Los LEDs cambiarían de color: blanco significaría que la persona estaba despierta; rojo significaría que la persona tenía el sueño ligero y le afectaría cualquier ruido o movimiento. El amarillo significaría que la persona estaba en sueño medio y, con cuidado, uno podría ir al baño y volver, o estornudar, o cualquier cosa, sin afectar a la otra persona. Verde significaría que la persona estaba en sueño profundo, y probablemente podrías bailar sobre la cama sin molestarle.
Sería fácil de leer: una gran luz amarilla y una verde pequeña, y un 07 en el contador significaría que si te levantabas en ese momento, podrías molestar a la otra persona, pero si podías aguantar durante siete minutos, estaría profundamente dormida y podrías levantarte sin despertarla.
La presión urinaria le dio a Peter una típica erección matutina, y entendió algo más. A menudo se había despertado caliente a las 2.00 o a las 3.00 y se preguntaba si su mujer también estaba despierta. Si lo hubiese estado, probablemente hubiesen hecho el amor, pero Peter no hubiese ni soñado en despertarla para eso. Pero si el monitor mostraba que los dos tenían una luz blanca, bien, entonces lo que había empezado como el Monitor Hobson de Bebés podría acabar siendo responsable de muchos nuevos bebés…
Con el paso del tiempo, Peter mejoró el sistema. Todos los teléfonos en la casa de los Hobson estaban ahora conectados al Monitor Hobson, y de ahí al ordenador de la casa. Que los teléfonos sonasen o simplemente mostrasen luces parpadeantes dependía de los estados de sueño de Peter y Cathy.
A las tres y cuarto de la noche se detectó una llamada. Momentos antes, Peter había estado dormido, pero ahora se dirigía al baño de la habitación, que tenía un pequeño teléfono de voz. Al entrar, el indicador comenzó a parpadear. Peter cerró la puerta, se sentó en el retrete y cogió el auricular.
—Hola —dijo, con la voz gruesa y seca.
—¿Doctor Hobson? —dijo una voz de hombre.
—Sí.
—Soy Sepp van der Linde del Carlson's Chronic Care. Soy la enfermera de noche.
—¿Sí? —Peter buscó un vaso y lo llenó del grifo.
—Creo que la señora Fennell va a fallecer esta noche. Ha tenido otro ataque.
Peter sintió una pequeña punzada de tristeza.
—Gracias por decírmelo. ¿Todavía está conectado mi equipo?
—Sí, señor, lo está, pero…
Luchó por evitar un bostezo.
—Iré por la mañana a recoger el disco de datos.
—Pero doctor Hobson, ella pide que venga usted.
—¿Yo? —dijo Peter.
—Dice que usted es su único amigo.
—Estoy en camino.
Peter llegó a las instalaciones de cuidados intensivos como a las 4.00. Le mostró el pase al guarda de seguridad y tomó el ascensor hasta el tercer piso. La puerta de la habitación de la señora Fennell estaba abierta y la luz incandescente estaba directamente sobre su cabeza, aunque los fluorescentes principales del techo estaban apagados. Una fila de cuatro LEDs rompían la penumbra al lado de la cama, mostrando que el equipo de Peter funcionaba perfectamente. Había una enfermera sentada en una silla al lado de la cama con un gesto aburrido en la cara.
—Soy Peter Hobson —dijo Peter—. ¿Cómo está?
La señora Fennell se agitó ligeramente.
—Pe… ter —dijo, pero incluso el esfuerzo de dos sílabas parecía debilitarla visiblemente.
La enfermera se levantó y fue a ponerse de pie al lado de Peter.
—Tuvo un ataque hará una hora, y el doctor Chong espera que pronto sufra otro; tiene varios coágulos en las arterias que alimentan al cerebro. Le ofrecimos tomar algo para el dolor, pero dijo que no.
Peter se acercó a la unidad de grabación y conectó la pantalla, que se encendió inmediatamente. Apareció una serie de líneas aserradas de izquierda a derecha.
—Gracias —dijo—. Yo me quedaré con ella. Puede irse, si quiere.
La enfermera asintió y se fue. Peter se sentó en la silla, de respaldo de vinilo y todavía caliente de la enfermera. Se inclinó y cogió la mano izquierda de la señora Fennell. Había unos catéteres insertados en la parte de atrás de la mano, un tubo que llevaba a una bolsa de goteo montada justo detrás de la silla. La mano era fina, huesos pequeños cubiertos por piel traslúcida. Peter rodeó los dedos de la señora Fennell con los suyos. Ella le apretó la mano muy suavemente.
—Me quedaré con usted, señora Fennell —dijo Peter.
—P-P…
Peter sonrió.
—Tiene razón, señora Fennell; soy yo, Peter.
Ella negó ligeramente con la cabeza.
—P-P… —dijo de nuevo, y luego, con gran esfuerzo—, Peg…
—Oh, tiene razón —dijo Peter—. Me quedaré contigo, Peggy.
La vieja mujer sonrió muy ligeramente, la boca otra línea cruzando la cara. Y entonces, sin alboroto, sus dedos se quedaron fláccidos en la mano de Peter y sus ojos se cerraron lentamente. En el monitor, las líneas verdes se habían convertido en una serie de líneas horizontales perfectamente rectas. Después de varios momentos, Peter le soltó la mano, parpadeó lentamente un par de veces y fue a buscar a la enfermera.
10
Peter se llevó con él las grabaciones del superEEG cuando abandonó las instalaciones de cuidados intensivos. Para cuando llegó a casa, Cathy se preparaba para ir a trabajar, mordisqueando un trozo de tostada integral y sorbiendo una taza de té.
Él había dejado un mensaje en el ordenador de la casa, por lo que sabía donde había estado.
—¿Cómo fue? —preguntó Cathy.
—Tengo la grabación —dijo Peter.
—No pareces muy feliz.
—Bien, una mujer muy buena ha muerto esta noche.
Cathy pareció compadecerse. Asintió.
—Estoy agotado —dijo Peter—. Me vuelvo a la cama. —Le dio un beso rápido e hizo lo que le había dicho.
Cuatro horas más tarde, Peter se despertó con dolor de cabeza. Fue tambaleándose al baño, donde se afeitó y se duchó. Luego llenó un vaso grande con Coca-Cola light, cogió el disco y se fue al estudio.
El sistema informático de la casa era más potente que el mainframe que había tenido que compartir cuando estudiaba en la universidad. Lo conectó, metió el disco en el lector, y activó el monitor de pared al otro lado de la habitación. Peter quería ver el momento en que se disparaba la última neurona, el momento en que se había establecido la última sinapsis. El momento de la muerte.
Seleccionó una representación gráfica y ejecutó los últimos segundos de datos, haciendo que el ordenador señalase la posición de cada neurona que se había activado. No era sorprendente que la imagen en la pantalla formase exactamente la silueta de un cerebro humano. Peter empleó herramientas de detección de bordes para dibujar el contorno del cerebro de la señora Fennell. Había datos suficientes para generar la imagen tridimensional; Peter la giró hasta que la imagen del cerebro estuvo directamente frente a él, como si mirase a la difunta señora Fennell directamente a los nervios ópticos.
Dejó que los datos se representasen en tiempo real. El ordenador buscó estructuras en la activación de neuronas. Cualquier serie conectada que se activaba una vez se dibujaba en rojo; dos, naranja, tres veces, amarillo, y así hasta los siete colores del espectro. La imagen del cerebro parecía blanca en su mayoría: el efecto combinado de todos los puntos diminutos de diferentes colores. Peter ocasionalmente ampliaba la imagen para ver un primer plano de alguna sección del cerebro, iluminada con infinitesimales filas de luces navideñas.