Y Nanak continuó:
Cuando el Baba le hubo dado esta respuesta el Pir dijo:
– Oh Nanak, dame ese cuchillo por el cual el ego es decapitado.
Y éste contestó así:
Al oír esta canción su corazón fue profundamente conmovido. Incorporándose besó las manos de Nanak y díjole:
– Nanak, tú has obtenido a Dios, entre El y tú no hay ninguna diferencia; ten misericordia, y deja que Dios venga a morar en mí.
– Seikh Ibrahim, Dios hará que llegues a tu destino -repuso el Baba.
El Pir, tendido en el suelo, exclamó:
– Señor, dame tu Palabra.
Y Nanak replicó:
– Ve en paz, contigo está.
Y habiendo dicho esto, Nanak partió dejando a Sheikh Ibrahim en profunda meditación.
CAPITULO XX
Nanak continuó su camino y atravesando Dipalpur, Kachampur y Kasur, llegó a Goidawal, donde paró a descansar, pero nadie le recibió en su casa. En la ciudad vivía un faquir, así que Nanak se encaminó hacia su cabaña. Este faquir tenía la enfermedad de la lepra.
Cuando llegó a su puerta, Nanak preguntó:
– Oh faquir, ¿me permites pasar aquí la noche?
– Señor -respondió éste-, los animales que se acercan a mí son destruidos, pero doy gracias a Dios por dejarme contemplar de nuevo a un ser humano.
Nanak y Mardaria se quedaron y, pasando un cierto tiempo, el faquir comenzó a lamentarse, aquejado de fuertes dolores.
El Guru sintió una gran compasión por él y acompañado por las notas de la cítara cantó este poema.
Y su lepra fue curada y su cuerpo sanado. El faquir se arrojó a los pies de Nanak y le rogó que le revelara el Nombre del Señor. y recibiéndolo en su corazón se convirtió en devoto de él, y comenzó a recordarlo en su interior.
CAPITULO XXI
:Nanak partió de allí y cruzando Sultanpur, Vairowal y Jalalabad, llegó a Kiria, una ciudad del país de Pathan; allí hizo discípulos entre sus habitantes. Estos le tributaron una gran despedida. Formados en línea, comenzaron a danzar y a tocar los tambores. Sus caras rebosaban felicidad y en su alma florecía el Santo Nombre. A coro exclamaban: "¡Gloria al Shah Nanak!"
Nanak estaba muy feliz y acompañado por la cítara maravillosa de su amigo les cantó este son:
Los pathanes, henchidos de gozo, gritaron ensordecedoramente: "Bendito sea el Shah Nanak, alabado sea su Nombre".
Nanak se despidió de ellos y al partir un clamor dichoso acompañó el camino de Nanak durante varias leguas.
CAPITULO XXII
Prosiguiendo su ruta cruzó las ciudades de Vatala y Sandeali y llegó a Saidpur.
Era la temporada de los casamientos. Y en las casas del lugar las ceremonias estaban siendo solemnizadas.
Acompañaban al Baba varios faquires, los cuales estaban muy hambrientos. Llegando al centro de la ciudad, el Baba se sentó y como nadie le prestase atención, tomó a Mardana y a los faquires con él y fue a mendigar, pero la población hizo caso omiso de su demanda.
Nanak se enfadó mucho y ordenando a Mardana tocar la cítara cantó:
Cuando el Guru hubo terminado, un brahmin llegó con una cesta de frutas y postrándose ante él se las ofreció:
– Oh Señor misericordioso, por tu bondad infinita te pido que revoques la maldición pronunciada en tu canción.
El Baba contestó:
– Es demasiado tarde para revocarla, ya ha sido pronunciada; pero tú, que has venido a recibirnos, eres perdonado.
A doce Kos de distancia encontraréis un estanque, lleva allí a tu familia; no permanezcáis aquí, porque si así lo haces perecerás.
El brahman obedeció y junto con los suyos abandonó la ciudad. Cuando se apagaron las estrellas y el cielo comenzó a emblanquecer, Mir Babar, el Rey, con su poderoso ejército, asoló Saidpur y todas las aldeas cercanas. Hindúes y musulmanes fueron promiscuamente asesinados y las casas saqueadas y demolidas.
Tal matanza ocurrió a los pathanes por la palabra del Baba.
El Baba y Mardana fueron hechos prisioneros en la toma de Saidpur. Habían caído en las manos de Mir Khan, el mongol, el cual ordenó que fueran llevados como esclavos. Sobre la cabeza de Nanak pusieron un fardo y en la mano de Mardana ataron un caballo.
Mardana, deprimido por la situación, se quejaba constantemente. Nanak le dijo:
– Amigo, toca la cítara.
– ¿Cómo voy a tocar si tengo un caballo atado a mi mano? -respondió aquél.
– Recuerda mi Palabra y deja que el caballo se vaya -le ordenó el Baba.
Las ataduras se soltaron y Mardana tañó su instrumento, Nanak cantó así:
Llegó entonces Mir Khan, y al ver maravillado cómo una mano celestial sujetaba el fardo en la cabeza del Guru y cómo el caballo caminaba detrás de Mardana, volvió corriendo a informar al Sultán Babar, el cual al enterarse del singular hecho, exclamó:
– No debería haber sido arrasada una ciudad en la que vivían tales faquires. Procura que sean bien tratados.
Al cabo de dos horas llegaron a un hermoso oasis, las tiendas se montaron ya las esclavas se les ordenó moler maíz para el ejército mongol.
Cuando se hallaban descansando el Rey fue a conocer a Nanak y comenzó a pedirle milagros.
El Baba por toda respuesta le recitó esta canción:
Cuando hubo concluido su poema, el rey Babar se inclinó y besó sus pies diciendo:
– Dios se asoma en la cara de este faquir.
Entonces todos, hindués y musulmanes, comenzaron a hacerle salam.
Y el Sultán dijo:
– Oh gran Nanak, acepta mis regalos.
Este respondió:
– Nada deseo para mí, mas libera a los prisioneros de Saidpur y devuélveles sus propiedades.
El rey Babar así lo dispuso y todos fueron liberados, pero no se querían ir sin el Baba. Así pues, al tercer día éste volvió.con ellos a Saidpur. Cuando llegó allí y vio la horrible
matanza, preguntó:
– ¿Qué ha ocurrido aquí?
– Oh Señor, ha ocurrido lo que fue tu voluntad -replicóle Mardana.
Y Nanak, sentándose en silencio, se sumió en un profundo trance.
Los hindúes y musulmanes comenzaron a enterrar y a quemar los cadáveres. En todas las casas había un gran lamento y llanto y todos se golpeaban el pecho afligidos.
Un día Mardana preguntó a Nanak:
– Señor, ¿por qué esta ciudad fue destruida por entero, y por qué tantas vidas fueron segadas?
Y éste repuso:
– Mardana, ve a dormir bajo aquel árbol; cuando despiertes, te daré la respuesta.
Así lo hizo y se echó a dormir. En su pecho había caído
una gota de grasa cuando comía y pronto a su alrededor se formó un cerco de hormigas. Cuando una de ellas picó al durmiente, éste se revolvió y las aplastó a todas con su mano.
El Baba se rió:
– ¿Qué has hecho, amigo mío?
Y Mardana respondió:
– Por una hormiga que me picó las aplasté a todas.
Nanak, aún riendo, añadió:
– De idéntica forma todos han sido muertos por el error de uno.
CAPITULO XXIII
Nanak llegó a la costa Sur de India, camino de Ceilán. Al borde del océano sin fondo, el Baba preguntó:
– ¿Cómo podrá ser cruzado este ancho mar?
Los discípulos Saido y silo dijeron humildemente: