El Sol se ocultaba tras las arenas, cuando por fin abrió los ojos. Miró alrededor y vio a Nanak que contemplaba el poniente ensimismado.
Le parecía que el corazón se evadía de él, que flotaba ingrávido en el nuevo mundo que le había sido revelado. Sentía la emoción del nacer y del morir, de la actividad y el reposo, del principio y fin de cada rosa y parecía unirse a este latir incesante de su aliento, la realidad de lo infinito, la realidad de algo definitivo en donde ya no existe luz ni sombra.
De aquella música celeste, de aquella vibración indecible emergía todo el amor del universo, como la única razón en el vacío del mundo.
CAPÍTULO XVIII
Doce años después de haberse convertido en un Udasi, Nanak arrivó a Talvandi, su ciudad natal, y se sentó a dos Kos de ella en un solitario y relumbrante desierto. Mardana le suplicó:
– Si me das permiso, iré a preguntar sobre los míos, veré si están bien o si alguien ha muerto.
El Baba contestó riéndose:
– Mardana, toda tu gente morirá un día u otro, ¿por qué te apegas tanto a este mundo? Pero si en tu mente está esta intención, entonces ve y una vez les hayas visto, regresa rápido.
Ve también ala casa de Kalú, mas no menciones mi nombre.
Mardana besó sus pies y llegando hasta Talvandi entró a su casa. Al verle, una gran muchedumbre se congregó y todos se postraron a sus pies.
– Es Mardana -exclamaron-, el músico, el que era 1a sombra de Nanak. Pero ahora ya no lo es, se ha hecho más grande que el mundo.
Y a medida que iban llegando todos le besaban los pies.
Después de haber visto a su familia, fue al jardín que había frente a la casa de Kalú y le tendieron una costosa alfombra sobre la hierba y allí se sentó.
Entonces la madre del Baba llegó y echándose sobre su cuello comenzó a llorar desconsoladamente.
– Mardana, ¿de dónde sales, nos traes alguna nueva sobre Nanak?
Y toda la gente que le rodeaba, apretujándose a su alrededor empezaron a hacerle preguntas.
– Cuando el Baba estaba en Sultanpur, yo le acompañaba como músico, desde entonces nada sé de él -repuso Mardana.
Permaneció con ellos una media hora y después se levantó
y; partió;
La madre del Baba pensó para sí: "Debe de haber alguna razón para que se haya ido tan rápidamente". E irguiéndose con presteza, cogió ropas y algunos dulces y siguió tras Mardana a quien alcanzó y dijo:
– Llévame con Nanak, oh fiel amigo.
Este no respondió y continuaron andando. Y llegaron al lugar donde Nanak se hallaba.
Cuando el Baba vio a su madre se levantó y cayó a sus pies. Esta comenzó a llorar y besando su cabeza musitaba:
– Hijo mío, sacrifico mi ser por ti, me has hecho tan feliz por poder haber visto de nuevo tu rostro.
El Baba, viendo el amor de su madre, se enterneció y empezó a llorar. Después riéndose le dijo a su amigo:
– Mardana, toca la cítara.
Y su bellísima voz cantó este son:
Luego su madre le ofreció los dulces y Nanak complacido los compartió con su fiel amigo.
Su padre había escuchado las nuevas de la llegada de Nanak y montando un caballo llegó allí. Cuando estuvo ante Nanak, éste se postró a sus pies y le rindió reverencia.
Las lágrimas resbalaban por e] rostro de Kalú y entrecortado por la emoción le dijo:
– Nanak, monta el caballo y vuelve con nosotros. Hemos construido una nueva casa. Toda la familia está allí. Ven a verles y luego si te place, puedes irte.
y el Baba respondió.
– Padre, el Ser Supremo es mi única relación, sólo la unión hecha por él es la verdadera.
Su madre, airada por su negativa, le atajó:
– ¡Hijo, deja esta charla perversa y vete ya! ¿Qué unión será hecha por la que podamos encontrarnos de nuevo?
– Padres -repuso amorosamente el Baba-, así como hemos venido vendremos otra vez cuando el tiempo sea oportuno. Pero respetad ahora mi deseo: Soy un faquir.
Su madre replicó:
– Hijo mío, ¿cómo esto que dices traerá el contento a mi corazón? Vuelves después de tantos años, ¿quién sabe cuándo te veremos otra vez?
Nanak dijo:
– Si obedeces mi palabra, tu corazón encontrará el contento.
Su madre guardó silencio y el Santo Guru abandonó el lugar.
CAPITULO XIX
Siguiendo su camino cruzaron una espesa jungla y llegaron al país de Patan. A tres Kos de la ciudad acamparon junto a unas montañas en las que había espesos bosques.
El Pir de Patan había sido Sheikh Farid; en su trono se sentaba ahora Sheikh Ibrahim. Uno de sus vasallos, por nombre Sheikh Kamal, que se hallaba recogiendo madera en un bosque, vio a Nanak y a su amigo recostados en un árbol de pan. Mardana, acompañándose a la cítara cantaba esta canción:
Cuando Kamal escuchó este son dejó la madera y acercándose pidió a Nanak:
– Señor, decidle al Rababi que repita de nuevo la canción.
Así lo hizo y Kamal la aprendió; luego tomó su madera y haciendo salam, retornó al palacio. Dejando su bulto corrió hasta el Pir y después de hacerle su salam le habló así:
– ¡Salud, oh Pir! Un hombre amado por Dios se ha cruzado en mi camino.
– ¿Dónde le encontraste? -preguntó éste.
Kamalle relató su encuentro.
– Había ido a recoger madera a un bosque no lejos de aquí cuando le vi recostado contra un árbol, toda su figura rebosaba paz y armonía, y su semblante sereno miraba hacia e1
cielo como en una muda contemplación. Junto a él estaba un Rababi cantando una canción bellísima.
– ¿No recuerdas alguna estrofa? -le preguntó el califa.
– Sí, oh Pir, en mi memoria quedaron impresos estos versos:
El Pir dijo:
– ¿Has comprendido el significado de estos versos?
Kamal respondió:
– Salud, oh Pir. para ti todo es manifiesto.
Y el Pir agregó:
– Hijo, aquel que este verso nombra, es un gran faquir de Dios. Por su inmensa gracia tuve la oportunidad hace ya tiempo de conocerle. Llévame presto ante él.
Luego Seikh Ibrahim llevando a su vasallo ascendió a su paladín real y llegó hasta donde Nanak se hallaba sentado.
Y bajándose det paladín le saludó:
– ¡La paz sea contigo, Nanak!
– Contigo sea -respondió Nanak. Y luego añadió-: Dios ha sido misericordioso con nosotros, mis ojos se regocijan de volverte a ver.
Después de haberse besado las manos mutuamente ambos se sentaron.
El Pir preguntó:
– Te ruego, oh Nanak, que me expliques el significado de estos versos. Decías en ellos que sólo hay un Dios, pero 1os hindúes dicen que la verdad está con ellos, y los musulmanes pregonan lo mismo. ¿Quiénes, pues, tienen la razón?
Baba Nanak respondió con esta canción:
El Pir le repuso a su vez:
– Rasgaré mi manto de seda, haré con él una bandera de faquir, y llevaré la vida recta por la que el Amante es obtenido.
Y el Guru Baba añadió:
El califa intervino:
Nanak respondió:
El Pir preguntó de nuevo: