellos pensamientos vino el temor, un temor terrible, capaz de encogerle el corazón. Tuvo que apoyarse en el alféizar de la ventana debido al temor que estaba sacudiendo su cuerpo. No sólo temblaba su cuerpo, sino también sus pensamientos. De no haber tenido ante sí algo en que apoyarse, se habría caído. Y entonces, quizá ellos habrían escuchado algo y la habrían encontrado allí.

Ante el pensamiento de ser descubierta por Esmé Trent, una fría neblina pareció situarse entre ella y el brillo de color ámbar procedente de la habitación iluminada. Había voces al otro lado de aquella neblina. Esmé Trent estaba diciendo con una voz penetrante: