De pronto vio a Cathy saludándole en la distancia.
Vestía la vieja chaqueta azul marino de la Universidad de Toronto. En una manga decía «9T5», su año de graduación; en la otra, «QUIM». Peter vio que no era la Cathy de hoy, sino más bien la Cathy que había conocido entonces: más joven, libre de arrugas, la cara en forma de corazón, el pelo de ébano hasta la mitad de la espalda. Peter volvió a mirar hacia abajo. Él vestía téjanos lavados a la piedra… el tipo de ropa que no había llevado en veinte años.
Comenzó a caminar hacia ella, y ella hacia él. Con cada paso, las ropas y peinados de ella cambiaban y, después de una docena de pasos, estaba claro que había envejecido un poco más. Peter sintió que le crecía barba en la cara, y que luego desaparecía, un mal experimento abandonado, y al acercarse más, sintió frío en lo alto de la cabeza al comenzar a perder el pelo. Pero después de algunos pasos más, Peter comprendió que todos los cambios en él, al menos, se habían detenido. No perdió más pelo, su cuerpo no se inclinó, sus articulaciones seguían funcionando con facilidad y eficacia.
Caminaron y caminaron, pero pronto Peter comprendió que no se estaban acercando. En realidad, se apartaban cada vez más.
El suelo bajo sus pies se estaba expandiendo. La goma azul se hacía más y más grande. Peter comenzó a correr, y así lo hizo Cathy. Pero no sirvió de nada. Estaban sobre la superficie de un gran globo que se hinchaba. Con cada segundo el área de la superficie aumentaba y la distancia entre ellos crecía.
Un universo en expansión. Un universo de vasto tiempo. Incluso aunque ella ahora estaba muy lejos, Peter todavía podía percibir los detalles del rostro de Cathy, las líneas alrededor de sus ojos. Pronto ella dejó de correr, dejó incluso de caminar. Se quedó quieta sobre la superficie en crecimiento. Siguió saludándole, pero Peter comprendió que ahora era un adiós… no había inmortalidad para ella. La superficie siguió expandiéndose, y pronto se perdió en el horizonte, lejos de su vista…
Cuando Cathy llegó a casa aquella tarde, se lo contó a Peter. Juntos, vieron las noticias de CityPulse a las seis, pero el reportaje añadía poco a lo que le habían dicho en el trabajo. Aun así, Peter se sorprendió al ver la casa tan pequeña que había tenido Hans… un recordatorio agradable de que, al menos en términos económicos, Peter estaba mejor por un orden de magnitud.
Parecía que Cathy todavía estaba bajo el efecto del shock… sorprendida por la noticia.
Peter se sorprendió a sí mismo por lo… por lo satisfactorio que parecía todo. Pero le irritaba ver como ella lloraba al muerto. Vale, ella y Hans habían trabajado juntos durante años. Pero incluso así, había algo profundo en Peter que se sentía afrentado por la tristeza de ella.
Aunque tenía que levantarse temprano para una reunión —unos periodistas japoneses venían en avión a entrevistarle sobre la onda del alma— ni siquiera pretendió irse a la cama con Cathy.
En su lugar se quedó despierto, vio al canoso Jay Leño un poco, luego se fue a la oficina y llamó a Mirror Image. Recibió el mismo menú que antes:
[F1] Espíritu (vida después de la mente)
[F2] Ambrotos (inmortalidad)
[F3] Control (sin modificar)
Una vez más, eligió al sim Control.
—Hola —dijo Peter—. Soy yo, Peter.
—Hola —contestó el sim—. Ya es más de medianoche. ¿No deberías estar en la cama?
Peter asintió.
—Supongo. Es sólo… no sé, supongo que estoy celoso, de una forma algo extraña.
—Celoso.
—De Hans. Lo asesinaron ayer por la mañana.
—¿Sí? Dios mío…
—Hablas igual que Cath. Toda ella jodidamente afectada.
—Bien, es una sorpresa.
—Supongo —dijo Peter—. Sin embargo…
—¿Sin embargo qué?
—Me molesta que esté tan afectada por esto. Algunas veces… —Hizo una larga pausa, luego—: Algunas veces me pregunto si me casé con la mujer adecuada.
La voz del sim era neutra.
—No tenías mucho donde elegir.
—Oh, no sé —dijo Peter—. Estaba Becky. Becky y yo juntos hubiese sido maravilloso.
El altavoz emitió un sonido muy raro; quizás el equivalente electrónico de un gesto de desprecio.
—La gente cree que elegir con quien se va a casar es una decisión importante, un reflejo muy personal de quien se es. No lo es… realmente no.
—Por supuesto que lo es —dijo Peter.
—No, no lo es. Mira, estos días no tengo mucho que hacer más allá de leer cosas que vienen por la red. Una de las cosas en las que he estado trabajando es unos estudios sobre gemelos… supongo que ser tu gemelo de silicio ha despertado mi interés.
—Arseniuro de galio —dijo Peter.
Otra vez el sonido de desprecio.
—Esos estudios muestran que los gemelos separados al nacer son enormemente parecidos en miles de detalles. Tienen la misma barra de chocolate favorita. Les gusta la misma música. Si son hombres, los dos eligen dejarse o no la barba. Acaban con carreras similares. Una y otra vez… similitud tras similitud. Excepto en una cosa: cónyuges. Un gemelo puede tener un cónyuge atlético, el otro un intelectual delicado. Uno rubio, el otro moreno. Uno extrovertido, el otro tímido.
—¿En serio?
—Absolutamente —dijo Control—. Los estudios de gemelos son devastadores para el ego. Todas esas similitudes en gusto muestran que la naturaleza, no la educación, es el componente principal de la personalidad. De hecho, leí hoy un magnífico estudio sobre dos gemelos separados al nacer. Los dos eran desordenados. Uno tenía padres adoptivos obsesionados con la limpieza; el otro estaba en una familia adoptiva con una casa desordenada. Un investigador les preguntó a los gemelos por qué eran tan desordenados, y los dos dijeron que era una reacción a sus padres adoptivos. Uno dijo: «Mi madre estaba tan obsesionada con el orden, que no puedo soportar ser meticuloso.» Pero el otro dijo: «Bien, vamos, mi madre era una desordenada, supongo que lo cogí de ella.» De hecho, ninguna de las respuestas es cierta. Ser desordenado estaba en sus genes. Casi todo lo que somos está en nuestros genes.
Peter lo digirió.
—¿Pero no demuestra la elección de cónyuges radicalmente diferentes que eso no es cierto? ¿No prueba eso que somos individuos modelados por una educación individual?
—A primera vista, podría parecer así —dijo Control—, pero en realidad demuestra exactamente lo contrario. Piensa en cuando nos comprometimos con Cathy. Teníamos veintiocho años, a punto de terminar el doctorado. Estábamos listos para salir a la vida; queríamos casarnos. Vale, ya estábamos muy enamorados de Cathy, pero incluso si no lo hubiésemos estado, probablemente hubiésemos querido casarnos por esa época. Si ella no hubiese estado allí, hubiésemos buscado en nuestro círculo de conocidos para encontrar una compañera. Pero piensa en eso: realmente teníamos muy pocas posibilidades. Primero elimina a todas las que ya estuviesen casadas o comprometidas… por ejemplo, Becky estaba comprometida con alguien en ese momento. Luego elimina a todas las que no tuviesen aproximadamente nuestra misma edad. Luego, para ser realmente honestos con nosotros mismos, elimina a todas las pertenecientes a otras razas o religiones radicalmente diferentes. ¿Quién quedaba? ¿Una persona? Quizá dos. Tal vez, si hubiésemos tenido una suerte extraordinaria, tres o cuatro. Pero eso es todo. Fantaseas sobre todas las personas con las que podías haberte casado, pero si lo miras bien, realmente bien, descubrirás que casi no teníamos elección.
Peter negó con la cabeza.
—Así expresado parece tan frío e impersonal…
—En muchas formas lo es —dijo el sim—. Pero me ha dado una nueva perspectiva para el matrimonio concertado de Sarkar y Raheema. Siempre pensé que eso estaba mal, pero cuando lo examinas a fondo, la diferencia es trivial. No podían elegir con quien casarse, y nosotros tampoco.