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– Sí -dijo Adriana.

Fue simplemente una palabra, surgiendo de las profundidades de su garganta.

Se produjo un silencio en la habitación. Cuando ya duraba algún tiempo, Miss Silver dijo, en tono reflexivo:

– Además de las cuatro personas que escucharon lo que Meeson dijo sobre la presencia de Miss Meriel en el estanque, hay otros tres nombres más que quizá deban ser mencionados.

– ¿Qué nombres?

– El mío para empezar. Me gustaría aprovechar esta oportunidad para asegurarle que no hablé de la cuestión con nadie. ¿Puede decir lo mismo usted?

La mano de Adriana se alzó de su rodilla, y volvió a caer.

– Yo no hablé del asunto -después, tres una breve pausa, añadió-: Dijo usted tres nombres.

Miss Silver la estuvo observando atentamente.

– Estaba pensando en Meeson.

Vio cómo Adriana se removía y enrojecía. Habló con enojo y énfasis.

– ¡Oh, no! ¡Meeson no!

– Ella lo sabía.

– He dicho que Neeson no.

– Ha comentado usted antes que a Mrs. Geoffrey le gustaría abandonar la Casa Ford. ¿Cree que es la única en pensar así? ¿Le gusta a Meeson vivir en el campo?

– ¡En qué está pensando! -y Adriana se echó a reír brevemente-. ¡Lo detesta! Ella es de Londres. No es una zona residencial lo que busca, sino algo mejor. Siempre está encima de mí, diciéndome que abandonemos este lugar y tomemos un piso donde vivíamos antes.

– ¿Sabe ella que le ha dejado algo en su testamento?

– Meeson lo sabe casi todo sobre mí. Y no va usted a hacerme creer que ha sido Ger- tie Meeson la que ha estado representando comedias para conseguir lo que yo le he dejado. ¡Nunca me hará creer nada de eso!

– Así es que, por lo menos, hay una persona de la que usted se siente muy segura.

Adriana se levantó.

– ¡Oh, sí! Estoy segura de Gertie -afirmó.

36

Cuando el superintendente Martin dejó la Casa Ford tuvo muchas cosas en qué pensar. Al final, decidió ir a ver a Randal March, el jefe de policía de Ledshire. Después de algunas observaciones sobre el tema de la muerte de Meriel Ford y sobre el hecho de que no existía prueba irrefutable de que hubiera sido asesinada, Martin dijo, con actitud exploratoria:

– Hay, en aquella casa, una tal Miss Silver.

Hubo un tiempo en que el elegante y robusto jefe de policía fue un niño pequeño consentido y delicado. No se le había considerado lo bastante fuerte como para ir a la escuela y, en consecuencia, había compartido las lecciones de su hermana durante algunos años. Aquella clase estuvo presidida por Miss Maud Silver, con una firmeza y tacto que se ganó todo su respeto y afecto. Siempre se entendió bien con la familia y cuando, en años posteriores, sus caminos se volvieron a cruzar, se encontró con que el afecto y el respeto se habían intensificado. Él era entonces el inspector March y ella ya no era institutriz. Se unieron para actuar sobre el caso de los Caterpillar envenenados, y él tuvo que admitir que su habilidad y coraje le habían salvado la vida. Desde entonces, se encontró con ella unas cuantas veces, como profesional.

Observó al superintendente con una expresión de consideración y dijo:

– Conozco muy bien a Miss Silver.

– Creí recordar su nombre, señor. ¿No tuvo ella algo que ver con ese asunto de Catherine Wheel?

Randal March asintió.

– Ha tenido que ver con un buen número de casos en Ledshire. ¿Cómo es que se halla metida en éste?

Martin se lo contó.

– ¿Y qué dice Miss Silver al respecto?

Martin también se lo contó, y terminó diciendo:

– Y lo que me estaba asombrando fue justamente que me di cuenta…

El jefe de policía se echó a reír.

– Le aconsejo que esté atento y tome buena nota de cualquier cosa que diga Miss Maud. No diría que nunca se equivoca, pero creo que normalmente tiene razón en lo que dice. Tiene una mente muy aguda, justa y penetrante y tiene lo que nunca podrá tener un policía: la oportunidad de ver a la gente sin que ésta se ponga en guardia. Nosotros llegamos después del crimen y ponemos a todo el mundo en un estado de nerviosismo. Puede que eso obligue a confesar a una persona culpable, pero también hace que las personas inocentes actúen como si fueran culpables, especialmente en un caso de asesinato. Es asombrosa la cantidad de veces que nos encontramos con personas que desean ocultar algo. Las investigamos, y ellas no hacen más que tratar de protegerse. Pero Miss Sil- ver las ve cuando nosotros hemos cerrado ya la puerta y nos hemos marchado. Esas personas dan un largo suspiro de alivio y se relajan. Los inocentes confían en ella; es una per sona en quien se puede confiar con asombrosa facilidad, y los culpables tienen la impresión de que han sido demasiado inteligentes para con la policía. He visto que estas situaciones producen resultados muy notables.

– Bien, señor -dijo Martin-, es una persona con la que se puede hablar fácilmente, eso es un hecho. Confío en no haberle dicho demasiado.

– Es perfectamente discreta, no se preocupe.

– Y tuvo razón con respecto a las huellas bajo la ventana y sobre las huellas dactilares en el alféizar. Alguien estuvo allí, escuchando. Sólo que no fue Meriel Ford…, las huellas no son las suyas.

Martin siguió hablando con el jefe de policía.

No regresó a la Casa Ford hasta la mañana siguiente. Preguntó por Miss Silver y la esperó en la pequeña habitación donde hablaron la primera vez. Cuando entró, estrechó la mano que ella le tendió, esperó a que se sentara y empezó a hablar.

– Bien, hemos investigado las huellas dactilares existentes en el exterior de la sala de estar de la casa del guarda y son bastante buenas y claras, pero no son las de Miss Meriel Ford.

– ¡Dios mío! -se permitió exclamar Miss Silver.

El policía hizo un gesto de asentimiento.

– Pensaba usted que serían las de ella, ¿verdad? Pues no lo son, y así están las cosas, Tanto las huellas dactilares como las huellas de pisadas se encuentran en el exterior.

Y no son de Mrs. Trent, y tampoco las de su hijo. Ella no ofreció ningún problema en permitirnos que se las tomáramos para compararlas. Bien, las comparamos también con las personas de aquí. Se me ocurrió pensar que podrían haber sido las de Mrs. Geoffrey, pero tampoco lo son, y lo mismo sucede con todos los demás. Desde luego, no se puede decir mucho sobre cuándo fueron hechas, pero está claro que eran frescas. Mientras estábamos haciendo todo esto, fuimos a la puerta principal y al pasillo y a la puerta que da a la sala de estar. Las huellas de Miss Meriel estaban allí, de acuerdo. No es que se pueda asegurar mucho por las manijas de las puertas -estaba todo demasiado mezclado con las huellas de Mrs. Trent y con las de su hijo-, pero había una huella bastante clara de su mano izquierda en la pared del pasillo, como si hubiera entrado en la oscuridad y hubiera tanteado el camino. También había una huella de su mano derecha en el marco de la puerta de la sala de estar, como si hubiera permanecido allí, escuchando.