– ¿Empezar qué? -preguntó Geoffrey
– Si me permites hablar, os lo diré.
Adriana estaba sentada de espaldas a las ventanas. Su pelo recibía la luz que penetraba por ellas. Los pliegues interiores de su bata aparecían negros. Llevaba puestos sus anillos, pero ninguna otra joya: una gran sortija de amatista en la mano izquierda, y un resplandor de diamantes en la derecha.
– ¡Bien! -dijo-. Os he pedido que vengáis porque es posible que todos podamos contribuir algo a aclarar las cosas que han estado sucediendo. La situación se remonta mucho más atrás de anoche, pero creo que podemos empezar por anoche, porque aún estará fresco en la memoria de todos. Sé que todos nosotros hemos declarado ante la policía, pero lo que habéis dicho a la policía es una cosa y lo que se os pueda ocurrir mientras estéis hablando en un círculo familiar puede ser otra bien distinta. ¿Sí, Geoffrey?
– Hay aquí -dijo con un tono de voz forzado- por lo menos tres personas de las que difícilmente se puede decir que pertenezcan al círculo familiar. Si quieres hablar con Edna y conmigo, estamos dispuestos a que lo hagas en cualquier momento que lo desees. También con Ninian, si crees que puede ser de alguna utilidad. Debo confesar que no veo necesaria esta formalidad.
Ante su sorpresa, Ardriana no mostró enojo alguno.
– Gracias, Geoffrey. Un poco de formalismo es algo que ayuda bastante a ordenar los propios pensamientos. En cuanto a las personas que he invitado a estar presentes, Meeson ha estado conmigo durante más de cuarenta años, y la considero como un miembro de la familia. ¡Siéntate, Gertie, y tranquilízate! Siento la presencia de Miss Silver como un apoyo y deseo particularmente que esté aquí. En cuanto a Janet, se quedará porque ése es mi deseo. Quizá os interese saber que he llamado por teléfono a Mrs. Trent, invitándola a venir. Sin embargo, se negó, alegando el sorprendente motivo de que tenía que cuidar de su hijo. Dijo que no podía ir a la escuela porque Ellie Page no se encontraba bien… y, por lo visto, ¡era imposible dejarlo solo durante media hora!
Su voz sonaba como una superficie cortante.
Como el espectáculo de Jacky Trent abandonado hora tras hora durante la mayor parte del día era algo perfectamente familiar para todos los presentes, no fue extraño que Geoffrey pareciera sentirse inquieto, ni que Meeson resoplara y lanzara su cabeza hacia atrás. Edna Ford no hizo el menor gesto, y, tampoco levantó la mirada. Dio una puntada en su bordado, la remató y continuó con la siguiente.
Cuando el silencio hubo durado lo que consideró un tiempo apropiado, Adriana siguió diciendo:
– Empezaré por mí misma y por aquello que he sido capaz de observar. Miss Silver, Edna, Meriel, Geoffrey y yo nos dirigimos directamente del comedor a la sala de estar. Simmons trajo el café. Ninian y Janet acudieron al cabo de un momento. Una vez tomado el café, Geoffrey abandonó la sala, diciendo que iba a escribir unas cartas. Meriel sugirió una sesión de baile. Dijo que necesitarían a Geoffrey y añadió que iría a buscarle para hacerle bajar. Abandonó la casa y ésa fue la última ocasión en la que todo el mundo admite haberla visto viva. Miss Silver, Edna y yo permanecimos donde estábamos hasta las nueve y media, hora en que subimos juntas a las habitaciones de arriba. Nos separamos en el descansillo. Yo llegué a mi habitación, donde me estaba esperando Mee- son, y me acosté. Edna, ¿qué hiciste tú?
Edna Ford levantó la mirada de la flor pálida y triste que estaba bordando. Podría haber sido tomada por una amapola si el color débilmente malva no estuviera sombreado de gris. Con su voz alta y lastimera, dijo:
– Me dirigí a mi habitación. Me desnudé, me lavé y me arreglé el pelo. Después tomé la pastilla de que hablaba antes. No, un momento… Creo que me tomé la pastilla antes. de cepillarme el pelo, porque pensé que sería conveniente darle un poco de tiempo para que ejerciera su efecto; ya sabéis a lo que me refiero. Pensé que si me adormilaba un poco antes de meterme en la cama, tendría una mejor oportunidad para dormir bien. Resulta tan desagradable permanecer echada en la oscuridad, preguntándose si se va una a quedar dormida o no.
Miss Silver había estado haciendo punto con rapidez. Miró por encima de las agujas y dijo:
– Sí, es cierto, no hay nada más molesto. Pero usted se quedó dormida -el tono de su voz sonó agradable y simpático.
Edna Ford contestó con una enumeración de la serie de noches durante las que había sido incapaz de dormir.
– Y, desde luego, me he sentido bien durante todo el día… y con muchas cosas que hacer. Una casa grande no puede marchar sola. El personal necesita una supervisión constante, y yo ya había llegado a sentirme incapaz de seguir. Pero el efecto de la pastilla fue muy satisfactorio… Pude descansar varias horas con el más tranquilo de los sueños. De hecho, no me desperté hasta que Joan entró en mi habitación, trayéndome las terribles noticias de esta mañana.
Adriana había estado mostrando signos de impaciencia. Volvió la cabeza y dijo con voz penetrante:
– Janet y Ninian, vosotros os quedasteis en la sala de estar. ¿Estuvisteis juntos todo el rato?
– Hasta las diez y media -contestó Ninian, asintiendo-. Entonces, subimos a la habitación. Janet se fue a la suya y yo a la mía. Estuve durmiendo toda la noche.
– ¿Y tú, Janet?
– Sí, yo también dormí.
Adriana miró por encima del hombro.
– ¿Gertie?
Meeson pareció sentirse ofendida.
– No sé qué quiere preguntarme, pero estoy segura de que cualquiera quedará convencido. Tomé la cena y después estuve aquí preparándolo todo para ustedes, esperando que tuvieran tan amables deseos de marcharse a la cama. Después, puse la radio y estuve riéndome un rato con alguien que estaba diciéndole a su abuela cómo chupar un huevo, lo que siempre proporciona mucho placer a los jóvenes y, en realidad, no hace daño. ¡Y menos mal que hubo un poco de humor porque si no, no sé adónde iríamos a parar! Entonces subió usted y cuando la dejé lista, me marché a la cama, y agradecida de poder llegar a mi cuarto.
– ¿Y cuándo fue la última vez que viste a Meriel?
Meeson sacudió la cabeza.
– ¡Como si necesitara hacerme esa pregunta! ¡Fue cuando me dirigí directamente a recoger la bandeja! Ella estaba en el descansillo y se lanzó sobre mí como una furia. Me dijo que yo había estado chismorreando cuentos porque le dije a usted que se había manchado de café aquel vestido nuevo que llevaba el día de la fiesta. ¡Y eso es algo que no consentiría a nadie! ¡Chismorreando! ¡Me gustaría saber el secreto de todo aquello! Cuando una se mancha todo el vestido de café, no se puede ocultar, por mucho que se intente. Y, de todos modos, ¿de qué sirve? Yo no le estaba diciendo nada, pero tuvimos una fuerte discusión con Mr. y Mrs. Geoffrey saliendo de sus habitaciones, y con Mr. Ninian y Simmons en el vestíbulo. Meriel tendría que haberse controlado, ¡y así se lo dije! Y, de todos modos, ¡el vestido estaba roto…! Manchado de café o no, ella se lo había roto en el seto del estanque. ¡Y me gustaría saber qué estaba haciendo allí! Así se lo pregunté, y se atrevió a decirme que nunca había estado cerca del estanque. Pero había estado, porque Miss Silver encontró el trozo desgarrado de su vestido, que quedó enganchado en el seto, ¡y así se lo dije! Y lo que la llevó a ese horrible lugar, no lo sabe ni la pobre Mabel, y ni siquiera Dios.
Se detuvo y se produjo un silencio, hasta que Miss Silver dijo:
– Mr. Ford, ¿oyó usted todo eso?
– Estaban discutiendo -dijo, con voz pesada-. Pero eso no era nada nuevo. Oí algo de lo que decían.
– ¿Y usted, Mrs. Geoffrey?
– ¡Oh, sí! Meriel estaba descontrolada. No importa, ya sabe. Era muy irritable.
– ¿Pero oyó usted todo aquello sobre el vestido desgarrado junto al estanque?