El superintendente Martin se encontraba atrapado entre dos actitudes. Por un lado se sentía impresionado, por otro no tenía el menor deseo de estarlo. Se veía a sí mismo como un hombre que trata de ordenar un difícil rompecabezas y a quien una persona extraña e intrusa ofrece la pieza que le faltaba. La gratitud es raras veces la recompensa del observador que llega a ver más cosas del juego que uno mismo. Pero, a la vez, era un hombre justo y demasiado inteligente para no reconocer la inteligencia en otra persona. Ahora, la reconoció en Miss Silver y aunque no estaba preparado para aceptar sus razonamientos, sí lo estaba para, al menos, considerarlos. Mientras daba vueltas en su mente a todas estas cosas, se dio cuenta de que Miss Silver esperaba que dijera algo. Ella no hacía ningún gesto, ni mostraba ninguna señal de desear interrumpir el hilo de sus pensamientos. Permanecía sentada, haciendo punto tranquilamente, con una actitud atenta. Se le ocurrió pensar que le gustaría saber qué impresión le había causado la escena de la sala de estar, la noche anterior. Con cierta brusquedad, preguntó:
– Usted estaba en la sala de estar anoche, cuando Mr. Ford abandonó la habitación y cuando Meriel Ford le siguió. ¿Le importaría decirme lo que ocurrió?
Así lo hizo, sin comentario alguno, con su habitual actitud cuidadosa y exacta. Una vez terminado el relato, preguntó:
– Miss Johnstone y Mr. Rutherford no entraron en la sala de estar hasta que se hubo marchado Mr. Ford, ¿no es eso?
– Unos minutos después.
– ¿Y cuánto tiempo transcurrió antes de que Meriel Ford subiera a buscarle?
– No mucho. No más de cinco minutos. Se habló algo sobre Mrs. Somers, que había llamado por teléfono la madre de la niña. Y entonces, Miss Meriel sugirió que podrían ponerse a bailar. Cogió un disco, lo volvió a dejar casi inmediatamente y dijo: «Iré a traer a Geoffrey. Es una tontería que se marche así, para escribir cartas. Además, ¿hay alguien que crea en ellas? ¡Yo no! ¡O quizá Esmé Trent le eche una mano!»
– ¿Y dijo eso delante de Mrs. Geoffrey Ford?
– Sí.
– ¿Dijo ella algo?
– En aquel momento no. Pero poco después, cuando hice referencia al niño pequeño que va a las clases de la vicaría, Miss Adriana Ford dijo que era el hijo de Mrs. Trent y que ella descuidaba su educación. Entonces, Mrs. Geoffrey pareció sentirse muy afectada. Dijo que Mrs. Trent era una mujer inmoral y le dijo a Miss Adriana Ford que no debería haberla invitado a la casa.
– ¿Y qué dijo Adriana Ford a eso?
Miss Silver tosió.
– Dijo que no era censora de moralidades y le dijo a Mrs. Geoffrey que no fuera tonta.
– Una agradable atmósfera familiar -comentó Martin con sequedad.
– Si me permite decir una apropiada cita de las obras del fallecido Lord Tennyson… «Los modales no son gratuitos, sino el fruto de una naturaleza leal y una mente noble.»
El policía lanzó una breve risilla.
– ¡No parece que haya mucho de eso aquí!
En esta ocasión Miss Silver dijo una cita del libro de oraciones:
– «La envidia, el odio, la malicia y la falta de caridad.» Allí donde existen, nos encontramos con los ingredientes de un crimen.
– Bueno, supongo que eso es cierto. Al menos, a ninguna de estas personas parece importarle pisotear los sentimientos de los demás. Debe usted haber pasado una velada agradable…, no me asombra que estuviera lista para marcharse a la cama a las nueve y media. Volvamos un momento a Meriel Ford. No espero una respuesta definitiva a esto, pero si tiene usted alguna impresión sobre el tema, me encantaría saber de qué se trata. La joven salió a buscar a Geoffrey Ford y, por lo que cada cual está dispuesto a admitir, ha sido ésa la última vez que fue vista con vida. Por la actitud que demostró, ¿cree que hubo alguna posibilidad de que su afirmación de que iba a seguirle no fuera más que una excusa para salir de la habitación…, como la de él al decir que iba a escribir unas cartas? ¿O cree usted que tenía un serio interés en lograr que regresara al salón?
Miss Silver dio un estirón de su ovillo de lana. Al cabo de un momento, contestó:
– No puedo contestar a eso de un modo directo. Por lo que se me ha dicho y por lo que yo misma he podido observar, Meriel era una de esas personas que siempre tratan de convertirse en el centro de atención. Se sentía notablemente vejada y celosa por el hecho de que las atenciones de Mr. Rutherford se dedicaran a Janet Johnstone. Sus observaciones sobre Mrs. Trent sugirieron un resentimiento personal. Ponían de manifiesto una actitud celosa hacia Mrs. Geoffrey. Creo que estaba ansiosa de atraer y mantener la atención, tanto de Mr. Rutherford como de Mr. Ford.
– No se le pasa nada por alto, ¡eh! -dijo Martin.
Miss Silver le dirigió una sonrisa seria.
– Estuve comprometida algún tiempo con la profesión escolástica. La naturaleza humana se pone de manifiesto con mucha sencillez en las aulas del colegio. «El niño es padre del hombre», como dice Mr. Wordsworth.
El policía asintió con un gesto de cabeza.
– ¿Cree usted que ella siguió a Geoffrey Ford? Sabemos que ella salió. El admite que fue a ver a Mrs. Trent. Si Meriel Ford le siguió hasta allí, ¿qué le llevó después a acudir al estanque?
Miss Silver hacía punto con expresión pensativa. Tras un momento de silencio, dijo:
– Esta mañana he ido andando al supermercado y a la oficina de correos. Se encuentra muy cerca, frente a la casa del guarda ocupada por Mrs. Trent. Ella salió de casa y se dirigió hacia la parada de autobús. Una vez se hubo marchado el autobús, salió el niño pequeño y echó a correr hacia la vicaría. Creí que era una buena oportunidad de observar los alrededores de la casa. La verdadera entrada, como sin duda sabe, se encuentra al lado del camino. Me dirigí por ese camino hasta la puerta principal y después rodeé la casa. Las ventanas de la sala de estar dan al jardín. Debajo de ellas hay un macizo de flores descuidadas y llenas de malas hierbas. Hay espliego y margaritas que necesitan una buena poda. Como recordará usted, ayer por la mañana llovió. Las calles todavía estaban mojadas cuando llegó mi tren, pero el tiempo se ha mantenido seco desde entonces. El suelo del macizo de flores aparecía blando y húmedo. Había huellas claras de que una mujer había permanecido fuera, en la ventana, durante un corto espacio de tiempo. Las huellas son profundas, especialmente las del pie derecho. Si las observa usted, creo que se dará cuenta y estará de acuerdo conmigo en que allí estuvo una mujer en algún momento después de la lluvia y que se inclinaba hacia adelante, apoyándose en su pie derecho. Esta actitud sugiere que o bien estaba escuchando o mirando hacia el interior. Para mantener su equilibrio habría tenido que apoyarse con las manos sobre el alféizar de la ventana. Quizá una prueba de huellas dactilares determine si esa mujer fue Meriel Ford.