Noticias en la red
La encuesta continua de Gallup sobre «Religión en América» muestra que la asistencia a la iglesia durante esta semana se ha incrementado en un 13,75% sobre la misma semana el año anterior.
El Hospital Christian Barnard en Mandelaville, Azania, anunció hoy que ha adoptado formalmente la salida de la onda del alma del cuerpo como determinante del momento de la muerte.
Schlockmeister Jon Tchobanian ha comenzado la producción de su próxima película generada por ordenador, Atrapa almas. Trata sobre un loco empleado de hospital que aprisiona las almas de las personas en botellas magnéticas y las retiene para pedir rescates. «Tal y como corresponde a una película sobre la vida después de la muerte —dice Tchobanian—, los actores serán todos reconstrucciones informáticas de actores muertos.» Boris Karloff y Peter Lorre serán las estrellas.
Life Unlimited de San Rafael, California, anunció hoy su mejor mes de venta para su proceso patentado de inmortalidad nanotecnológica. El analista Gudrun Mungay de Merrill Lynch sugirió que el récord de ventas es una respuesta directa al descubrimiento de la onda del alma. «Algunas personas —dijo—, definitivamente no quieren encontrarse con su creador.»
Noticias de los tribunales: Oshkosh, Wisconsin. El acusado de violaciones múltiples Gordon Spitz presentó hoy una petición de no culpabilidad por razones de locura especial. Spitz, que dice haber tenido experiencias extracorporales desde los doce años, afirma que su alma estaba ausente del cuerpo en cada violación cometida y que, por tanto, no es responsable de los crímenes.
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A veces no había nada como un teclado pasado de moda. Para entrar o analizar datos, era todavía la mejor herramienta jamás inventada. Sandra Philo sacó su teclado y comenzó a escribir nombres propios que habían aparecido en relación con el asesinato de Hans Larsen, incluyendo la calle en que vivía, el nombre de la compañía para la que trabajaba, dónde se había ido de vacaciones el año pasado, y los nombres de vecinos, familiares, amigos y compañeros de trabajo. También entró una variedad de términos relacionados con la mutilación que Larsen había sufrido.
Para cuando terminó, tenía una lista de más de doscientas palabras. Luego le pidió al ordenador que repasase los informes de todos los homicidios en la Región de Toronto en el último año para ver si se repetía la misma situación. Al realizar la búsqueda, el ordenador dibujó una pequeña línea de puntos en la pantalla para demostrar que estaba trabajando. Sólo le llevó unos segundos completar la búsqueda. Nada significativo.
Sandra asintió para sí; se suponía que hubiese recordado un modus operandi similar. Después de todo, no se encuentra todos los días un cadáver con el pene cortado. El ordenador le hizo sugerencias para ampliar la búsqueda: todos los asesinatos de Ontario, todos los asesinatos de Canadá, todos los asesinatos de Norteamérica, desde un mes hasta diez años.
Si elegía la base más amplia, todos los asesinatos de Norteamérica en los últimos diez años, la búsqueda llevaría horas. Estaba a punto de elegir «todos los asesinatos de Ontario», pero en el último segundo cambió de opinión y tecleó su propia búsqueda en la caja de diálogo: «todas las muertes RT›20110601», es decir, todas las muertes —no sólo asesinatos— en la Región de Toronto después de junio de ese año.
La pequeña línea de puntos creció en la pantalla mientras el ordenador buscaba. Después de unos momentos, la pantalla se puso en blanco y apareció:
Nombre: Larsen, Hans
Fecha de la muerte: 14 de noviembre de 2011
Causa de la muerte: homicidio
Término de búsqueda correlacionado: Hobson, Catherine R. (Compañera de trabajo)
Nombre: Churchill, Roderick B.
Fecha de la muerte: 30 de noviembre de 2011
Causa de la muerte: causas naturales
Término de búsqueda correlacionado: Hobson, Cathy (hija)
Las cejas de Philo se elevaron. Catherine Hobson; aquella morena delgada e inteligente que Toby Bailey había identificado como una de las que había tenido un asunto con Hans Larsen. Su padre había muerto justo hacía dos días.
Probablemente no significaba nada. Aun así… Sandra accedió a los registros de la ciudad. Sólo había una Catherine Hobson en la región de Toronto, y su registro decía «de soltera Churchill». Y… ¡buen Dios! Aparecía como viviendo con Peter G. Hobson, un ingeniero biomédico. El tipo de la onda del alma… Sandra le había visto en Donahue y había leído sobre él en Maclean's. Debía estar nadando en dinero… dinero suficiente para que cualquiera de los dos pudiese contratar a un asesino.
Sandra volvió a la base de datos de informes y pidió todos los detalles de la muerte de Roderick Churchill. Churchill, un profesor de deportes de un instituto, había muerto solo mientras cenaba. La causa de la muerte estaba registrada por el examinador médico Warren Chen como «aneurisma(?)». El signo de interrogación era intrigante. Sandra se volvió hacia el videófono y marcó.
—Hola, Warren —dijo, una vez que la cara redonda y de mediana edad de Chen apareció en la pantalla.
Chen le dedicó una amplia sonrisa.
—Hola, Sandra. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Te llamo a propósito de la muerte hace un par de días de un tal Roderick Churchill.
—¿El profesor de gimnasia que se peinaba el cabello sobre la calva? Claro, ¿qué pasa?
—Anotaste la causa de la muerte como aneurisma.
—Uh… huh.
—Pero has puesto un signo de interrogación después. Aneurisma, signo de interrogación.
—Oh, sí. —Chen se encogió de hombros—. Bien, nunca puedes estar completamente seguro. Cuando Dios te reclama a veces simplemente le da al viejo interruptor en la cabeza. ¡Click! Aneurisma. Te mueres, así de simple. Parece que eso fue lo que le sucedió. El tipo ya tomaba medicación para el corazón.
—¿Había algo raro en el caso?
Chen hizo el sonido de cloqueo que pasaba por su risa.
—Me temo que no, Sandra. No hay nada infame en que un hombre de unos sesenta y tantos se caiga muerto… especialmente un profesor de gimnasia. Creen que están en buena forma, pero se pasan la mayor parte del día mirando como otra gente hace ejercicio. Este tío estaba comiendo comida rápida cuando murió.
—¿Hiciste una autopsia?
El examinador médico cloqueó de nuevo; en una ocasión alguien había sugerido que el nombre de Chen era una contracción de chicken hen (gallina).
—Las autopsias son caras, Sandra. Ya lo sabes. No, hice un par de pruebas rápidas en la escena del crimen, y luego firmé el certificado. La viuda, ahora lo recuerdo, se llama Bunny; ¿puedes creerlo? En cualquier caso, ella encontró el cuerpo. Su hija y yerno estaban con ella cuando llegué allí, oh, a la una treinta, o dos menos cuarto, de la mañana. —Hizo una pausa—. ¿Por qué te interesa?
—Probablemente no sea nada —dijo Sandra—. Sólo que el hombre que murió, Rod Churchill, era el padre de una de las compañeras de trabajo del caso de la castración.
—Oh, sí —dijo Chen, la voz llena de alivio—. Ése sí que es interesante. Carracci examinó ese caso; le dan todos los casos raros hoy en día. Pero Sandra, parece una conexión muy tenue, ¿no? Es decir, parece como si esa mujer, ¿cuál es su nombre?
—Cathy Hobson.
—Parece como si tuviese un mal año, eso es todo. Se le acabó la suerte.
Sandra asintió.
—Estoy segura de que tienes razón. Aun así, ¿te importa si voy, y le echo un vistazo a tus notas?
Chen rió de nuevo.