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– ¿De veras?

Edna asintió.

– No resultaba fácil encontrar excusas cuando te hacen preguntas a bocajarro. Desde luego, ella nunca me lo pidió a mí. No es que yo hubiera jugado en el caso de que ella lo hiciera… realmente, no soy lo bastante fuerte como para jugar. Ya hace años que lo he dejado.

– ¿Y a Mrs. Trent le gusta jugar?

– A ella le gusta cualquier cosa que le ayude a entenderse con un hombre. Ha perseguido bastante a Geoffrey. Y ya sabe usted cómo son los hombres… refunfuñan sobre esa clase de cosas, pero les pone como pavos reales.

Miss Silver se preguntó si aquellas palabras habían llegado a oídos de Geoffrey Ford. El y Adriana se encontraban a un lado de la amplia chimenea y ella y Mrs. Geoffrey estaban al otro lado. The Times impedía verle, y él parecía estar leyéndolo página por página. De vez en cuando, pasaba una página haciendo mucho ruido. Podía estar escuchando, o no. Miss Silver pensó que, probablemente, la conversación de su esposa no despertaba ningún interés en él, a menos que el nombre de Mrs. Trent hubiera llamado su atención. En cualquier caso, le sería bastante difícil escuchar lo que se había dicho. Era evidente que Edna Ford deseaba minimizar el efecto que podía haber producido en Miss Silver su explosión sobre Esmé Trent. Geoffrey debía ser presentado, no como cazador, sino como cazado, y Mrs. Trent como la atrevida mujer que perseguía una presa poco dispuesta a dejarse atrapar. Y si tenía que llevarse a cabo algún interrogatorio sobre palos de golf, debía quedar muy claro que Esmé Trent era gran aficionada a este juego.

Mirando momentáneamente en dirección a Adriana, pensó que sus finos ojos mostraban un brillo sardónico. Se encontraron con los suyos por un brevísimo espacio de tiempo, pero ella ya no estuvo tan segura de que la conversación de Mrs. Geoffrey no hubiera sido escuchada.

Cuando se dirigieron a sus habitaciones, esta sospecha quedó confirmada. Adriana la siguió a su habitación, preguntando a la ligera si tenía todo aquello que deseaba, y cerrando la puerta tras ella, se dirigió hacia una cómoda silla situada junto al fuego y se sentó en uno de los brazos. Hizo un gesto de asentimiento en dirección a la calefacción eléctrica de la chimenea.

– Le pedí a Meeson que la encendiera. Esta noche hace fresco, y esta habitación es fría. Como dice Edna, las casas antiguas son frías -sus cejas se alzaron en una expresión interrogante y siguió diciendo-: Bueno, ahora ya sabe prácticamente todo lo que hay que saber de ella, ¿no es cierto? Viven aquí porque no tienen dinero suficiente para vivir en ninguna otra parte, y ella detesta cada uno de los minutos que se ve obligada a pasar en esta casa. Geoffrey, por otra parte, lo encuentra todo extremadamente agradable. Tal y como ella estaba observando, los hombres con personalidad, son una especie de premio en este vecindario. Geoffrey es un hombre con personalidad, y además, le gusta ser un premio. No creo que sus asuntos sean muy serios. Pero, desde luego, hay que tener en cuenta la desventaja del campo, donde todo el mundo termina por enterarse de ellos, y ciertamente no pierden mucho en boca de las chismosas. Meeson me ha dicho que se ha llegado a hablar de la prima del vicario. ¡Qué bonito para una vicaría! -se echó a reír, sin sentirse divertida-. Es la que enseña a las niñas, y es poca cosa para Geoffrey, pero me atrevería a decir que se la encontró a medio camino. Esas pegadizas y delicadas criaturas suelen hacerlo. Quieren a un hombre que las proteja y por aquí no hay hombres suficientes… al menos no en un lugar como Ford.

Miss Silver se había sentado al otro lado de la chimenea.

– Creo que la vi cuando me dirigí al pueblo -dijo-. No parecía ser una persona muy fuerte.

Adriana frunció el ceño.

– No. Claro que no es importante, y Edna tiene unos celos absurdos. Ella misma consiguió a Geoffrey en una competencia no muy seria, y bajo la capaz dirección de su propia madre. Cuando él trató de desembarazarse del asunto, entró en escena el padre. Creo que Geoffrey pensó que le dejaría al margen de mi testamento si se veía envuelto en una ruptura de compromiso, así es que se abandonó en sus manos. La idea que Edna se hace del paraíso consiste en regresar a Ledchester o a uno de los barrios residenciales de

Londres para vivir en una casa de seis habitaciones, con todos los servicios modernos. Uno de esos barrios residenciales sería real mente lo mejor desde su punto de vista, porque allí siempre hay muchos hombres. Trabajan en Londres, pero regresan a casa a jugar, de modo que Geoffrey no sería el único disponible en la zona. De todos modos, ella es bastante tonta, porque vayan adonde vayan siempre habrá otras mujeres, y allí donde haya otras mujeres, Geoffrey echará a correr tras ellas. Edna nunca logrará cambiarle.

– ¿Y por qué no le permite usted marcharse? -preguntó Miss Silver.

– Ella no se marcharía sin Geoffrey y yo no me atrevería a vivir aquí sin tener a un hombre en la casa. Edna puede hacer lo que quiera cuando yo haya muerto. ¿Le he dicho que le he dejado una pensión vitalicia?

– Sí -contestó Miss Silver.

Adriana esbozó una breve sonrisa.

– No quiero que Geoffrey la abandone. Lo haría si el dinero fuera suyo, o aunque sólo se tratara de la mitad. Y ella se desmoronaría si él lo hiciera así. Mientras sea ella quien posea el dinero, él no se atreverá. Además, es un tonto con las mujeres y no me agrada la idea de que, por ejemplo, Esmé Trent se gaste mi dinero.

Miss Silver había dejado su bolsa de hacer labores. Se sentó con las manos plegadas sobre su regazo y miró muy seriamente a Adriana.

– Miss Ford, está cometiendo usted un error.

– ¿De veras? -los ojos oscuros se encontraron con los suyos. Había en ellos una expresión de desdén.

– Creo que sí. Y como ha comprometido usted mis servicios profesionales, creo que debo darle una opinión honrada. Es un error utilizar los argumentos financieros para inducir o estimular las acciones de otras personas. De ello se pueden derivar repercusiones deplorables. Desde que he llegado a esta casa, me he sentido impresionada por la ausencia de amabilidad entre sus miembros. Excluyo de esta opinión a Mr. Rutherford y a Miss Johnstone, que realmente no pertenecen a ella, y que evidentemente están muy enamorados.

Adriana la miró con una expresión que parecía de enojo. Ella sostuvo la mirada, y siguió diciendo, con una tranquila autoridad:

– Usted fue capaz de pensar que alguien de esta casa se había atrevido a atentar contra su vida. Me dio la impresión de que no pudo usted excluir a nadie de sus sospechas.

– A Star… a Ninian -dijo Adriana.

– Pensé que ni siquiera estaba completamente segura de ellos. Eso fue lo primero que me impresionó: que no se produjo ninguna reacción, tal y como se podía producir, allí donde hay verdadera confianza y afecto.

Los labios de Adriana estaban secos. Los movió para decir:

– ¿Hay muchas personas de las que usted pueda sentirse muy segura?

Miss Silver fue consciente de un humilde agradecimiento cuando contestó sencillamente:

– Sí.

Los labios secos volvieron a hablar.

– Entonces, es usted muy afortunada. Continúe.

– Me encontré con una dolorosa sensación de tensión existente entre Mr. y Mrs. Geoffrey, y entre Miss Meriel y todos los demás miembros de la casa. A nadie le gustaban los demás, ni era querido por los demás. Anoche, Meriel se encontró con una muerte trágica y resulta difícil no llegar a la conclusión de que fue asesinada porque sabía demasiadas cosas sobre la muerte de Mabel Preston. Sabemos que hubo por lo menos cuatro personas que escucharon a Meeson decir que aquel trozo de su vestido había sido encontrado junto al estanque. Sabemos que ese trozo indica que ella estuvo en las cercanías del estanque, aproximadamente a la misma hora en que Mabel Preston fue ahogada. Cualquiera de esas cuatro personas podría haber comentado lo que escucharon. Si esa información llegó a oídos del asesino, debió producirse una reacción instantánea y peligrosa. La persona que pudiera haber sido vista en el estanque aquel sábado por la noche, se encontraba en inminente peligro. Sólo una acción inmediata podía impedir su descubrimiento. Y yo creo que se emprendió entonces la acción.