Le concedió un poco más de atención de lo que había hecho hasta entonces. El pelo, remilgadamente arreglado, el vestido de lana verde-salvia, la bolsa de labor de punto, alegremente floreada…, no se distinguía del tipo de dama anciana que frecuentaba casas de huéspedes menos caras que ésta. Pero la expresión de inteligencia despierta ya era algo más insólita. Cuando ella abrió la puerta de una pequeña habitación y le precedió, no tuvo la menor vacilación en seguirla.
Evidentemente, el lugar no parecía haber sido utilizado desde hacía algún tiempo. Había una mesa de despacho, y algunas estanterías, pero el ambiente era frío. Cuando Martin se volvió, después de cerrar la puerta, Miss Silver estaba en pie, junto a la chimenea. Habló mientras él se acercaba.
– Como se trata aquí de un caso de asesinato, creo que hay cosas que debe usted saber.
Su voz era tan solemne, y su aire el de una persona tan seria y responsable, que se encontró observándola con atención. Hasta ahora, la había considerado simplemente como una amiga cualquiera que estaba visitando a Adriana Ford, por pura casualidad, cuando sucedió la segunda tragedia. El hecho de que, al parecer, sólo estuviera en la casa desde hacía poco más de veinticuatro horas, parecía relegarla a una segunda posición secundaria, de relativa importancia, dejándola al margen de cualquier posible conexión con la muerte de Miss Preston. Ahora, sin embargo, no estaba tan seguro de esto. Ante su ceño ligeramente fruncido, ella se dirigió hacia una silla y le indicó otra, haciendo ademán de que se sentara. El superintendente se encontró obedeciendo sin rechistar, con la extraña sensación de que el desarrollo de la entrevista se le había escapado por completo de las manos.
Miss Silver se sentó y dijo:
– Creo que es el momento de que sepa usted que estoy aquí en calidad de agente investigador privado.
Difícilmente podría haberse sorprendido más si le hubiera dicho que estaba allí como hada madrina o como primera sospechosa de asesinato. De hecho, el papel de hada madrina habría parecido incluso más apropiado. Bajo su mirada de incredulidad, ella abrió la bolsa de labor de punto, extrajo un ovillo de lana blanca y empezó a tejer.
– Me sorprende usted -dijo Martin sonriendo.
– Miss Adriana Ford se dirigió a mí hace aproximadamente quince días, en busca de ayuda profesional. Se hallaba en un estado de considerable ansiedad y tensión porque tenía alguna razón para pensar que se había atentado contra su vida.
– ¡Qué!
Miss Silver inclinó su cabeza.
– Al parecer, hubo tres incidentes. A principios de esta primavera, se cayó por las escaleras y se rompió una pierna. Ella creía que fue empujada. Durante los meses siguientes se vio reducida a la situación de inválida, confinada en sus habitaciones. Ocurrieron entonces otros dos incidentes más. Una sopa que se le sirvió despedía un olor extraño y ordenó que la tiraran. El tercer incidente, que sucedió no hace mucho tiempo, tuvo que ver con un tubo de pastillas para dormir. Al ponerlas sobre la palma de la mano para seleccionar la dosis apropiada, vio que una de las pastillas era de un tamaño y forma diferentes a las demás. La tiró por la ventana. Naturalmente, hará usted la observación, como yo la hice, de que tanto la sopa como la pastilla tendrían que haber sido analizadas.
– Desde luego… si sospechaba que habían sido manipuladas.
Miss Silver tosió ligeramente.
– No sé si está usted familiarizado con Adriana Ford, pero un estudioso de la naturaleza humana como es usted, no puede haber dejado de observar que se trata de una persona de carácter impulsivo y decidido. En la cuestión de la sopa y de la pastilla, actuó por impulso. En la entrevista que mantuvo conmigo, mostró un carácter muy decidido.
– ¿Qué quería que hiciera usted?
– Nada, superintendente. Al contármelos, estos tres incidentes dejaron de preocuparla. Dijo algo que me pareció evidente: que toda la cuestión podía haberse montado a partir de muy poca cosa. Por lo que ella era capaz de recordar, no había nadie en el descansillo de la escalera, detrás de ella, cuando se cayó. La sopa era de champiñones, y cabía la posibilidad de que se hubiera introducido algún hongo no comestible, por puro accidente. En cuanto a la pastilla de tamaño diferente, podría haber sido resultado de una defectuosa fabricación. Me dijo que su mente quedaba por completo aliviada y que no deseaba que yo hiciera nada. Yo le aconsejé que abandonara su actitud de inválida, que tomara las comidas con la familia y que mantuviera alerta. Creo que ha seguido este consejo.
El superintendente hizo un gesto de asentimiento.
– ¿Y cuándo volvió a ponerse de nuevo en contacto con usted?
– El miércoles por la noche. Yo había visto una breve noticia sobre la muerte de Miss Preston en el periódico del lunes, pero Miss Ford no me llamó por teléfono hasta el miércoles. Me pidió que acudiera en el tren de las diez y media del día siguiente, y así lo hice. Eso fue ayer. A mi llegada, Miss Ford me informó de que la investigación judicial sobre la muerte de Miss Preston había tenido como resultado un veredicto de muerte accidental, pero, gracias a una circunstancia de la que también me informó, y que no fue comunicada a la policía, parecía haber alguna duda al respecto.
– ¿De qué circunstancia se trata, Miss Silver?
Dejó la labor de punto sobre el regazo y descansó las manos sobre ella.
– Me dijo que Miss Preston llevaba un abrigo de un dibujo muy llamativo: grandes cuadros negros y blancos con una raya de color esmeralda. Este abrigo pertenecía a Miss Adriana Ford. Ella había decidido regalárselo a Miss Preston, pero Miss Meriel Ford se opuso. Hubo una discusión al respecto y Miss Adriana pensó que sería mejor no insistir por el momento. Hizo que dejaran el abrigo colgado en el guardarropa de aquí abajo, manteniendo su propósito de entregárselo a Miss Preston al final de su visita. Probablemente, Miss Preston ya lo consideraba como suyo, aunque Miss Adriana tenía la intención de seguir poniéndoselo hasta el momento de entregárselo.
El superintendente se inclinó hacia adelante.
– ¿Está sugiriendo que fue una víctima equivocada porque llevaba el abrigo perteneciente a Adriana Ford?
Miss Silver le miró con firmeza.
– Creo que eso es lo que piensa Miss Ford.
– No hay pruebas -dijo el policía.
Miss Silver volvió a coger la bolsa de labor de punto.
– Ninguna, superintendente. Pero podría haberlas habido si Miss Meriel Ford no hubiera muerto.
– ¿Qué quiere decir con eso?
Miss Preston se cayó o fue empujada al estanque en algún momento posterior a las seis y media, mientras se estaba celebrando la fiesta. Adriana Ford vio a ella y a Meriel en el salón, hasta esa hora. Meriel Ford llevaba puesto un vestido de un color rosado fuerte. Yo encontré un pequeño trozo de ese vestido, enganchado en el seto que rodea al estanque.
– Podía haber quedado enganchado allí en cualquier momento.
– Creo que no. Era un vestido nuevo, y se lo ponía por primera vez. Durante algún tiempo, después de las seis y media, nadie pareció haber visto a Meriel. Más tarde, Mee- son, la doncella de Adriana, vio a Meriel Ford con manchas de café en la parte delantera del vestido. Y más tarde, cuando los invitados ya se habían marchado, ella se cambió de vestido.
– ¿Y adonde quiere ir a parar con todo eso?
– Creo que Meriel estuvo efectivamente en el estanque entre las seis y media y el momento en que Meeson la vio. Nunca se había puesto aquel vestido con anterioridad, y el lunes lo envió a la lavandería. Por lo tanto, ese trozo de su vestido no pudo quedar enganchado en el seto en ningún otro momento. El café derramado sobre el vestido sugiere que se lo había manchado previamente, así como desgarrado, y que las manchas eran de tal naturaleza que creyó necesario ocultarlas con café. Creo que estuvo en el estanque y que allí escuchó o vio algo que la hizo peligrosa para la persona que empujó a Miss Preston. Creo que hubo tal persona y que Meriel Ford poseía alguna clave para descubrir su identidad. Es muy significativo que su muerte ocurriera poco después de una violenta disputa entre Meeson y ella misma. Esta discusión se produjo en el descansillo de las escaleras. Fue, sin duda alguna, escuchada por Mr. y Mrs. Geoffrey Ford, por Mr. Ninian Rutherford y por el mayordomo Simmons. Podría haber sido escuchada por casi todos los habitantes de la casa. En el transcurso de la discusión, Meeson afirmó que yo había encontrado un trozo desgarrado del vestido de Meriel en el seto del estanque y Meriel la acusó en voz alta de ir contando chismorreos por ahí. Me resulta difícil creer que esta escena no tiene relación alguna con la que sucedió después.