—Empleando evolución acumulativa, el ordenador puede pasar de ese punto de inicio al azar al final deseado en cuestión de segundos.
—¿Cómo? —preguntó Peter.
—Digamos que en cada generación, una cadena de texto puede producir treinta y nueve retoños. Pero, como en la vida real, no todos los retoños son exactamente iguales a los padres. Al contrario, en cada retoño, un gen, una letra, será diferente, moviéndose en uno de arriba abajo en el alfabeto: una Y puede convertirse en una X o una Z, por ejemplo.
—Vale.
—De los treinta y nueve retoños, el ordenador encuentra los más bien adaptados al ambiente: el más cercano a Marlowe, nuestro ideal de forma de vida perfectamente adaptada. Ése, el más adaptado, es el único que se reproduce en la siguiente generación. ¿Entiendes?
Peter asintió.
—Vale. Dejemos que la evolución siga su curso durante una generación.
Sarkar pulsó una tecla. En la pantalla aparecieron treinta y nueve cadenas virtualmente idénticas, y un momento después treinta y ocho desaparecieron.
—Ése es el retoño mejor adaptado. —Señaló a la pantalla.
000 wtshxowlveamfhiqhgdiigjmh rpeqwursudnfe
001 wtshxowlvdamfhiqhgdiigjmh rpeqwursudnfe
—No es evidente —dijo. Sarkar—, pero la cadena inferior está marginalmente más cerca del destino que la original.
—No veo ninguna diferencia —dijo Peter.
Sarkar miró a la pantalla.
—La décima letra ha cambiado de E a D. En el destino, el décimo carácter es un espacio… el espacio entre where y hell. Estamos empleando un alfabeto circular, usando el espacio como el carácter entre la Z y la A. D está un espacio más cerca del objetivo que la E, por eso la cadena representa una ligera mejora… ligeramente mejor adaptada. —Pulsó otra tecla—. Ahora hasta el final… mira, ya está.
Peter estaba impresionado.
—Eso fue rápido.
—Evolución acumulativa —dijo Sarkar triunfalmente—. Se necesitaron 277 generaciones para ir de un galimatías a Mario we; del azar a una estructura compleja. Mira, voy a mostrar cada trigésima generación, con los genes que han evolucionado al valor de destino indicado ya en mayúsculas.
Un par de teclas. La pantalla mostraba:
000 wtshxowlveamfhiqhgdiigjmh rpeqwursudnfe
030 wttgWoxmvdakgiiphfdHghili STerwuotucneE
060 xrtgWoymwccigihpiddHfihl1 STesxuovvapdE
090 xqugWm nzccfhihomcdHfihkM STcuyunvvzpdE
120 ypudwl p bcEijhmnbbHfihkMzSTbWyvmvwyrcE
150 zpvdWj R aeEjlhlqbzHfigkMyST WyvkvwvsBE
180 AozcWib R fEklhkrbyHEjgiMxST W wjvwtuBE
210 ANzaWHERd HELLhISawHEjEiMwST WbwgvxsuBE
240 AND WHERE HELLfIS THEnEiMUST WdwEVzszBE
270 AND WHERE HELLcIS THEREbMUST WE EVER BE
Pulsó un par de teclas más.
—Y éstas son las cinco últimas generaciones.
273 AND WHERE HELLcIS THEREaMUST WE EVER BE
274 AND WHERE HELLbIS THEREaMUST WE EVER BE
275 AND WHERE HELLalS THEREaMUST WE EVER BE
276 AND WHERE HELLalS THERE MUST WE EVER BE
277 AND WHERE HELL IS THERE MIST WE EVER BE
—Está bien —dijo Peter.
—Está mejor que bien —dijo Sarkar—. Ésa es la razón por la que tú y yo y el resto del mundo biológico estamos aquí.
Peter levantó la vista.
—Me sorprende. Es decir, bueno, eres musulmán: suponía que eso significaba que eras creacionista.
—Por favor —dijo Sarkar—. No soy tan estúpido como para ignorar el registro fósil. —Hizo una pausa—. Te educaron como cristiano, incluso si no practicas esa fe de ninguna forma. Tu religión dice que fuimos creados a la imagen de Dios. Bien, eso es por supuesto ridículo: Dios no necesitaría un ombligo. Lo que «creado a Su imagen» significa para mí es, simplemente, que Él dio los criterios de selección, el destino, y la forma que adoptamos por evolución era la que le agradaba a Él.
25
Y así, por fin, las historias de Peter Hobson y Sandra Philo convergían, la muerte de Hans Larsen —y los otros intentos de asesinato por venir— unían sus vidas. Sandra trabajaba en integrar los recuerdos de Peter con los suyos en ese momento… montando un puzzle pieza a pieza.
La detective Alexandria Philo de la Policía Metropolitana de Toronto estaba sentada tras su mesa mirando al aire.
El turno de noche entraría en media hora, pero no estaba deseando volver a casa.
Habían pasado cuatro meses desde que ella y Walter se habían separado, y Walter compartía la custodia de su hija. Cuando Cayley estaba con él, como era el caso esta semana, la casa parecía grande y desierta.
Quizá conseguirse una mascota ayudaría, pensó Sandra. Quizás un gato. Algo vivo, algo que se moviese, algo que la recibiese cuando llegase a casa.
Sandra negó con la cabeza. Era alérgica a los gatos, y podía pasar sin los problemas de nariz y los ojos enrojecidos. Sonrió con tristeza; había roto con Walter para dejar de tener esos mismos problemas.
Sandra había vivido con sus padres durante la universidad, y se había casado con Walter justo después de graduarse. Ahora tenía treinta y seis años y, con su hija lejos, estaba sola por primera vez en su vida.
Quizá fuese al YWHA esta noche. Hacer un poco de ejercicio. Se miró críticamente las caderas. En cualquier caso, sería mejor que ver la tele.
—¿Sandra?
Levantó la vista. Gary Kinoshita estaba frente a ella, con un informe en las manos. Casi tenía sesenta años, y exhibía una envergadura de mediana edad y pelo gris muy corto.
—¿Sí?
—Tengo uno para ti… acaba de entrar. Sé que casi es cambio de turno, pero Rosenberg y Macavan están ocupados con los asesinatos múltiples de Sheppard. ¿Te importa?
Sandra alargó la mano. Kinoshita le entregó el informe. Incluso mejor que el YWHA, pensó. Algo que hacer. Las caderas podían esperar.
—Gracias —dijo.
—Es… ah, un poco desagradable —dijo Kinoshita.
Sandra abrió el informe, echó un vistazo a la descripción: una transcripción generada por ordenador del mensaje radiofónico de los agentes que habían llegado al lugar de los hechos.
—Oh.
—Hay un par de uniformes allí. Te están esperando.
Ella asintió y se puso en pie, se ajustó la pistolera para estar cómoda, luego se puso la blazer verde pálida sobre la blusa verde oscura. El asesinato número 212 de Metro ahora le pertenecía.
El viaje no le llevó mucho. Sandra trabajaba en la 32 División en Ellerslie al oeste de Yonge, y el lugar de los hechos estaba en el 137 de Tuck Friarway; Sandra odiaba los estúpidos nombres de las calles en las nuevas subdivisiones. Como siempre, examinó el vecindario antes de entrar. Típico de clase media; es decir, la clase media moderna. Pequeñas casas iguales de ladrillo, todas en fila, con espacios tan estrechos entre ellas que tendrías que ponerte de lado para pasar. Los patios delanteros eran en gran parte caminos que llevaban a garajes para dos coches. Buzones de correos comunales en las intersecciones. Árboles que no eran más que arbustos creciendo en pequeños espacios de hierba.
Localización, localización, localización, pensó Sandra. Sí.