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– El superintendente no estaba satisfecho -observó Miss Silver seriamente.

Adriana hizo un gesto impaciente.

– Entonces, ¡es un tonto! Cualquiera que piense que Geoffrey es capaz de cometer un acto de violencia es un condenado tonto. Ahora bien, si se tratara de Esmé Trent…, ¡eso ya no lo dudaría!

– ¿Cree usted que ella sería capaz de cometer un crimen violento?

– Creo que es una mujer despiadada e implacable en sus propósitos. Sus instintos son destructivos y su moralidad parece ser muy baja. Y eso lo digo precisamente yo, ¿verdad?, pero es que, además, descuida y maltrata a su hijo, y no me gustan las mujeres que hacen eso. Creo que sería capaz de hacer cualquier cosa que significara un beneficio para Esmé Trent, y si se piensa que Geoffrey iba a recibir mi dinero, supongo que creerá que lo mejor que puede hacer es apartarlo de Edna y casarse con él.

Miss Silver emitió una ligera tosecilla de desaprobación.

– ¿Conoce ella las cláusulas de su testamentó…, que ha dejado a Mrs. Geoffrey una renta vitalicia en el legado de su esposo?

Adriana levantó las cejas.

– ¿Y quién se lo va a decir? Geoffrey lo sabe, porque pensé que sería conveniente que lo supiera, pero no se lo dije a Edna, y estoy absolutamente segura de que él tampoco se lo dijo. Y a Esmé Trent mucho menos. ¡Eso le haría perder muchos puntos ante ella! No me lo imagino fustigando a Edna, ni poniendo sus posesiones a los pies de Esmé. ¡Oh, no! Mantendrá la boca cerrada -hubo entonces un cambio brusco en su actitud y preguntó-: ¿Pensaba usted salir?

Era como si sólo entonces se hubiera dado cuenta de que Miss Silver se había puesto la ropa apropiada para salir.

– Pensé que me gustaría dar un paseo hasta el pueblo. Tengo que enviar una carta.

Adriana se echó a reír.

– Geoffrey tiene cartas que escribir, ¡y usted ahora tiene una carta que enviar! ¡La excusa para conseguir tiempo! Nadie cree en ella, pero sirve. No me asombra que quiera marcharse de esta casa, aunque sólo sea por media hora.

Al llegar al camino central, Miss Silver giró hacia la izquierda. Cuando pasó ante la casa del guarda, apenas si dirigió una mirada. No sentía deseo de dar a Mrs. Trent motivos para suponer que era objeto de interés para la amiga que visitaba Adriana. Lo que le interesaba era determinar la distancia existente entre la casa del guarda y la vicaría, a la que se estaba aproximando ahora. Era, en realidad, una distancia muy corta; sí, muy corta y tanto desde la ventana frontal como lateral de la casa de la vicaría se dominaba perfectamente el camino. Había pensado visitar a Mrs. Lenton para interesarse por la salud de su prima Miss Page, pero cuando aún le quedaba un trozo por recorrer vio a Ellie salir de la casa, dar unos pasos vacilantes por el camino y meterse después en el patio de la iglesia. Llevaba un pañuelo en la cabeza, que ocultaba la mayor parte de su rostro. Miss Silver sólo pudo captar una visión fugaz de su cara, pero recibió una fuerte impresión de palidez y fragilidad.

Aminoró un poco el paso, pasó junto a la casa y siguió a Ellie a una discreta distancia. La joven caminaba con una lentitud dolorosa y en ningún momento miró a su alrededor. Tomó por una senda que rodeaba la iglesia y se introdujo en ella por una pequeña puerta lateral. A Miss Silver siempre le agradaba encontrar una iglesia abierta. A las personas cansadas, viajeras y afligidas no se les debía negar nunca la protección de sus muros. Cuando abrió la puerta y la cerró suavemente tras de sí, se encontró en una dulce semipenumbra. La Iglesia Ford era rica en vidrieras de colores, la mayor parte de ellos antiguos y bien conservados. Había una tumba de piedra a su derecha, con la figura de un cruzado. También había antiguas planchas de bronce en las paredes. El escalón que ella había bajado aparecía gastado por las pisadas de muchas generaciones.

Moviéndose silenciosamente, y pasando junto a una columna que le impedía la vista, se dio cuenta de la existencia de una pequeña capilla a la derecha. Contenía una tumba grande y fea del último período georgiano, con un grueso caballero de mármol que llevaba peluca y estaba sostenido por una serie de rígidos querubines. Casi ocultas por todos estos ornamentos funerarios, pudo ver dos o tres sillas, y en una de ellas estaba sentada Ellie Page, con el rostro oculto entre las manos y la frente apretada contra el mármol de la tumba. Miss Silver se dirigió hacia la silla más próxima y se sentó en ella. No cabía la menor duda de que ambas estaban solas en la iglesia. Podrían haber estado solas en el mundo, tan muerta y silenciosa estaba la atmósfera. Había un olor de cojines antiguos y madera vieja y del fino e inevitable polvo de los siglos. No se produjo ningún ruido, hasta que Ellie empezó a respirar de forma prolongada y dolorosa. Siguió así durante un rato y después cesó. No siguieron los sollozos que Miss Silver había en parte esperado. En su lugar, reinó de nuevo el más completo silencio. Acercándose un poco, pudo ver el perfil elevado de la joven tan blanco como si fuera parte de la tumba contra la que había doblado su frente, ahora alzada mientras los ojos miraban fijamente.

38

Miss Silver se levantó en silencio y avanzó hacia el interior de la capilla. Ellie no se movió. Hubiera resultado difícil decir que respiraba. Parecía helada. No volvió la cabeza hasta que Miss Silver pronunció su nombre y le tocó suavemente en el hombro. Por un momento, sus ojos aparecieron pálidos e inconscientes. Miraron a Miss Silver como si no la vieran. Después emitió otro de aquellos largos y dolorosos suspiros y se reclinó hacia atrás.

Miss Silver se sentó a su lado.

– Está usted enferma, querida.

Se produjo un débil movimiento de la cabeza, un ligero suspiro.

– No…

– Entonces, es que tiene problemas.

La conciencia regresó a los ojos de Ellie. La voz que le estaba hablando era amable… no ansiosa como la de Mary, ni rígida como la de John Lenton. Tenía un calor que reconfortaba, una autoridad estimulante. Había llegado al final de todo lo que podía hacer o pensar. Se volvió hacia Miss Silver y dijo con un tono de voz lastimoso:

– No sé qué hacer…

Según la experiencia de Miss Silver, esto solía significar que la persona en cuestión tenía una idea perfectamente clara de lo que debía hacer, pero se negaba a hacerlo. Con mucha suavidad, dijo:

¿Está completamente segura de que no lo sabe?

Percibió el ligero estremecimiento de la joven.

– Me van a enviar fuera de aquí.

– ¿Quiere decirme por qué?

– Todo el mundo lo sabrá -dijo Ellie Pa- ge-, y no le volveré a ver nunca.

– Quizá sea lo mejor.

Ellie hizo un rápido movimiento.

– ¿Por qué tienen que doler las cosas de este modo? Si no le vuelvo a ver, no lo podré soportar. Y si le veo… -su voz se detuvo, como si ya no le quedara más aire en los pulmones.

– Está hablando de Mr. Ford, ¿verdad? -preguntó, pero con un tono de voz que era más afirmación que pregunta.

Ellie boqueó, en busca de aire.

– Todo el mundo lo sabe… Mary así lo ha dicho…

– Se ha hablado un poco, pero no creo que sea tanto. Mr. Ford suele tener esa forma de actuar. La gente no se lo toma muy en serio.

– Yo sí.