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– Dígame lo que hizo.

Como si fuera un disco de gramófono, Ellie repitió:

– Yo les seguí. No sé por qué lo hice. Tenía miedo. Desearía no haberlo hecho. Desearía… -y su voz se apagó.

– Por favor, continúe.

– Subieron por el camino. Geoffrey no llegó a alcanzarla. Le habría resultado bastante fácil de haberlo intentado, pero no lo hizo. Cuando llegaron a la casa, él entró por la ventana del despacho… está justo al lado. Pero Meriel siguió.

– ¿El no habló para nada con ella?

– ¡Oh, no! Meriel simplemente rodeó la casa y atravesó el prado.

– ¿Y usted la siguió?

– No sabía adónde iba. No sé por qué quería saberlo, pero la seguí. Ella tenía una linterna. Cuando la encendía, podía ver por dónde iba a través del prado, hacia el jardín, donde están la glorieta y el estanque. Me pregunté por qué iba hacia allí…, quería saberlo. Entonces…, entonces se me ocurrió la idea de que alguien me… estaba siguiendo. Cuando me quedaba quieta, podía escuchar unos pasos detrás de mí. Estaba a punto de dar la vuelta a la esquina de la casa, y Meriel ya estaba cruzando el prado. Me quedé completamente quieta detrás de un arbusto, y alguien pasó a mi lado.

– ¿Alguien?

Ellie se estremeció.

– ¿Fue Geoffrey Ford? -preguntó Miss Silver.

El recelo de Ellie a hablar había desaparecido. Las palabras, que tanto le costara pronunciar al principio, fluían ahora con facilidad. Se agarró ahora al brazo de Miss Silver con las dos manos.

– ¡No…, no…, no…! Geoffrey se metió en la casa. No volvió a salir. Fue otra persona. No fue Geoffrey. ¡No fue él! Esa es la razón por la que estoy segura, completamente segura de que él no lo hizo… ¡El no le hizo nada a Meriel! ¡No fue Geoffrey! Fue…, ¡fue una mujer!

– ¿Está segura de eso?

La presión de las manos sobre su brazo era dolorosa.

– Sí…, sí…, ¡estoy segura! Ella vino detrás de mí, y después siguió caminando por el prado, detrás de Meriel. Tenía una linterna, pero no la encendió hasta que Meriel no hubo atravesado la puerta que da al jardín. Tenía una antorcha en una mano, y un palo en la otra. Y se metió en el jardín.

– ¿Ha dicho que tenía un palo?

Ellie contuvo Ja respiración.

– Era un palo de golf… de esos que tienen la cabeza de hierro. La luz se reflejó en él cuando la mujer encendió la linterna. Ella se metió en el jardín y yo me quedé escondida tras un arbusto y esperé. Pensé que si las dos volvían juntas. Meriel podría explicar lo que había ido a hacer allí… o sobre lo de ir a hablar con la policía. O si regresaba sola, quizá yo pudiera hablar con ella… podría preguntarle. ¡Oh! Sé que ahora parece tonto y que ella no me hubiera escuchado, pero tuve la sensación…, tuve la sensación de que debía hacer algo… ¡por Geoffrey! Y entonces vi por un momento la luz sobre la puerta del jardín y una de ellas regresó por el prado. No sabía quién de las dos era. Encendió la linterna. Pasó junto a mí en la oscuridad y se metió en la casa por la ventana del estudio.

– ¿Está segura de eso?

.-¡Oh, sí! Estoy segura. Estoy completamente segura de todo. Quisiera no estarlo. Lo he estado pensando una y otra vez. No puedo olvidar ningún detalle de todo lo ocurrido… ni el más pequeño. ¿Por qué sigue preguntándome si estoy segura?

– Porque, querida, es muy importante. Todo lo que usted vio o escuchó aquella noche es muy importante. ¿Quiere continuar, por favor?

Las manos de Ellie soltaron el brazo.

– Esperé…, seguí esperando…

– ¿Por qué hizo eso?

– Tenía la impresión de que no me podía marchar de allí. Pensaba que Meriel regresaría.

– Pero acaba de decir que no sabía cuál de las dos mujeres había regresado del jardín.

– No era Meriel… No era lo bastante alta. Lo supe cuando pasó a mi lado.

– ¿Cuánto tiempo esperó usted?

Ellie volvió el pelo hacia atrás. Tenía una mirada inquietante.

– No lo sé. Fue mucho tiempo. Pero no sé cuánto.

– Pero al final regresó usted a casa.

Ellie repitió las palabras.

– Al final regresé… -se produjo una pausa muy larga antes de que dijera-: a casa.

– ¿Sabía usted que Meriel Ford estaba muerta? -preguntó Miss Silver.

Hubo una mirada de asombrado horror.

– Yo…, yo…

– Creo que lo sabía. ¿Cómo podía saberlo?

Con una voz apenas audible, Ellie siguió diciendo:

– Pasó mucho tiempo. Pensaba que ella vendría, pero no vino. Me sentí mareada, y me senté. No sé si me desmayé…, creo que fue eso lo que me pasó. La luna se había movido mucho… Podía verla por detrás de las nubes. Pensé en ir al estanque y ver por qué Meriel no había regresado. Pensé que la habría oído acercarse si ya hubiera regresado. Atravesé el prado y la puerta que da al estanque, y estaba allí… -un estremecimiento incontrolado le recorrió todo el cuerpo.

– Siga, por favor.

Los ojos de Ellie estaban muy abiertos y miraban fijamente.

– Se había caído… en el estanque. Traté de sacarla. Pero no puede levantarla.

– Tendría usted que haber pedido ayuda.

Hubo un débil movimiento negativo de su cabeza.

– No habría… servido… de nada. Estaba muerta.

– No podía estar completamente segura de eso.

– Estaba muerta. Había pasado mucho tiempo. Estaba metida en el agua. Estaba muerta.

– ¿No se lo dijo a nadie?

– Regresé… a casa. Mary estaba allí… en mi habitación. No se lo dije…, no se lo he dicho a nadie.

Miss Silver habló con lentitud y solemnidad:

– Se lo tendrá que decir a la policía.

Hubo un movimiento de terror.

– ¡No! ¡No!

– ¿Sabe usted que Mr. Geoffrey Ford ha sido detenido para ser interrogado? -preguntó Miss Silver.

– No… -fue más una boqueada que una palabra.

– Es el principal sospechoso, y la policía le ha detenido para interrogarle. No puede usted ocultar esas pruebas.

Ellie estalló en lágrimas.

39

El superintendente Martin miró a Miss Silver con aquella mezcla de exasperación y respeto que, según ella misma sabía, solía despertar entre los funcionarios de policía. Había existido una acusación concreta contra Mr. Geoffrey Ford. Además de lo que él mismo había admitido, el mayordomo Simmons había oído hablar a dos personas en voz alta, las voces llegaban desde el despacho, cuando pasó por el vestíbulo aproximadamente a las ocho y media. Tenía la intención de encender la chimenea del despacho, pero al escuchar aquellas voces enojadas, se lo pensó mejor y regresó a la habitación de la servidumbre. No había tenido la menor dificultad en identificar las voces como las de Mr. Geoffrey y Miss Meriel, y no le había dado ninguna importancia el hecho de que estuvieran discutiendo, puesto que Miss Meriel siempre parecía dispuesta a ello. Enfrentado a estas pruebas, Geoffrey Ford admitió que Meriel le había encontrado en el estudio y que habían discutido allí, pero siguió negando que le acompañara hasta la casa del guarda o, por lo que él sabía, que le siguiera hasta allí. Fue entonces cuando Miss Silver presentó a Ellie Page, con la historia de haber escuchado a Meriel Ford acusando a Geoffrey y a Mrs. Trent de haber empujado a Mabel al estanque. Según su declaración, ella les había acusado, amenazándoles con acudir a la policía, después de lo cual abandonó la casa del guarda y Geoffrey Ja siguió.