No están lejos esos tiempos, pero, mirando a la tierra y al cielo, no se distinguen los signos de la aproximación, igual que en el espacio libre vuela un ave y no se apercibe del rápido halcón que, con las garras lanzadas hacia delante, baja como una piedra. Jesús y María de Magdala cantan en el camino, otros viajeros, que no los conocen, dicen, gente feliz, y de momento no hay verdad más verdadera. Así llegaron a Jericó y de allí, despacio, en dos largos días de jornada, porque el calor era mucho y las sombras ningunas, subieron hasta Betania. Tras tantos años pasados, no sabía María de Magdala cómo iban a recibirla los hermanos, saliendo de casa como salió, para vivir una mala vida, Quizá piensen que he muerto, decía, quizá hasta deseen que haya muerto, y Jesús intentaba apartar de su cabeza las negras ideas, El tiempo lo cura todo, sentenciaba, sin recordar que la herida que para él era su propia familia seguía viva y abierta y sangrando todo el tiempo. Entraron en Betania, María velándose medio rostro, con vergüenza de que la reconocieran los vecinos, y Jesús, suavemente, reprendiéndola, De qué te escondes, ya no eres aquella mujer que vivió otra vida, esa ya no existe, No soy quien fui, es verdad, pero soy quien era, y la que soy y la que era están atadas una a otra por la vergüenza de la que fui, Ahora eres quien eres, y estás conmigo, Bendito sea Dios por eso, él que de mí te llevará un día, y María dejó caer el manto, mostrando el rostro, pero nadie dijo, Ahí va la hermana de Lázaro, la que se fue a vivir de prostituta.
{ésta es la casa, dijo María de Magdala, pero no tuvo ánimo para llamar ni voz para anunciarse. Jesús empujó un poco la cancela, que sólo estaba entornada, y preguntó, Hay alguien, desde dentro una mujer dijo, Quién llama, su propia respuesta pareció traerla hasta la puerta, allí estaba Marta, la hermana de María, gemelas, pero no iguales, porque sobre ésta hizo la edad mayor estrago, o el trabajo, o el carácter y el modo de ser. Dio primero con los ojos en Jesús, y su rostro, como si de él se hubiera levantado una nube que lo oscureciera, se volvió de súbito luminoso y claro, pero, en seguida, viendo a la hermana, dudó, y se le dibujó en las facciones una expresión de descontento, Quién es él para estar con ella, podía haber pensado, o tal vez, Cómo puede estar con ella, si es lo que parece, pero Marta no sabría decir, si se lo ordenaran, qué era lo que le parecía Jesús. Y seguramente por eso en vez de preguntarle a la hermana, cómo estás, o, A qué has venido aquí, las palabras que dijo fueron, Quién es este hombre que te acompaña. Jesús sonrió, y su sonrisa fue directa al corazón de Marta con la rapidez y el choque de un disparo de flecha y allí se quedó, doliendo, doliendo, como un extraño y desconocido gozo, Me llamo Jesús de Nazaret, dijo, y estoy con tu hermana, palabras éstas que eran, mutatis mutandis, tal como sabrían decir los romanos en su latín, equivalentes a las que gritó a su hermano Tiago cuando se separó de él a la orilla del mar, Se llama María de Magdala y está conmigo. Marta abrió la puerta del todo y dijo, Entrad, estás en tu casa, pero no supo en cuál de los dos estaba pensando. Ya en el patio, María de Magdala sostuvo del brazo a su hermana, y le dijo, Pertenezco a esta casa como tú perteneces, pertenezco a este hombre que no te pertenece a ti, estoy en regla contigo y con él, no hagas de tu virtud pregón ni de mi imperfección sentencia, en paz he venido, y en paz quiero quedarme. Marta dijo, Te recibo como hermana por la sangre, y espero que pueda llegar el día en que te reciba por el amor, pero hoy no, iba a continuar cuando un pensamiento la detuvo, y es que no sabía si el hombre que estaba con la hermana era conocedor o no de la vida que llevó, si es que no la llevaba todavía, y entonces, en este punto del raciocinio, se le cubrió el rostro de rubor y confusión, durante un momento los odió a los dos y se odió a sí misma. Al fin habló Jesús, para que Marta oyese lo que era menester, no es tan difícil adivinar lo que va en el pensamiento de las personas, Dios nos juzga a todos y cada día nos juzgará de manera diferente, según lo que cada día somos, ahora bien, si a ti, Marta, tuviera que juzgarte Dios hoy, no creas que serías, a sus ojos, diferente de María, Explícate mejor, no te entiendo, Y yo no te diré más, guarda mis palabras en tu corazón y repítelas para ti misma cuando mires a tu hermana, María ya no, Quieres saber si aún soy puta, preguntó brutalmente María de Magdala, cortando la reticencia de su hermana.
Marta retrocedió, asintió con las manos cubriéndose el rostro, No, no, no quiero que me lo digas, me bastan las palabras de Jesús, y sin poder contenerse se echó a llorar.
María fue hacia ella, la abrazó como acunándola, Marta decía entre sollozos, qué vida, qué vida, pero no sabía si hablaba de la hermana o de sí misma. Lázaro, dónde está, preguntó María, En la sinagoga, Y de salud, cómo va, Sigue sufriendo aquellos sofocos suyos, salvo eso, no va mal. Le dieron ganas de añadir, en otro asalto de amargura, que la preocupación se había atrasado por el camino, pues, en todos estos años de culpable ausencia, la hermana pródiga, pródiga de tiempo y de cuerpo, pensó Marta con ironía despechada, nunca tuvo el detalle de demandar noticias de la familia, en particular de un hermano cuya débil salud parecía que en cada instante se iba a romper para siempre.
Volviéndose hacia Jesús, que dos pasos atrás observaba con atención el mal disimulado conflicto, Marta dijo, Nuestro hermano copia libros en la sinagoga, no tiene salud para más, y el tono, aunque la intención no fuera ciertamente esa, era el de alguien que nunca podrá comprender cómo es posible vivir sin esta fuerza diligente, sin este continuo trabajo mío, que en todo el santo día no tengo ni un momento de descanso. De qué mal sufre Lázaro, preguntó Jesús, De unos sofocos, como si fuera a parársele el corazón, después se pone pálido, pálido, parece que ahí acaba. Marta hizo una pausa, y añadió, Es más joven que nosotras, lo dijo sin pensar, tal vez porque de pronto reparó en la propia juventud de Jesús, otra vez la confusión entró en su espíritu, un sentimiento de celos tocó su corazón, y el resultado fueron unas palabras que sonaron de modo extraño estando allí presente María de Magdala, que ella, sí, tenía el deber y el derecho de pronunciarlas, Vienes cansado, siéntate y déjame que te lave los pies. Un poco más tarde, María hallándose a solas con Jesús, le dijo medio en serio, medio en broma, Por lo visto y oído, estas hermanas han nacido para enamorarse de ti, y Jesús respondió, El corazón de Marta está lleno de tristeza por no haber vivido, La tristeza de ella no es esa, está triste porque piensa que no hay justicia en el cielo si es la impura quien recibe el premio y la virtuosa tiene el cuerpo vacío, Dios tendrá para ella otras compensaciones, Puede ser, pero Dios, que hizo el mundo, no debería privar de ninguno de los frutos de su obra a las mujeres de las que también fue autor, Conocer hombre, por ejemplo, Sí, como tú conociste mujer, y no debías necesitarlo más, siendo, como eres, hijo de Dios, quien se acuesta contigo no es el hijo de Dios, sino el hijo de José, La verdad es que nunca, desde que te conozco, sentí que estuviera acostada con el hijo de un dios, De Dios, quieres decir, Ojalá no lo fueras.
Por un chiquillo, hijo de unos vecinos, Marta mandó aviso al hermano de que había vuelto María, pero no lo hizo sin haber dudado antes mucho, pues así iba a precipitar la inevitabe y sabrosa noticia de que la prostituta hermana de Lázaro regresó a casa, con lo que la familia volvería a caer en las habladurías de la gente, después de haberlas silenciado durante un tiempo.
Se preguntaba a sí misma con qué cara saldría a la calle al día siguente y, peor todavía, si tendría valor para acompañar a su hermana, obligada a hablar con las vecinas y decirles, es un ejemplo, Te acuerdas de María, mi hermana, pues está aquí, ha vuelto a casa, y la otra, con aire muy redicho, Vaya si me acuerdo, quién no se acuerda, que estas minucias prosaicas no escandalicen a quien con ellas tenga que perder el tiempo, la historia de Dios no es toda divina. Se censuró Marta a sí misma por sus mezquinos pensamientos cuando Lázaro, al llegar, abrazó a María y le dijo muy sencillamente, Bienvenida seas, hermana, como si no le estuviesen doliendo tantos años de ausencia y de callada tristeza, y porque alguna señal de alegre disposición tenía que mostrar ahora, apuntó Marta a Jesús y le dijo al hermano, {éste es Jesús, nuestro cuñado. Los dos hombres se miraron con simpatía y luego se sentaron a charlar, mientras las mujeres, repitiendo gestos y movimientos que fueron comunes en otro tiempo, comenzaron a preparar la cena. Después de haber cenado, salieron Lázaro y Jesús al patio a tomar el fresco de la noche, dentro de la casa se quedaron las dos hermanas resolviendo la importante cuestión de cómo deberían instalar las esteras, teniendo en cuenta la alteración sobrevenida en la composición de la familia, y, al cabo de un momento de silencio, Jesús, viendo las primeras estrellas que surgían en el cielo aún claro, preguntó, Sufres, Lázaro, y Lázaro respondió, con una voz extrañamente tranquila, Sí, sufro, Dejarás de sufrir, dijo Jesús, Seguro, después de muerto, Dejarás de sufrir ahora, No me habías dicho que fueras médico, Hermano, si fuese médico no sabría cómo curarte, Ni puedes curarme, incluso no siéndolo, Estás curado, murmuró Jesús dulcemente, Lázaro sintió que el mal huía de su cuerpo como un agua oscura devorada por el sol, notó que se le fortalecía la respiración y el corazón se le rejuvenecía, y como no podía comprender lo que pasaba, sintió miedo en el alma, qué es esto, preguntó, y su voz sonaba ronca de angustia, Quién eres tú, Médico no soy, sonrió Jesús, En nombre de Dios, dime quién eres, No pronuncies el nombre de Dios en vano, Qué debo entender, Llama a María, ella te lo dirá. No fue necesario, atraídas por el repentino volumen de las voces, Marta y María aparecieron en la puerta, andarían los dos hombres en altercado, pero luego vieron que no, el patio estaba todo azul, el aire, queremos decir, y Lázaro, trémulo, indicaba a Jesús, Quién es éste, preguntaba, que con tocarme la mano y decirme Estás curado, me curó. Marta se acercó al hermano con intención de tranquilizarlo, cómo era posible que estuviera curado si temblaba de aquel modo, pero Lázaro la mantuvo alejada, y dijo, Habla tú, María, que lo has traído, quién es, Sin moverse del umbral de la puerta donde se quedó, María de Magdala dijo simplemente, Es Jesús de Nazaret, hijo de Dios. Incluso siendo estos lugares, desde el principio del mundo tan regularmente favorecidos por revelaciones proféticas y anuncios apocalípticos, lo más natural hubiera sido que Lázaro y Marta manifestaran una perentoria incredulidad, porque una cosa es que uno se sienta súbitamente curado por obvio efecto de milagro, y otra es que te vengan a decir que el hombre que tocó tu mano y te liberó del mal es el propio hijo de Dios. Pero pueden mucho la fe y el amor, es más, hay quien afirma que no precisan andar juntos para poderlo todo, el caso es que Marta se lanzó, llorando, a los brazos de Jesús y luego, asustada por aquella osadía, se dejó caer en el suelo, donde se quedó, y sólo sabía murmurar, con el rostro transfigurado, Te lavé los pies, te lavé los pies. Lázaro no se movía, el asombro lo había paralizado, podemos incluso suponer que si no lo fulminó la súbita revelación fue porque un acto oportuno de amor, un minuto antes, le puso un corazón nuevo en lugar del corazón viejo. Sonriendo, Jesús lo abrazó y dijo, No te sorprenda ver que el hijo de Dios es un hijo de hombre, verdaderamente Dios no tenía más opción, como los hombres que escogen a sus mujeres y las mujeres que escogen a sus hombres. Las últimas palabras iban destinadas a María de Magdala, que las tomaría por el lado bueno, pero no reparó Jesús en que estas palabras servirían para aumentar el sufrimiento de Marta y la desesperación de su soledad, ésta es la diferencia que hay entre Dios y un hijo suyo, Dios lo haría adrede, lo hizo el hijo sólo por humanísima torpeza. En fin, la alegría hoy es grande en esta casa, mañana volverá Marta a sufrir y a suspirar, pero un alivio puede ya tener seguro, nadie va a tener el atrevimiento de comentar por las calles, plazas y mercados de Betania la vida disoluta de la hermana cuando se sepa, y la propia Marta se ocupará de esto, que el hombre que vino con ella curó a Lázaro de su mal sin poción ni tisana. Estaban en casa, recogidos y disfrutando de la hora, cuando Lázaro dijo, De tiempo en tiempo nos llegaban noticias de que un hombre de Galilea andaba haciendo milagros, pero no decían que fuese hijo de Dios, Unas noticias andan más deprisa que las otras, dijo Jesús, Eres tú ese hombre, Tú lo has dicho. Entonces Jesús contó su vida desde el principio, pero no toda ella, de Pastor, nada, de Dios dijo sólo que se le apareció para decirle, Eres mi hijo. Si no fuese por aquella primera noticia de unos lejanos milagros, convertidos en verdades puras por la palpable evidencia de éste, si no fuese por el poder de la fe, si no fuese por el amor y sus poderes, seguro que habría sido muy difícil a Jesús, sólo con una frase lacónica, aunque puesta en boca del mismo Dios, convencer a Lázaro y a Marta de que el hombre que dentro de un rato iba a acostarse con su hermana estaba hecho de espíritu divino, si con su humana carne se aproximaba a ella, que a tantos hombres había conocido sin temor de Dios. Perdonemos a Marta el orgullo que la llevó a decir, muy bajo, con la cabeza tapada por el cobertor para no ver ni oír, Yo sería más digna.