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De pronto sintió una descarga en la nuca, y las piernas se le volvieron como de gelatina. Se cayó hacia delante, con el peso de la caja llevándole en esa dirección. Sintió la palma de una mano en el centro de la espalda que le empujaba hacia abajo. Hans intentó hablar, pero la boca no le funcionaba. Sintió cómo la bota del repartidor lo ponía de espaldas, y oyó cómo se cerraba la puerta. Hans comprendió que le habían tocado con un aturdidor, un dispositivo que sólo había visto en los programas de televisión sobre policías, quitándole el control muscular. Al entenderlo, fue consciente que se estaba meando en los pantalones.

Intentó gritar, pero no pudo. Lo único que pudo hacer lúe lanzar un débil gruñido.

El hombre alto se había metido en la casa, y estaba de pie frente a Hans. Con gran esfuerzo, Hans se las arregló para levantar la cabeza. El hombre ahora hacía algo en su propio cinturón. El cuero negro en el lado izquierdo se abrió, revelando una larga y gruesa hoja que brillaba bajo la luz que se escurría por los bordes de las persianas de la sala de estar.

Hans sintió que le volvían las fuerzas. Luchó por ponerse en pie. El hombre apretó al aturdidor a un lado del cuello de Hans y apretó el gatillo. Una descarga eléctrica masiva recorrió el sistema de Hans, y sintió como su pelo rubio se ponía de punta. Volvió a caer de espaldas.

Hans intentó hablar.

—Por… por…

—¿Por qué? —dijo el hombre alto, en su voz con acento. Se encogió de hombros, como si aquello no le importase—. Has enfurecido a alguien —dijo—. Le has puesto muy furioso.

Hans intentó volver a ponerse en pie, pero no pudo. El hombre hundió la bota en su pecho, y luego con un movimiento ágil sacó el cuchillo. Agarró la parte delantera de los pantalones de Hans y la cortó, la hoja afilada atravesaba con facilidad el poliéster azul marino. El hombre puso mala cara ante el pestazo a amoníaco.

—Deberías aprender a controlarte, amigo —dijo. Otro par de rápidos cortes y la ropa interior de Hans era jirones—. El tipo está pagando veinticinco mil extra por esto, espero que lo comprendas.

Hans intentó gritar de nuevo, pero todavía estaba anonadado por el aturdidor. El corazón le latía erráticamente.

—N-no —dijo—. No…

—¿Qué pasa, amigo? —dijo el tipo alto—. ¿Crees que sin tu colita ya no serás un hombre? —Apretó los labios pensándolo—. Sabes, quizá tengas razón. Nunca me lo he pensado demasiado. —Pero luego sonrió, un rictus malvado que mostraba dientes amarillos—. Pero claro, no me pagan para pensar.

Agarró el cuchillo como un cirujano. Hans se las arregló para lanzar un grito ahogado cuando le cortó el pene. La sangre saltó al piso de madera. Luchó de nuevo por ponerse en pie, pero el hombre le dio una patada en la cara, rompiéndole la nariz. Volvió a tocar a Hans con el aturdidor. El cuerpo de Hans se convulsionó, y la sangre salió como un geiser de la herida. Cayó al suelo. Las lágrimas le corrían por la cara.

—Tal y como estás podrías desangrarte hasta morir —dijo el hombre—, pero no puedo arriesgarme. —Se inclinó y pasó el largo filo del cuchillo por la garganta de Hans. Hans encontró fuerzas suficientes y control muscular para un último grito, cuyo timbre cambió radicalmente al abrirse el cuello.

En el forcejeo el miembro cortado de Hans había rodado por el suelo. El hombre lo acercó al cuerpo con la punta del pie, luego tranquilamente entró en el cuarto de estar. Canadá A.M. había dado paso a Donahue. Abrió el armario al lado de la televisión, encontró la grabadora esclava conectada a la cámara de seguridad, cogió el pequeño disco, y se lo metió en el bolsillo. Luego volvió a la entrada, cogió la caja llena de ladrillos y, cuidando de no resbalar en el pulido suelo de madera ahora resbaladizo por el charco de sangre en expansión, se dirigió a la brillante luz de la mañana.

24

—¿Qué es esto? —dijo Peter, señalando a un monitor en el laboratorio de ordenadores de Mirror Image que mostraba lo que parecía un banco de pequeños peces azules que nadaban por un océano naranja.

Sarkar miró desde su teclado.

—Vida artificial —dijo—. Este invierno imparto un curso en Ryerson.

—¿Cómo funciona?

—Bien, de la misma forma que simulamos tu mente dentro de un ordenador, también es posible simular otros aspectos de la vida, incluyendo la reproducción y la evolución. En realidad, cuando las simulaciones son lo suficientemente complejas, algunos dicen que es sólo cuestión de semántica si realmente las simulaciones están realmente vivas. Esos peces han evolucionado de sencillas simulaciones matemáticas de procesos vitales. Y, como peces reales, exhiben un montón de comportamientos emergentes, como ir en bancos.

—¿Cómo se pasa de las matemáticas simples a cosas que se comportan como peces de verdad?

Sarkar salvó su trabajo y se puso al lado de Peter.

—La evolución acumulativa es la clave… hace posible pasar del azar a la complejidad con mucha rapidez. —Se adelantó y apretó algunas teclas—. Mira, deja que te enseñe algunas demostraciones.

La pantalla se puso en blanco.

—Ahora —dijo Sarkar—, teclea una frase. Pero sin puntuación… sólo letras.

Peter lo pensó unos momentos, luego tecleó «And where hell is there must we ever be». El ordenador lo forzó a minúsculas.

Sarkar miró por encima del hombro.

—Marlowe.

Peter se sorprendió.

—¿Lo conoces?

Sarkar asintió.

—Por supuesto. Escuela privada, ¿recuerdas? De Doctor Faustus: «El infierno no tiene límites, ni está circunscrito a un lugar, porque allí donde estemos está el infierno, y donde esté el infierno allí siempre estaremos nosotros.»

Peter no dijo nada.

—Mira la frase que has tecleado… está formada por 39 caracteres. —Sarkar no los había contado; el ordenador había informado del número tan pronto como Peter había terminado de teclear, así como otras estadísticas—. Bien, considera cada uno de esos caracteres como un gen. Hay 28 valores posibles que cada gen podría tener: de la A la Z, más un espacio. Como has tecleado una cadena de 39 caracteres, eso significa que hay 2839 cadenas diferentes de la misma longitud. En otras palabras, un montón.

Sarkar se adelantó y pulsó algunas teclas.

—Esta estación de trabajo —dijo—, puede generar cien mil cadenas de 39 caracteres al azar cada segundo. —Señaló a un número en la pantalla—. Incluso a esa velocidad le llevaría 8,7 x 1043 años —billones de veces más que la vida del universo— encontrar por puro azar la frase exacta y precisa de Marlowe que has tecleado.

Peter asintió.

—Es como los monos.

Here we come… —Sarkar empezó a cantar una canción de los Monkees.

—No los Monkees. El número infinito de monos dándole a los teclados. Nunca producirían una copia exacta de Shakespeare, no importa cuánto tiempo lo intenten.

Sarkar sonrió.

—Eso es porque trabajan al azar. Pero la evolución no funciona al azar. Es acumulativa. Cada generación mejora a la anterior, según un criterio de selección impuesto por el ambiente. Con la evolución acumulativa, puedes pasar del galimatías a la poesía, de ecuaciones a peces, o incluso de un montón de barro a seres humanos, con increíble rapidez. —Tocó una tecla y señaló la pantalla—. Aquí tienes una cadena al azar de treinta y nueve letras. Considérala un organismo ancestral.

La pantalla mostraba.

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