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– No tendrías que haber dicho que estábamos prometidos.

– Querida, te lo he estado diciendo desde hace días. ¿Es que no has llegado a comprenderlo? Realmente sería sospechoso que tú empezaras ahora a desmentir lo que yo he dicho. De veras, será mejor que lo dejes correr.

Janet estaba pálida, con el ceño fruncido. No dijo nada durante un minuto o dos. De pronto, preguntó:

– ¿Pero a qué viene todo esto? ¿Es que la policía…, es que piensa la policía que no fue un accidente?

Ninian elevó las cejas.

– ¿Cuántas coincidencias esperas que se trague un policía antes de tomar el desayuno? ¿Acaso confiabas en que dejarían pasar algo así? Aun cuando no hubiera habido nada más, habrían removido cielo y tierra.

– ¿Hay algo más? -preguntó ella.

– ¡Oh, sí! Me temo que sí. ¿Sabes? Meriel no se cayó al estanque. Fue golpeada en la parte posterior de la cabeza con nuestro viejo amigo: un instrumento contundente.

31

Las noticias llegaron a la vicaría mientras Jenny y Molly tomaban pan mojado en leche, en unas tazas de brillantes colores, con un dibujo de cerezas. Mostraban su pelo rubio suavemente peinado, sus rostros sonrosados recién lavados y sus ojos azules atentos a la tarea de tomar el desayuno. Ofrecían una imagen agradable. El color del rostro de Mary Lenton, en cambio, no parecía tan fresco como el de las niñas. Había dormitado y se había despertado, dormitado y despertado una y otra vez durante toda la noche, pareciéndole que ésta tenía el doble de horas de las que en realidad tenía.

Ellie Page no se había despertado aún. Se hallaba sumida en un profundo sueño, con las sábanas subidas hasta la barbilla. Su respiración no producía sonido alguno, y las sábanas no se movían. Mary había dejado una pequeña lámpara encendida en la habitación, que daba una luz débil pero permanente. Cada vez que se despertaba y veía a Ellie echada en la cama y tan quieta, experimentaba una fría sensación de temor. El sueño no debía parecer tan terrible como la muerte. Pero cada vez que se levantaba y se acercaba de puntillas a la cama, se daba cuenta de que esto no era la muerte, sino el sueño.

Estaba poniendo la leche en las tazas de las niñas, cuando John la llamó, haciéndole salir de la habitación. Le puso una mano en el brazo y la llevó hacia el despacho.

– Acaba de pasar el panadero… He cogido dos hogazas de pan. Mary me ha dicho que se ha producido otro accidente en la Casa Ford. No parece posible, pero él acaba de venir de allí. Dice que han encontrado a Meriel Ford en ese estanque… ahogada, del mismo modo que Miss Preston. Dice que la policía está allí ahora.

El rostro de Mary Lenton se puso muy pálido.

– ¿Que se ha ahogado en el estanque?

– Eso es lo que él dice. No sé si debo subir allá.

– No, todavía no…, al menos mientras esté allí la policía.

– ¿Cómo está Ellie? -preguntó-. ¿No se va a levantar? Tengo que verla para hablar de lo ocurrido anoche. ¿Está despierta?

– Le di algo de leche caliente y se volvió a dormir. No puedes hablar todavía con ella.

La expresión de su cara no era muy animada. Los hombres siempre tienen que hacer las cosas de la forma más dura.

– Si está enferma -dijo él con frialdad-, será mejor que llames al médico. Sí no está enferma, podrá verme.

– Espera -dijo Mary-, No, John, creo que no debes. ¿Es que no ves que tenemos que ser muy prudentes?

– ¡Prudentes!

– Sí, John. No puedes tener una pelea con Ellie…, ahora no. ¡De veras, no puedes! Mrs. Marsh llegará dentro de cualquier momento para hacer la limpieza. Le diré que Ellie no se encuentra bien y ella se quedará en cama. Nadie…, nadie debe saber que pasó la noche fuera de casa.

El vicario lanzó una sonrisa rabiosa.

– Estás cerrando la puerta una vez que te han robado el caballo, ¿no es eso? Al parecer, la mitad del vecindario sabe perfectamente que salía por las noches.

– Pero no la última noche. No se debe hablar en absoluto de eso.

– ¿Qué estás insinuando? -preguntó, con voz aterrorizada.

Mary le cogió por el brazo y lo sacudió con vehemencia.

– No estoy insinuando nada. Sólo te estoy diciendo que nadie debe saber que Ellie estuvo fuera de casa anoche.

– ¿Crees que vamos a encubrirla…, que vamos a decir un montón de mentiras?

– Yo no estoy diciendo ninguna mentira. Estoy diciendo la verdad. Ellie no se encuentra bien, y por eso se queda en cama.

John se apartó de ella y se dirigió hacia la ventana, mirando hacia el exterior, fijamente. Finalmente y sin volverse, dijo:

– La policía dice que Meriel fue asesinada.

– ¡John!

– El panadero dice que lo sabe a través de Robertson. Al parecer, Meriel fue golpeada en la parte posterior de la cabeza y empujada después al estanque.

32

Adriana Ford estaba esperando a que la familia se reuniera. Sentada en una silla de respaldo alto, los pliegues de su bata de estar por casa le caían hasta los pies. Su pelo aparecía tan cuidadosamente arreglado, y su rostro tan cuidadosamente maquillado, como si se tratara de un día cualquiera en el que todo se desarrollaba con normalidad y ninguna sombra trágica se cernía sobre la casa. Había almorzado en su habitación, y era allí donde esperaba a las personas a las que había mandado llamar. Miss Silver estaba sentada a su derecha, con el chal blanco que estaba tejiendo formando ya un pequeño montón en su regazo, mientras las agujas se movían con rapidez. La puerta que daba al dormitorio estaba entornada y Meeson entraba y salía. Las sillas habían sido colocadas convenientemente. Podría tratarse de una reunión de tipo familiar.

Ninian y Janet llegaron juntos. Ella no había visto a Adriana antes de marcharse a Londres, ni desde su regreso. Fue saludada con un escueto «buenos días» y con la observación de que, por una vez, Star estaba demostrando tener buen sentido y que por lo menos una de siis amigas estaba echando una mano. Después de esto, nadie habló hasta que llegó Geoffrey. Su color rojizo aparecía moteado, y parecía un hombre que ha recibido una fuerte impresión.

Edna llegó la última, con su bolsa de trabajo en un brazo y el bastidor del bordado en la mano. Llevaba la chaqueta negra y la falda del mismo color, además de la blusa gris que había llevado en el funeral de Mabel Preston, y tenía el mismo aspecto que en aquella ocasión, pero su pelo aparecía menos desarreglado de lo habitual, y su rostro algo menos tenso. Cuando se sentó, dijo que había sido todo muy difícil, pero que había logrado pasar una noche bastante buena.

– No me gusta tomar nada para dormir, pero llega un momento en el que una tiene la sensación de que ya no puede seguir sin hacerlo. Y anoche me acosté pronto y tomé una de esas pastillas que el doctor Fielding me recetó, y pasé una noche bastante buena.

Adriana tamborileó con los dedos sobre el brazo de su silla.

– Estoy segura de que a todos nos alegra oírte decir eso. Y ahora quizá será mejor que empecemos.