Mamikonian sonrió.
—Me alegro de conocerte, Peter. –Siguió lavándose—. Perdona que no te dé la mano —dijo riendo—. ¿Cuál es tu papel hoy?
—Bien, para el curso se supone que tenemos que demostrar cuarenta horas de experiencia en el mundo real con tecnología médica. El profesor Kofax, es mi director de tesis, me asignó para operar el ECG hoy. –Hizo una pausa—. Si le parece a usted bien, señor.
—Está bien —dijo Mamikonian—. Mira y aprende.
—Lo haré, señor.
El contador sobre el lavabo de Peter sonó. No estaba habituado a aquello; sentía las manos en carne viva. Sostuvo las manos húmedas a la altura del pecho. Una enfermera apareció con una toalla. Peter la cogió, se secó las manos, y luego se metió en la bata estéril verde que sostenía para él.
—¿Tamaño de guante? –le preguntó ella.
—Siete.
La enfermera rompió un paquete, sacó los guantes de látex y se los puso en las manos.
Peter entró en el quirófano. Por encima, una docena de personas miraban a través del techo de cristal desde la galería de observación.
En el centro de la habitación había una mesa sobre la que descansaba el cuerpo de Enzo. Había varios tubos que entraban: tres líneas de volumen, una línea arterial para controlar la presión sanguínea, una línea venosa central metida en el corazón para vigilar el nivel de hidratación. Una joven asiática estaba sentada en un taburete, siguiendo con los ojos el monitor de volumen, el monitor de CO2 y la bomba de infusión volumétrica.
Hasta su llegada, la mujer también había estado siguiendo el osciloscopio de ECG colocado sobre la cabeza de Enzo. Peter se colocó en una posición cercana a él y ajustó el contraste de la imagen. El pulso era normal, y no había señales de daños en el músculo cardíaco.
Tuvo un escalofrío. El chico estaba legalmente muerto, y aun así tenía pulso.
—Soy Hwa —dijo la mujer asiática—. ¿Primera vez?
Peter asintió.
—He estado en algunas cosillas antes, pero nada como esto.
La boca de Hwa estaba cubierta por una mascarilla, pero Peter pudo ver que los ojos formaban una sonrisa.
—Te acostumbrarás —le dijo.
Al otro lado de la habitación, un panel luminoso sostenía la radiografía del pecho de Enzo. Los pulmones no se habían colapsado y el pecho estaba libre. El corazón, una silueta en el centro de la imagen, parecía que estaba bien.
Mamikonian entró. Todos los ojos se volvieron para enfrentársele; el director de orquesta.
—Buenos días a todos —dijo—. Nos ponemos a trabajar, ¿no? –Se movió hasta colocarse sobre el cuerpo de Enzo.
—La presión sanguínea ha caído un poco —dijo Hwa.
—Fluido cristaloide —dijo Mamikonian, mirando las lecturas—. Y vamos a ponerle un poco de dopamina.
Mamikonian estaba de pie a la derecha de Enzo, cerca de su pecho. Al otro lado estaba la enfermera de lavado, sosteniendo el retractor de la pared abdominal. Cinco contenedores de un litro de lactato de Ringer frío estaban colocados formando una fila perfecta sobre la mesa para poder vaciarlos con rapidez en la cavidad del pecho. Una enfermera tenía también seis unidades de células rojas sanguíneas listas. Peter intentó no molestar en la cabecera de la mesa.
Cerca de Peter, el perfusionista, un sij que llevaba una gran cubierta verde sobre su turbante, examinó una serie de lecturas llamadas «temperaturas remotas», «salida arterial», y «toma cardíaca». Cerca, otro técnico examinaba cuidadosamente la subida y bajada del acordeón negro del respirador para asegurarse de que Enzo todavía respiraba correctamente.
—Vamos —dijo Mamikonian.
Una enfermera se adelantó e inyectó algo en el cuerpo de Enzo. Le habló a un micrófono que colgaba desde el techo por un cable delgado.
—Myolock administrado a las 10.02.
El doctor Mamikonian pidió un escalpelo y realizó una incisión que empezaba justo por debajo de la nuez de Adán y seguía hasta el centro del pecho. El escalpelo abrió la piel con facilidad, atravesando músculos y grasa hasta que chocó con el hueso.
El ECG saltó ligeramente. Peter miró a uno de los monitores de Hwa: la presión sanguínea también subía.
—Señor —dijo Peter—. El ritmo del corazón está aumentando.
Mamikonian miró al osciloscopio de Peten.
—Eso es normal —dijo, parecía irritado por haber sido interrumpido.
Mamikonian le devolvió el escalpelo, ahora manchado y rojo, a la enfermera. Ella le pasó la sierra, y él la activó. El zumbido apagó el sonido del ECG de Peter. La hoja rotatoria de la sierra atravesó el esternón. Un olor acre salió de la cavidad del cuerpo: hueso en polvo. Una vez que el esternón estuvo abierto, dos técnicos usaron un instrumento para mantenerlo abierto. Le dieron hasta que el corazón, palpitando una vez por segundo, quedó visible.
Mamikonian levantó la vista. En la pared había un contador isquémico digital; se activaría en el momento en que cortase el órgano, midiendo el tiempo durante el que no habría sangre fluyendo por el corazón. Al lado de Mamikonian había un recipiente de plástico lleno de solución salina. Lavaría el corazón allí para sacarle la sangre. Luego lo pasarían a un contenedor Igloo lleno de hielo para el vuelo a Sudbury.
Mamikonian pidió otro escalpelo y se inclinó para cortar el pericardio. Y, justo cuando la hoja cortaba la membrana que rodeaba el corazón…
El pecho de Enzo Bandello, donante de órganos legalmente muerto, se levantó como un todo.
Un jadeo escapó alrededor del tubo de respiración.
Un momento más tarde, se oyó un segundo jadeo.
—Jesús… —dijo Peter, en voz baja.
Mamikonian parecía irritado. Chasqueó los dedos enguantados hacia una de las enfermeras.
—¡Más Myolock!
Ella se movió y administró una segunda dosis.
La voz de Mamikonian sonaba sarcástica.
—Veamos si podemos acabar este maldito asunto sin que el donante se vaya caminando, ¿no, amigos?
Peter estaba aturdido. Mamikonian se fue con el corazón cortado. Como eso significaba que ya no hacía falta un operador de ECG, Peter fue al nivel de observación y miró el resto de la recogida desde allí. Cuando terminó —cuando cosieron el cuerpo vacío de Enzo Bandello y se lo llevaron al depósito—, Peter fue corriendo a la habitación de lavado. Encontró a Hwa que se estaba quitando los guantes.
—¿Qué pasó ahí dentro? –preguntó Peter.
Hwa exhaló con fuerza; estaba agotada.
—¿Te refieres al jadeo? –Se encogió de hombros—. Sucede de vez en cuando.
—Pero Enz…, pero el donante estaba muerto.
—Por supuesto. Pero también estaba lleno de soporte vital. A veces hay una reacción.
—¿Y… y qué era ese asunto con el Myolock? ¿Qué es eso?
Hwa se estaba desatando la bata de operaciones.
—Es un paralizador muscular. Tienen que administrarlo. Si no se hace, en ocasiones las rodillas del donante se van hacia el pecho cuando lo están trinchando.
Peter se sentía horrorizado.
—¿De veras?
—Uh-uh. –Hwa echó la bata en la cesta—. Es sólo una reacción muscular. Hoy en día es un procedimiento rutinario anestesiar el cadáver.
—¿Anestesiar al cadáver…? –dijo Peter lentamente.
—Sí —dijo—. Por supuesto, es evidente que Dianne no hizo hoy muy buen trabajo. –Hwa hizo una pausa—. Me asusta cuando empiezan a moverse así pero, vaya, eso es la cirugía de trasplantes.
Peter tenía una copia del horario de su novia, Cathy Churchill, en la cartera. Él estaba en el primer año del máster; ella estaba en el último año de la licenciatura en química. Acabaría su última clase del día —polímeros— en unos veinte minutos. Se apresuró por llegar al campus y la esperó en el pasillo fuera de la clase.