– Dije que me quedaría -afirmó, sacudiendo la cabeza.
– Y yo digo que no quiero que te quedes. Por todo lo que sabemos, parece que tenemos entre nosotros a un maníaco homicida, y quiero que te marches antes de que ocurra otra cosa.
– ¡Eso son tonterías! -exclamó ella.
– ¿De veras? Has estado controlando tus reacciones, pero sabes muy bien que a mí no me puedes engañar. ¿Me vas a decir que no tuviste esa misma impresión cuando el superintendente habló de los palos de golf? Si no fue así, ¿por qué ocultaste tu rostro en mi hombro y temblaste como una hoja?
– ¡No lo hice!
– Pues claro que lo hiciste. Fue la mejor imitación de una hoja sacudida en toda mi larga y variada experiencia. Si no te hubiera rodeado con mi brazo, probablemente te habrías desmayado.
– ¡Yo no me desmayo!
– No sabes lo que eres capaz de hacer hasta que sucede. Querida, por favor, márchate -le dijo, rodeándola con sus brazos y hablando con una voz suave-. Te quiero mucho.
Janet lanzó una risa temblorosa.
– No, en realidad no me quieres.
– ¡De veras…, absolutamente…, definitivamente! ¡Mi jo Janet!
– Ninian, no puedo.
– ¿Por qué no?
– Dije que me quedaría.
En lo hondo de su mente, se dio cuenta de que si ahora le dejaba el camino libre, Ninian empezaría a recorrerlo y antes de que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, estarían casados y ella estaría viviendo en el piso de las cortinas de flores. El simple hecho de que este pensamiento la hiciera sentirse como si se hubiera bebido dos copas de champaña era una prueba positiva de que te nía que resistir sus impulsos. El matrimonio era la clase de cosa a la que había que acudir muy sobria y sabiendo lo que se hacía, con la debida reflexión sobre la posible aparición de otra Anne Forester. No era, en modo alguno, algo en lo que debiera embarcarse con una cabeza atolondrada, con un corazón que latía demasiado de prisa, y con una fuerte predisposición a llorar sobre el hombro de Ninian.
– Ahora crees que me amas -dijo-, porque hemos estado separados el uno del otro y porque todos estamos tensos y agotados.
– No creo que te amo -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Lo sé. Siempre lo he sabido, y siempre lo sabré. Y quiero que esta misma tarde te marches a Londres.
Siguieron hablando. Janet no estaba dispuesta a ceder. Adriana le había pedido que se quedara hasta después de la investigación judicial, y ella también creía que era lo más correcto por su parte. Por otro lado, era casi seguro que Star llamaría por teléfono, pidiendo que le trajeran más cosas a la ciudad tanto para ella como para Stella.
Estas consideraciones y los sentimientos que provocaron, sirvió para aislarles un poco de la atmósfera de oscuridad y pesimismo reinante en el círculo familiar. Adriana se había retirado a un silencio casi total. Contemplaba el desmoronamiento del estilo de vida que había llevado basta entonces. Geoffrey Ford hablaba, a intervalos, del tiempo, o sobre la situación política, o sobre cualquier cosa que se le ocurriera, excepto sobre el tema que ocupaba los pensamientos de todos ellos. Nadie mencionaba los palos de golf, ni a la policía, ni el hecho de que todos tendrían que pasar por una nueva investigación judicial al cabo de un día o dos, y que, en esta ocasión, habría un veredicto que no sería de muerte accidental, sino de asesinato premeditado.
Durante la cena, hubo una conversación de carácter general, pero cuando el grupo se dirigió a la sala de estar, Adriana tomó un libro, Geoffrey se retiró detrás de un periódico y con las sillas dispuestas de manera que dejaran un sofá entre las ventanas para Ninian y Janet, la conversación del grupo sentado alrededor del fuego de la chimenea, se redujo a la mantenida entre Miss Silver y Edna Ford.
Las conversaciones en las que Edna participaba eran consideradas como cosa ya sabida. Había en ellas una especie de característica lastimera, puesto que, independientemente de lo que dijera su interlocutor, Edna no respondía a las observaciones, sino que seguía hablando de lo mucho que habían aumentado los precios, de las dificultades de obtener buena servidumbre y del deterioro de su calidad, junto con temas como su propia salud, la falta de consideración que recibía, y el ocaso general de todo y en todas direcciones. En esta ocasión, su tema era la extrema incomodidad de las casas antiguas.
– Desde luego, no se puede esperar ninguna comodidad en una casa que tiene más de cien años de antigüedad. Y esta casa es mucho más antigua… y está decayendo. Claro que en aquellos tiempos tuvieron que construir cerca del río, por lo del suministro de agua. Es muy antihigiénico.
Adriana levantó los ojos de su libro. Se encontraba a la distancia suficiente como para que la crítica no llegara hasta ella, pero, por otra parte, no era imposible que llegara. Sin embargo, en su mirada no había una expresión de ofensa. Pasó su mirada reflexivamente sobre Edna durante un instante y después volvió a la página que no había sido vuelta desde hacía largo rato. Ahora, la volvió.
Edna estaba sentada allí, imperturbable con su viejo vestido negro, que consideraba apropiado por el hecho de que se hubiera producido una muerte en la familia. Como la chaqueta y la falda que había llevado durante el funeral del día anterior, le caían los hombros, poniendo de manifiesto que había perdido peso. Sobre su largo cuello en el que ni siquiera lucía un collar de perlas, la piel aparecía sin vida y de un color cetrino. No había en ella nada de color, en ninguna parte…, ni en los ojos pálidos, ni en las pestañas pajizas, ni en el pelo deslucido. Hasta los colores de su bordado de seda parecían pálidos. Dio una puntada y dijo:
– Todo el sistema de cañerías está terriblemente anticuado. Se necesita demasiado combustible para calentar el agua, y no…, no creo que Mrs. Simmons entienda eso. El calentar el agua exige un enorme consumo de carbón, y ella no tiene la menor idea de economía. Sin embargo, en una de esas bonitas y pequeñas casas modernas, se lograría por lo menos el doble de agua caliente, con la mitad de gasto.
Miss Silver le sonrió animándola. Sostenía puntos de vista bastante decididos sobre los inconvenientes de las casas antiguas, pero no habría considerado cortés expresarlos cuando, posiblemente, podrían ser escuchados por su anfitriona. Sin embargo, no tenía el menor deseo de impedir que Edna Ford dijera todo lo que se le ocurriera. Tras haber sonreído, observó que muchas de las casas que se construían ahora eran de un diseño muy cómodo, aunque, desde luego, no poseían el romántico estilo de los edificios antiguos.
Edna respondió con una voz lastimera.
– Todas estas casas antiguas fueron construidas cuando la gente podía disponer de verdaderos enjambres de servidores. Ahora, una villa moderna y pequeña puede ser dirigida con mucha facilidad, y es muchísimo más cómodo vivir junto a una calle asfaltada y con una iluminación conveniente. En realidad, nunca me he acostumbrado a salir fuera en la oscuridad. Eso siempre me pone nerviosa. El invierno pasado, después de haber estado tomando el té en la vicaría, tuve que subir el camino, de regreso a. casa. Claro que tenía mi linterna, no iría a ninguna parte sin ella, y Geoffrey me dijo que fue eso probablemente lo que la atrajo. Pero fue de lo más desconcertante…, una gran lechuza revoloteó por encima de mi cabeza. Me dio un susto muy grande, bajando de repente, sin ningún ruido toda aquella mole de color blanco.
Miss Silver dio un ligero estirón de su ovillo de lana.
– Una experiencia muy desagradable.
– Desde entonces, no he vuelto a salir sola. Me pone nerviosa. Antes de casarnos, cuando vivíamos en Ledchester, no me importaba salir en absoluto. Éramos cuatro, así es que siempre había alguien con quien salir, y las calles estaban muy bien iluminadas. Y, desde luego, hay muchos más hombres en una ciudad. En el campo, hay tan pocos -se inclinó entonces hacia Miss Silver y bajó el tono de su voz-: Eso es lo peor de todo…, los pocos que hay, siempre son perseguidos. No importa que sean casados o no, ¡son perseguidos! Y las mujeres jóvenes no parecen avergonzarse en absoluto por ello. Esa mujer de la que estaban hablando arriba, Esmé Trent…, siempre estaba llamando por teléfono a Geoffrey y pidiéndole que jugaran al golf juntos.