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Mardana se encaminó hacia el pueblo; cuando llegó, la ciudad entera vino a postrarse a sus pies. Luego aquél, con las ofrendas, hizo un atado y se las llevó de vuelta. El Baba rió al verle:

– Amigo, ¿qué me has traído?

– Mi Señor y mi Rey, te traigo ofrendas en tu nombre; la ciudad entera se levantó a tu servicio.

– Mardana, has hecho bien, pero esas cosas no me son de ninguna utilidad; puedes tirarlas.

Luego que aquél hubo obedecido, el agya de su Guru le habló así:

– Oh Rey, déjame preguntarte una duda que atenaza mis pensamientos. Si alguien deseoso de hacerte alguna ofrenda la pone en la boca de tu discípulo, ¿podrá su amor alcanzarte de algún modo?

El Guru Baba dijo por toda respuesta:

– Mardana, toca la cítara.

Este tomó su instrumento y el Baba cantó así:

Mi alimento es amor mis vestiduras devoción. La fe es mi moneda codiciada y la entrega el tesoro que más aprecio. Oh mi amado devoto, estoy sediento de amor y el mundo está sediento de Mí.

Luego Mardana, hondamente conmovido, le rindió adoración.

Así Guru Nanak y Mardana permanecieron allí varios días, haciendo largas caminatas y entonando bellas canciones bajo la viva luz de la Luna del buen mes de Seth.

CAPÍTULO IX

LA HISTORIA DEL JEQUE SAJAN

Cuando dejaron el lugar, se dedicaron a vagar sin rumbo fijo. En su ruta llegaron a la casa del jeque Sajan, que estaba al borde del camino. En ella había construido una mezquita y un templete; de esta forma, ambos, hindúes y musulmanes, sentíanse agradados con su hospitalidad.

Cuando llegaba la noche les invitaba a dormir y, conduciéndolos por un oscuro corredor, los arrojaba a un pozo y los asesinaba. Al hacerse el día cogía el rosario, extendía una alfombra a la puerta de su casa y se sentaba a rezar.

Cuando el Baba y Mardana llegaron, les recibió con su mejor cortesía y dijo a sus criados:

– En la bolsa de éste hay una gran riqueza, pero la tiene bien escondida; aquel en cuya cara hay tal esplendor a buen seguro que su bolsillo ha de estar vacío. Es un engaño la apariencia que tiene de faquir.

Cuando la noche sentó su trono, el jeque les dijo:

– Sahibs, cuando gustéis podéis pasar a vuestros aposentos.

Nanak le contestó:

– Oh Sajan, después de cantar una canción al servicio del Señor, nos iremos a descansar.

– Bien, sea así -replicó el jeque-, mas cantadla rápido, pues la noche vuela veloz.

Mardana pulsó las cuerdas de su cítara y Nanak cantó este son:

La liberación de tus pecados descansa en el fondo de mis bolsillos. La riqueza de mi amor expiará tus crímenes sin fin. Por mi Palabra una nueva vida se abrirá para ti.

Saján miró atónito a sus ojos y vio toda su mente reflejada. Todos sus pecados habían sido descubiertos. Levantándose, se postró a los pies del Baba y besándolos repetidas veces, exclamó:

– Oh Señor, perdona mis pecados.

Este añadió:

– En el umbral de Dios los pecados son perdonados por una sola Palabra.

– Señor, enséñame esa Palabra que todo lo perdona -musitó humildemente Sheik Sajan.

Entonces Guru Nanak, sintiendo por él una profunda compasión, le preguntó:

– Dime la verdad, ¿cuántos crímenes has cometido?

Y Sajan comenzó a enumerarlos con todo detalle. Luego que hubo concluido, Nanak le dijo:

– Tráeme todos los bienes acumulados en tus fechorías.

Sheik Sajan obedeció y trajo ante él numerosos cofres

repletos de costosos objetos. Nanak ordenó que fuese repartido entre los pobres y le reveló la Palabra de Salvación. Shek Sajan comenzó a pronunciarla en su interior y durante el resto de su vida el Nombre fue su apoyo y su sostén.

CAPITULO X

GURU NANAK EN BENARES.
LA HISTORIA DEL PANDIT CARTU-DAS

Los primeros años de su vida retirada, Nanak los pasó en el Este. En su soledad el único compañero que tuvo fue Mardana, el citarista. Durante esa época se alimentaba del Santo Néctar. Vestía con un dhotil del color del mango y en sus pies calzaba un par de sandalias de piel de búfalo. Una kurta cubría su torso y en su cabeza lucía un sombrero de kalandar: de su cuello colgaba un collar de huesos y su frente estaba pintada con un tílak azafrán.

En su eterno caminar, llegaron a la santa ciudad de Benarés. Entraron en ella y se sentaron en una plaza. En aquel tiempo se hallaba en la ciudad un pandit llamado Cartu-Das, el cual había venido a hacer sus abluciones en el sagrado Ganges. Habiéndose percibido éste de la presencia de Nanak y de su condición de faquir, se acercó hacia él, y sentándose a su lado le habló así:

– Oh devoto, no tienes Saligram, ni llevas el collar de Tulsi, tampoco tienes rosario y ni siquiera llevas en tu frente la marca de barro blanco. ¿Qué clase de devoción tan extraña

es la tuya?

El Baba dijo:

– Mardana, coge tu instrumento.

Mardana desgranó las notas de su cítara y la Raga Basant fue creada, recitando el Baba este son:

La Palabra del Señor es la auténtica devoción. Esta impronunciable respira en cada aliento. Por ella los Universos fueron creados. Por su Palabra todo es conservado y todo destruido. Esta Palabra vence al mundo y al devoto trae la dicha del Señor.

– Señor -añadió el pandit-, eres un perfecto devoto, pero mi intelecto, atenazado por los sentidos, es torpe como una garza blanca. Dime, por favor, ¿ cuál es esa Palabra con la

que podemos vencer al mundo y obtener al Señor?

El Baba recitó una segunda canción:

Esta Palabra es la esencia del Ser, es la verdad suprema, la muerte del renacer.

El pandit dijo de nuevo:

– Señor, nosotros, que al mundo enseñamos y que dedicamos nuestra vida a leer las Santas Escrituras, ¿ también necesitamos el Nombre del Señor?

– ¿Qué es lo que enseñas, pandit? – le preguntó Guru Nanak.

– Enseño al mundo a leer y a escribir las palabras del Supremo Brahman -respondió Cartu-Das.

Y Nanak le contestó a su vez:

No conoces el Nombre del Señor el Nombre del amor. ¿Cómo pretendes dar lecciones cómo quieres enseñar a los corazones?

El pandit continuó:

– La tierra está ya acabada y preparada; mas sin ser regada, ¿cómo se llenará de verdor?

Y Nanak le reveló el Nombre Supremo. Entonces Cartu-Das, cayendo a sus pies, comenzó a pronunciarlo en su interior, volviéndose un esclavo de su Santo Nombre.

CAPITULO XI

LA HISTORIA DE LOS DOS DEVOTOS Y SU DESTINO

Luego el Baba y el fiel Mardana abandonaron el lugar. Por el camino Mardana le preguntó:

– Señor, ¿dónde pasaremos la estación de las lluvias?

Nanak le contestó:

– Si encontramos una ciudad, allí nos quedaremos.

Habían andado un Kos cuando una aldea apareció ante ellos. Entraron en ella y se sentaron. En esa ciudad vivía un Khatri que conocía a Nanak. Vino un día a entrevistarse con él y luego siguió acudiendo regularmente a prestarle sus servicios.

Uno de sus vecinos le preguntó:

– Hermano, ¿dónde vas tan regularmente, a qué cita acudes con tanta exactitud?

El discípulo replicó:

– Ha llegado a la ciudad un hombre santo y voy a verle todos los días.

– Me gustaría verle también -le dijo aquél.

Así pues, empezaron a ir juntos, hasta que un día, por el camino, el vecino conoció a una esclava del amor. Y a partir de entonces ambos salían juntos, pero uno iba a la casa de prostitución y el otro a servir a su Guru, a su Señor.

Un día éste le dijo al discípulo:

– Hermano, yo voy a hacer algo malo y tú vas a hacer servicio. Al ponerse el sol nos encontraremos y veremos lo que ha ocurrido en nuestra vida.

Este partió a continuación en busca de la mujer, pero no la encontró en la casa. Se fue entonces a dar un paseo y se sentó en un lugar solitario; enfrascado en sus descarriados

pensamientos comenzó a cavar con su alfanje en el terreno.

Y he aquí que topó con una moneda de oro. Siguió cavando y encontró una ánfora llena de trozos de carbón.

El discípulo, después de haber besado los pies de su Guru, se dispuso a partir. Al salir pisó un pincho que le atravesó el pie. Vendándose la herida, que sangraba abundantemente, con un jirón de su túnica, regresó a casa cojeando. Su vecino, al verle, le inquirió por lo ocurrido. Este le contó lo sucedido y aquél replicó.

– En el mismo día, yo he encontrado una moneda de oro y tú te has herido el pie. Debemos preguntar cómo es posible esto, pues tú vas a hacer servicio a tu Guru y yo a pecar.