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Hasta este momento no hubo tiempo para nada, excepto para el temor y las prisas. Ahora, de repente, dijo:

– ¿Por qué le has quitado su ropa? -y después con una voz más penetrante-: No habrá salido así, ¿verdad?

Mary no supo qué fue lo que impulsó su respuesta. Ella era la más cándida de las mujeres, pero… no se le dice a un hombre todo lo que se refiere a otra mujer. No sabía por qué le había quitado el chaquetón, el jersey y la falda empapados, los zapatos y las medias, antes de bajar a buscar a John. Quizá en su mente hubo alguna idea vaga de que Ellie podría haber intentado ahogarse y no había ninguna necesidad de que él lo supiera. Había recogido todas las prendas mojadas y las había apartado de su vista. Cuando John estuviera durmiendo, podría ponerlas en la cocina, a secar. Mary le miró la luz de la bombilla que él había protegido de los ojos de Ellie y contestó sin temblor alguno:

– Pensé que estaría más cómoda sin ellas.

30

En esta ocasión, no fue Sam Bolton quien encontró el cuerpo, sino el propio jardinero jefe. No hubo nada especial que le hiciera acudir al estanque, pero hacía una mañana estupenda, después de la noche ligeramente nubosa, y estaba haciendo lo que él llamaba una ronda de inspección por el jardín, antes de ponerse a trabajar con sus semillas de otoño. El sol brillaba en un cielo azul, en el que no había más que uno o dos jirones grises por el oeste. La salida del sol había sido demasiado roja como para esperar una continuación de este tiempo tan agradable. Por lo que se refería a Mr. Robertson, no confiaba en esta clase de tiempo y si Maggie no tenía más sentido que venir a contarle lo que había dicho la BBC al respecto, él tenía por lo menos algo que decir, y eso era: «¡Charlatanes!» No había llegado a sus años para no poseer ideas propias.

Pasó a través de uno de los arcos del seto y vio el cuerpo en el estanque. Estaba echado del mismo modo que el otro, inclinado hacia adelante, sobre el parapeto, con la cabeza y los hombros bajo el agua. Era Meriel Ford, y no tuvo la menor duda de que estaba muerta. No era asunto suyo tocarla. Se dirigió a la casa y se lo dijo a Simmons sin armar ningún jaleo.

La noticia se extendió como una chispa en un campo reseco. Llegó a Janet cuando Joan Cuttle subió con el té de la mañana. Necesitó emplear todo lo que sabía para tranquilizar a Joan y lograr apartarla de Stella, para que la niña no escuchara. Sus hombros se estremecían y parecía contener la respiración cuando se marchó, pero no se atrevió a levantar la voz.

Janet se acercó al teléfono y llamó a Star. Media hora después, salió de la habitación de la niña con sus planes perfectamente trazados y acudió a ver a Ninian.

– ¿Te has enterado? -preguntó él, y ella asintió.

– Mira, tengo que sacar a Stella de aquí. Acabo de hablar sobre ello con Star.

Ninian se encogió ligeramente de hombros.

– ¿Y qué ha dicho Star? No tendrá muchos deseos de tener a Stella en la ciudad.

Janet tenía un aspecto muy decidido, con las cejas muy rectas, y una mirada muy firme en los ojos.

– Ya está todo arreglado. Sibylla Maxwell, la amiga de Star, se hará cargo de ella. Tiene un parvulario, con niños de aproximadamente la misma edad. Los Maxwell tienen una casa bastante grande en Sunningdale. Al parecer, Sibylla no hacía más que pedir a Star que llevara a Stella allí, así que todo está perfectamente solucionado. Cogemos el tren de las nueve quince en Ledbury.

Ninian ese quedó en pie, con el ceño fruncido.

– Stella tiene que salir de aquí…, en eso tienes toda la razón. Pero no estoy tan seguro en cuanto a ti. La policía querrá ver a todo el mundo.

– Star saldrá a recibirnos -informó ella, asintiendo-. Yo tomaré el siguiente tren de regreso.

– El de las once y media. Saldré a esperarte. ¿Cómo vas a ir a Ledbury? No sé si yo podré salir.

– He llamado un taxi. Voy ahora abajo para recoger el desayuno de Stella. ¿Puedes quedarte con ella hasta que regrese? No voy a dejarla salir de su cuarto hasta que llegue el taxi.

Durante todo el trayecto en tren, Stella estuvo hablando de los Maxwell., Tenían un jardín rodeado por una tapia, tenían una piscina, y también columpios. Y dos poneys y conejillos de Indias, y también conejos. Janet no la había visto nunca tan animada como aquella mañana.

Star, que se encontró con ellas en la estación, miró a Janet por encima de la cabeza de Stella, con ojos asustados.

– ¿Qué está ocurriendo? -preguntó.

Janet no tenía ninguna respuesta que darle. Todas sus energías habían estado concentradas en sacar de aquella casa a Stella. Una vez bajado el equipaje del compartimiento, Star la llevó a un lado.

– Janet, ¿qué es lo que sabe Stella?

– Nada por el momento. La he estado vigilando como un dragón.

– Tendré que decirle algo.

– Sí. ¿Por qué no le dices simplemente que ha ocurrido un accidente? A ella no le gustaba Meriel, y no creo que se dé muy por enterada de su falta…, sobre todo con piscinas, y poneys y conejillos de Indias en los que pensar. Ha estado hablándome de ellos durante todo el viaje.

Star le apretaba tanto el brazo que le dejó marcados los dedos.

– Te dije que algo terrible iba a suceder. Tenía la sensación de que iba a ser así. Esa es realmente la razón por la que he regresado. Podría haberme quedado en Nueva York y pasar una época maravillosa, pero no pude hacerlo. ¡Sigo estando asustada por Stella!

Janet apartó' los dedos que se cerraban sobre su brazo.

– Star, me estás haciendo un agujero en el brazo. Y no ocurre nada con Stella. Llévatela y pasa una buena temporada con ella.

El tren de regreso llegó a Ledbury poco después de las doce y media, y Ninian estaba en el andén. Cuando se hubieron apartado del tráfico, él dijo de repente:

– Han encontrado en la glorieta un pañuelo perteneciente a Esmé Trent.

Janet no hizo comentario alguno. Observó el perfil moreno y serio de Ninian.

– No saben la razón por la que lo dejó caer allí, y tampoco saben cuándo ocurrió, pero no estaba allí después de la primera muerte, porque la policía asegura que lo registró todo en la glorieta. Y tampoco estaba allí a las cuatro de la tarde de ayer, porque a Robertson no le gustó la forma en que la policía dejó las sillas y estuvo en la glorieta, arreglándolas. Según éclass="underline" «No se podía ver ningún pañuelo, ni nada que llamara la atención.»

– ¿Cómo saben que es el pañuelo de Esmé Trent? -preguntó Janet.

– ¡Oh! Es un pañuelo bastante llamativo, de un color tirando a anaranjado, con el nombre de Esmé bordado en una esquina.

– ¿Y qué dice Esmé Trent al respecto?

– No lo sé. Nos han estado haciendo un montón de preguntas a todos. Tú también tendrás que pasar por ello en cuanto regreses… o en cuanto ellos lo crean oportuno. No te puedes imaginar lo difícil que resulta contar las acciones más simples realizadas por uno mismo. ¿Por qué, por ejemplo, Adriana y Edna se marcharon a la cama a las nueve y media? Parecía muy sospechoso que Adriana se hubiera cansado de la reconfortante compañía de Edna, o que Edna se hubiera cansado de ese interminable bordado suyo. ¿Y quién es Miss Silver? ¿Y qué está haciendo aquí? Geoffrey tendrá que admitir que fue a ver a su amiga y que se quedó allí durante un tiempo impreciso. Eso, en sí mismo, no va contra la ley. Y, como todos nosotros lo sabemos, Meriel fue vista por última vez cuando abandonaba la sala de estar con el claro propósito de seguirle al despacho. Naturalmente, la policía se pregunta si ella le siguió más allá del despacho. Geoffrey asegura que no. Eso nos permite a ti y a mí proporcionarnos una coartada mutua. Desde luego, parece muy sospechoso el tener una coartada. ¿Y por qué estuvimos sentados hasta la escandalosa hora de las diez y media cuando, por lo que sabíamos, el resto de los virtuosos componentes de la casa se habían marchado a dormir? Y también, ¿por qué no oímos regresar a Geoffrey? Les hice observar que ésta es una casa grande, y que el despacho se encuentra a bastante distancia, al otro lado. También les dije que estábamos teniendo una conversación bastante interesante, pero eso no pareció amortiguar el hielo oficial. Y, a propósito, les di una breve descripción tuya y les dije que estábamos prometidos, así que no hagas estupideces tirando por tierra mi credibilidad como testigo.