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Peter estaba en guardia; Sarkar escuchaba atentamente.

—¿Qué hay… qué hay de la relación con Cathy? Supongo que crees que todo el matrimonio no es sino un parpadeo en una vasta vida.

—Oh, no —dijo Ambrotos—. Es curioso… a pesar del chiste que hizo Colin Godoyo, yo pensaba que un inmortal lamentaría el día en que juró hacer algo hasta que la muerte nos separe. Pero no me siento en absoluto así. De hecho, esto ha añadido toda una nueva dimensión al matrimonio. Si Cathy también se hiciese inmortal, habría una oportunidad, una oportunidad real, de que al final llegase a conocerla completamente. En los quince años que hemos estado viviendo juntos, ya he llegado a conocerla mejor que a cualquier otro ser humano. Sé qué tipo de chistes verdes la harán reír, y que tipo la dejarán fría. Sé lo importante que sus cerámicas son para ella. Sé que no dice en serio que no le gustan las películas de terror, pero sí dice en serio que no le gusta la música rock de los cincuenta. Y sé lo brillante que es… más brillante que yo en muchos sentidos; después de todo, nunca he sido capaz de terminar el crucigrama del New York Times.

»Pero a pesar de todo eso, sólo conozco una fracción diminuta de ella. Seguro que es tan compleja como yo. ¿Qué piensa realmente de mis padres? ¿De su hermana? ¿Reza alguna vez en silencio? ¿Disfruta realmente de algunas de las cosas que hacemos juntos, o sólo las tolera? ¿Qué idea se le ocurre que, después de todo este tiempo, todavía no se siente lo bastante cómoda para compartir conmigo? Por supuesto, intercambiamos pequeños fragmentos de nosotros mismos cada vez que interactuamos pero, con el paso de las décadas y los siglos, llegaríamos a conocernos mejor. Y nada me agradaría más que eso.

Peter frunció el ceño.

—Pero la gente cambia. No puede llevarte mil años conocer a un individuo más de lo que podrías usar mil años para conocer una ciudad. Una vez que haya pasado ese tiempo, la vieja información será completamente inútil.

—Y ése es el aspecto más maravilloso de todo —dijo el sim, sin detenerse para nada esta vez—. Podría pasar para siempre con Cathy y nunca se acabarían las cosas que podría descubrir sobre ella.

Peter se recostó sobre la silla, pensando. Sarkar aprovechó la oportunidad de tomar el micrófono.

—¿Pero no es aburrida la inmortalidad?

El sim rió.

—Perdóname, amigo mío, pero ésa es la idea más estúpida que he oído nunca. Aburrida, ¿cuando tienes la totalidad de la creación por comprender? Nunca he leído una obra de Aristófanes. Nunca he estudiado una lengua asiática. No sé nada de ballet, o lacrosse, o meteorología. No sé leer música. No sé tocar la batería. —Risa de nuevo—. Quiero escribir una novela, y un soneto, y una canción. Sí, serán una mierda, pero con el tiempo aprenderé a hacerlo bien. Quiero aprender a pintar y a apreciar la ópera y entender finalmente la física cuántica. Quiero leer todos los grandes libros y todos los malos también. Quiero aprender sobre el budismo, y el judaísmo y los adventistas del séptimo día. Quiero visitar Australia, Japón y las Galápagos. Quiero ir al espacio. Quiero ir al fondo del océano. Quiero aprenderlo todo, hacerlo todo, vivirlo todo. ¿La inmortalidad aburrida? Imposible. Incluso la vida del universo podría no ser suficiente para hacer todas las cosas que quiero.

Peter y Sarkar fueron interrumpidos por una llamada del recepcionista de Sarkar.

—Perdóneme —dijo el pequeño hombre asiático desde la pantalla del videófono—, pero hay una llamada de larga distancia para el doctor Hobson.

Peter levantó una ceja. Sarkar se apartó para que pudiese ponerse frente al teléfono.

—Estoy aquí, Chi.

—Conecto —dijo.

La imagen de la pantalla cambió para mostrar a una mujer de mediana edad de pelo rojo: Brenda MacTavish, del Hogar de Retiro de Chimpancés de Glasgow.

—Ah, Peter —dijo—, llamé a tu oficina y me dijeron que estarías ahí.

—Hola, Brenda —dijo Peter. Miró de cerca la pantalla. ¿Había estado llorando?

—Perdóname por el estado en que me encuentro —dijo ella—. Acabamos de perder a Cornelius, uno de nuestros residentes más viejos. Tuvo un ataque de corazón; los chimpancés no los sufren con frecuencia, pero utilizamos a Cornelius durante años en la investigación sobre el tabaco. —Agitó la cabeza asombrada ante tanta crueldad—. Cuando hablamos por primera vez, por supuesto no sabía lo que buscabas. Ahora te he visto en la tele, y lo he leído en The Economist. En cualquier caso, tenemos la grabación que querías. Te enviaré los datos por la red, esta noche.

—¿Los has visto? —dijo Peter.

—Sí-dijo ella—. Los chimpancés tienen alma. —Su voz era amarga al pensar en el amigo perdido—. Como si alguien hubiese podido ponerlo en duda.

La primera idea del sim fue alterar la base de datos de recetas en Shoppers Drug Mart, la cadena farmacéutica que Rod Churchill empleaba. Pero a pesar de repetidos intentos, no pudo entrar en el sistema. Era frustrante pero no sorprendente: por supuesto una instalación farmacéutica tendría una seguridad muy estricta. Pero había más de una forma de eliminar a un profesor de deportes. Y por ahí había montones de sistemas informáticos de baja seguridad…

Desde los setenta, los agentes de inmigración del Aeropuerto Internacional Pearson de Toronto usaban una prueba simple para cualquiera que llegase diciendo que era de Toronto pero que no tenía todos los papeles en regla. Le preguntaban a la persona por el número de teléfono de una cadena local de pizzas a domicilio muy famosa. Nadie podía vivir en Toronto y no conocer el número: aparecía en vallas, incontables periódicos y anuncios de televisión, y era cantado incesantemente en los anuncios radiofónicos.

Con el paso de las décadas, la cadena amplió su campo de comidas a domicilio, añadiendo primero platos italianos, luego sándwiches submarinos, más tarde pollo de barbacoa y costillas, también hamburguesas, y, con el tiempo, todo el rango de cocina desde lo pedestre a lo exótico. Aunque mantuvieron su número registrado, cambiaron el nombre a Food Food. Pero incluso en sus humildes días de pizzería, la compañía se enorgullecía de su avanzado sistema de pedidos por ordenador. Todos los pedidos se hacían a través de un número central y luego se transferían a la tienda que estuviese más cerca del cliente, de entre las trescientas en el área metropolitana de Toronto. Así lograban que la comida se entregase en treinta minutos, o el cliente la recibía gratis.

Bien, Rod Churchill había dicho que cada miércoles por la noche, cuando su mujer estaba fuera en el curso de francés, pedía la cena a Food Food. Los registros del ordenador de la cadena tendrían una historia completa de cada comida que hubiese pedido… Food Food era famosa no sólo por ofrecerte el mismo pedido que la última vez, sino también, si lo deseabas, repetir lo que tomaste en cualquier ocasión anterior.

Le llevó un par de días, pero el sim acabó rompiendo la seguridad de los ordenadores de Food Food; como había esperado, las precauciones de seguridad eran mucho menos rígidas que en la industria farmacéutica. Pidió la lista de Rod.

Perfecto.

Como todos los restaurantes, Food Food estaba obligada a dar información completa de los ingredientes y su valor nutritivo, que podía leerse por videófono a petición del cliente. El sim la examinó cuidadosamente, hasta que encontró exactamente lo que estaba buscando.

Noticias en la red

El papa Benedicto XVI presentó hoy una encíclica que afirma la existencia de un alma inmortal y divina en el ser humano. El Pontífice reveló que el Comité Papal para la Ciencia estaba en proceso de evaluar las pruebas relacionadas con el descubrimiento de la onda del alma. Informes no confirmados indican que el Vaticano ha hecho un pedido a Hobson Monitoring Ltd. de tres unidades del Detector de Almas.