Pero los hechos son los hechos, y los hechos nos dicen que se encontraban allí entre doce y quince mil personas, si esta vez no nos olvidamos de las mujeres y de los chiquillos, con el estómago vacío desde hace no se sabe cuántas horas, teniendo, tarde o más pronto, que volver a casa, con peligro de quedarse en el camino muertos de inanición o entregados a la caridad y fortuna de quien pasara. Los niños, que en estos casos son siempre los primeros en dar la señal, reclamaban ya, impacientes, lloriqueando, Madre, tengo hambre, y la situación amenazaba con volverse incontrolable, como entonces se decía. Jesús estaba en medio de la multitud con María de Magdala, y estaban también sus amigos, Simón, Andrés, Tiago y Juan que, desde el episodio de los cerdos y lo que luego se supo, andaban casi siempre con él, pero, a diferencia de la otra gente, se habían provisto de unos peces y varios panes. Se hallaban, por así decir, servidos. Ahora, ponerse a comer delante de toda aquella gente, aparte de ser prueba de un feo egoísmo, no estaba exento de algunos riesgos, una vez que de la necesidad a la ley apenas media un brevísimo paso, y la más expedita justicia, lo sabemos desde Caín, es la que hacemos con nuestras propias manos. Jesús ni de lejos imaginaba que pudiera servirle a tanta gente en un tal aprieto, pero Tiago y Juan, con la seguridad que caracteriza a los testigos presenciales, se le acercaron diciéndole, Si fuiste capaz de hacer salir del cuerpo de un hombre los demonios que lo mataban, también debes ser capaz de que entre en el cuerpo de toda esta gente la comida que necesita para vivir, Y cómo voy a hacerlo, si aquí no tenemos más alimento que este poco que trajimos, Eres el hijo de Dios y puedes hacerlo. Jesús miró a María de Magdala, que le dijo, Has llegado a un punto del que no puedes volverte atrás, y la expresión de su cara era de pena, no supo Jesús si de pena por él o por aquella gente hambrienta. Entonces, tomando los seis panes que habían traído, partió cada uno de ellos en dos mitades y se los dio a los que le acompañaban, luego hizo lo mismo con los seis pescados, quedándose, también él, con un pan y un pescado. Después dijo, Venid conmigo, y haced lo que yo haga. Sabemos lo que hizo, pero nunca sabremos cómo pudo hacerlo. Iba de persona en persona, partiendo y dando pan y pescado, pero cada una recibía, en cada pedazo, un pan y un pescado enteros. Del mismo modo procedían María de Magdala y los otros cuatro, y por donde ellos pasaban era como un benévolo viento que fuese soplando sobre el sembrado, levantando una a una las espigas caídas, con un gran rumor de hojas que eran, aquí, las bocas que masticaban y agradecían, Es el Mesías, decían algunos, Es un mago, decían otros, pero a ninguno de los congregados se le pasó por la cabeza preguntar, Eres el hijo de Dios. Y Jesús les decía a todos, quien tenga oídos que oiga, si no dividís, no multiplicaréis.
Que Jesús lo haya enseñado, bien está, que la ocasión era adecuada. Pero lo que no está bien es que él mismo haya tomado al pie de la letra la lección cuando no debía, que éste fue el caso de la higuera, del que ya se ha hablado. Iba Jesús por un camino en el campo cuando sintió hambre y, viendo a lo lejos una higuera con hojas, fue a ver si en ella encontraría alguna cosa, pero al acercarse no encontró sino hojas, pues no era tiempo de higos. Dijo entonces, Nunca más nacerá fruto de ti, y en aquel mismo instante se secó la higuera. Dijo María de Magdala, que estaba con él, Darás a quien precise, no pedirás a quien no tenga.
Arrepentido, Jesús ordenó a la higuera que resucitase, pero ella estaba muerta.
Mañana de niebla densa. El pescador se levanta de la estera, mira por la rendija de la puerta el espacio blanco, y dice a la mujer, Hoy no salgo al mar, con una niebla así hasta los peces se pierden bajo el agua. Lo dijo éste y, con iguales o parecidas palabras, también lo dijeron los demás pescadores todos, de una orilla y de la otra, perplejos por la extraordinaria novedad de una niebla impropia de la estación. Sólo uno, que pescador de oficio no es, aunque con los pescadores sea su vivir y trabajar, se asoma a la puerta de la casa como para cerciorarse de que hoy es su día y, mirando al cielo opaco, dice hacia dentro, Voy al mar. Por detrás de su hombro, María de Magdala pregunta, Tienes que ir, y Jesús responde, Ya era tiempo, No comes, Los ojos están en ayunas cuando se abren de mañana. La abrazó y dijo, Al fin voy a saber quién soy y para qué sirvo, luego, con increíble seguridad, pues la niebla no dejaba ver ni los propios pies, bajó la cuesta que llevaba al agua, entró en una de las barcas que se encontraban amarradas y empezó a remar hacia lo invisible, que era el centro del mar. El sonido de los remos rozando y batiendo en la borda de la barca, el chapoteo del agua que levantaban, resonaban por toda la superficie y obligaban a estar con los ojos abiertos a los pescadores a quienes sus buenas mujeres habían dicho, Si no puedes ir a pescar, aprovéchate y duerme.
Inquietas, desasosegadas, las gentes de las aldeas miraban aquella niebla impenetrable que se situaba donde el mar debía de estar y esperaban, sin saberlo, que el ruido de los remos y del agua se interrumpiera de repente, para volver a entrar en casa y, con llaves, trancas y candados, cerrar todas las puertas, aunque sepan que el menor soplo las derribará, si aquel que está más allá es quien imaginan y para este lado decide soplar. La espesa niebla se va abriendo para que Jesús pase, pero los ojos apenas llegan a la punta de los remos y a la popa, con su travesaño simple sirviendo de banco. El resto es un muro, primero de un gris descolorido y ceniciento, luego, a medida que la barca se aproxima a su destino, una claridad difusa empieza a blanquear y dar brillo a la niebla, que vibra como si buscase, sin conseguirlo, en el silencio, un sonido. En un círculo mayor de luz, la barca se detiene, es el centro del mar de Galilea. Sentado en el banco de popa, está Dios.
No es, como la primera vez, una nube, una columna de humo, que hoy, estando así el tiempo, podrían haberse perdido o confundido en la niebla. Es un hombre alto y viejo, de barbas fluviales derramadas sobre el pecho, la cabeza descubierta, el pelo suelto, la cara ancha y fuerte, la boca espesa, que hablará sin que los labios parezcan moverse. Va vestido como un judío rico, con túnica larga color magenta, un manto con mangas, azul, orlado de oro, pero en los pies lleva unas sandalias gruesas, rústicas, de esas de las que se dice que son para andar, lo que muestra que no debe ser persona de hábitos sedentarios. Cuando se haya ido, nos preguntaremos, Cómo era el cabello, y no recordaremos si blanco, negro o castaño, por la edad debía de ser blanco, pero hay a quien las canas le vienen tarde, éste será tal vez el caso. Jesús metió los remos dentro de la barca, como quien piensa que la conversación va a prolongarse, y dijo, simplemente, Aquí estoy. Sin prisa, metódicamente, Dios compuso el vuelo del manto sobre las rodillas y dijo también, Aquí estamos. Por el tono de voz, diríamos que había sonreído, pero la boca no se movió, sólo el pelo del bigote y de la barba se estremeció, vibrando como una campana. Dijo Jesús, He venido a saber quién soy y qué voy a tener que hacer de aquí en adelante para cumplir, ante ti, mi parte del contrato.
Dijo Dios, Son dos cuestiones, vayamos por partes, por cuál quieres empezar, Por la primera, quién soy yo, preguntó Jesús, No lo sabes, preguntó Dios a su vez, Creía saberlo, creía que era hijo de mi padre, A qué padre te refieres, A mi padre, al carpintero José hijo de Heli, o de Jacob, no sé bien, El que murió crucificado, No pensaba que hubiera otro, Fue un trágico error de los romanos, ese padre murió inocente y sin culpa, Has dicho ese padre, eso significa que hay otro, Me asombras, eres un chico experto, inteligente, En este caso no me sirvió la inteligencia, lo oí de boca del Diablo, Andas con el Diablo, No ando con el Diablo, fue él quien vino a mi encuentro, Y qué fue lo que oíste de boca del Diablo, Que soy tu hijo. Dios hizo, acompasado, un gesto afirmativo con la cabeza, y dijo, Sí, eres mi hijo, Cómo puede ser un hombre hijo de Dios, Si eres hijo de Dios, no eres un hombre, Soy un hombre, vivo, como, duermo, amo como un hombre, luego soy un hombre y como hombre moriré, En tu lugar, yo no estaría tan seguro de eso, Qué quieres decir, Esa es la segunda cuestión, pero tenemos tiempo, qué le respondiste al Diablo que dijo que eras hijo mío, Nada, me quedé a la espera del día en que te encontrase, y a él lo expulsé del poseso al que andaba atormentando, se llamaba Legión y eran muchos, Dónde están ahora, No lo sé, Dijiste que los expulsaste, Seguro que sabes mejor que yo que, cuando se expulsan diablos de un cuerpo, no se sabe adónde van, Y por qué tengo que saber yo los asuntos del Diablo, Siendo Dios, tienes que saberto todo, Hasta cierto punto, sólo hasta cierto punto, Qué punto, El punto en que empieza a ser interesante hacer como que ignoro, Al menos sabrás cómo y por qué soy tu hijo y para qué, Observo que estás mucho más despabilado de espíritu, incluso te noto un poco impertinente, considerando la situación, que cuando te vi por primera vez, Era un muchacho asustado, ahora soy un hombre, No tienes miedo, No, Lo tendrás, tranquilo, el miedo llega siempre, hasta a un hijo de Dios, Tienes otros, Otros, qué, Hijos, Sólo necesitaba uno, Y yo, cómo pude llegar a ser tu hijo, No te lo ha dicho tu madre, Lo sabe acaso mi madre, Le envié un ángel para que le explicara cómo ocurrieron las cosas, creí que te lo habría contado, Y cuándo estuvo ese ángel con mi madre, déjame ver, si no me equivoco, fue después de que tú salieras de casa por segunda vez y antes de hacer lo del vino en Caná, Entonces mi madre lo sabía y no me lo dijo, le conté que te vi en el desierto y no lo creyó, pero después de aparecérsele un ángel, tendría que haberlo creído, y no lo quiso reconocer ante mí, Deberías saber cómo son las mujeres, vives con una, ya lo sé, tienen todas sus manías, sus escrúpulos, Qué manías y qué escrúpulos, Yo mezclé mi simiente con la de tu padre antes de que fueras concebido, era la manera más fácil, la que menos llamaba la atención, Y estando las simientes mezcladas, cómo sabes que soy tu hijo, Es verdad que en estos asuntos, en general, no es prudente mostrar seguridades y menos una seguridad absoluta, pero yo la tengo, de algo me sirve ser Dios, Y por qué has querido tener un hijo, Como no tenía ninguno en el cielo, tuve que buscármelo en la tierra, no es original, hasta en las religiones con dioses y diosas que podían hacer hijos entre sí, se ha visto a veces que uno bajaba a la tierra, para variar, supongo, y de camino mejorar un poco a una parte del género humano con la creación de héroes y otros fenómenos, Y este hijo que soy, para qué lo quisiste, Por gusto de variar no fue, excusado sería decirlo, Entonces por qué, Porque necesitaba a alguien que me ayudara aquí en la tierra, Como Dios que eres, no debías necesitar ayudas, Esa es la segunda cuestión.