—Ya he ido más allá de lo que acordamos —dijo con cierta irritación en la voz. Sabía que estaba poniendo las cosas peor, y luchó para evitar que el pánico lo dominara. Se quitó el segundo sensor de la muñeca—. He acabado de contestar preguntas.
—Lo siento —dijo Sandra—. Perdóneme.
Peter realizó un esfuerzo por calmarse.
—Está bien —dijo—. Espero que tenga lo que buscaba.
—Oh, sí —dijo Sandra, cerrando el maletín—. Sí.
No llevó mucho tiempo a las formas de vida artificial de Espíritu desarrollar los sistemas multicelulares: cadenas de unidades diferenciadas, unidas en filas simples. Con el tiempo, las formas de vida se tropezaron con el truco de formar dos filas: el doble de células, al menos una de ellas expuesta por un lado a la sopa nutritiva del mar simulado de Espíritu. Y luego las largas filas de células comenzaron a doblarse sobre sí mismas, formando una U. Y, al final, las formas de U se cerraron por debajo, formando una bolsa. Luego, al final, el gran avance: las partes delantera y trasera de la bolsa se abrieron, resultando en un cilindro formado por una doble capa de células, abierto por ambos lados: el diseño básico del cuerpo de cualquier vida animal sobre la Tierra, con un orificio para comer en la parte delantera y otro excretor en la parte trasera.
Nacieron generaciones. Murieron generaciones.
Y Espíritu seguía seleccionando.
40
Había supuesto un cierto trabajo, pero el 4 de diciembre Philo había conseguido la orden de vigilancia que había pedido. Le permitía colocar un emisor en el guardabarros trasero del coche de Peter Hobson. El juez le había dado un permiso de diez días. El emisor tenía un chip temporizador: había operado exactamente durante el periodo autorizado, y ni un segundo más. Ahora los diez días habían terminado, y Sandra estaba analizando los datos recogidos.
Peter conducía mucho a su oficina, y también iba frecuentemente a restaurantes, incluyendo Sonny Gotlieb's, un lugar que también le gustaba a Sandra; al Hospital North York General (estaba en la junta de gobierno); y a otras partes. Pero había una dirección que aparecía una y otra vez: 88 Connie Crescent en Concord. Aquélla era una unidad industrial donde habían cuatro empresas. Realizó una referencia cruzada entre la dirección y los datos telefónicos de Peter, obtenidos con la misma orden. Repetidamente llamaba a un número registrado a nombre de Mirror Image, 88 Connie Crescent.
Sandra llamó a InfoGlobe y obtuvo pantallas llenas de datos sobre esa compañía: Mirror Image Ltd., fundada en el 2001 por el niño prodigio Sarkar Muhammed. Una firma especializada en sistemas expertos y aplicaciones de inteligencia artificial. Grandes contratos con el gobierno de Ontario y varias corporaciones Financial Post 100.
Sandra pensó en la prueba del detector de mentiras que Peter Hobson había realizado. Había dicho: «No conozco a ninguna persona que pueda haberles matado» y sus signos vitales se habían agitado al decir la palabra «persona».
Y ahora pasaba su tiempo en un laboratorio de inteligencia artificial.
Era casi demasiado increíble, una locura.
Pero Hobson no había cometido los asesinatos por sí mismo. El detector de mentiras lo había demostrado.
Era el tipo de cosas que las revistas policiales habían venido prediciendo desde hacía tiempo.
Quizás, ahora, al fin, aquí estaba.
Aquí.
Sandra se reclinó sobre la silla, intentado absorberlo todo.
Ciertamente no era suficiente para conseguir una orden de arresto.
No, una orden de arresto, no. Pero quizás una orden de registro. Guardó los ficheros de investigación, se desconectó y se dirigió a la puerta.
Se necesitaron cinco vehículos para llevarlos a todos allí: dos coches patrulla con un par de agentes uniformados cada uno; un coche brigada con el agente de enlace de esa fuerza policiaclass="underline" el registro se realizaba en la zona de York; el coche sin identificación de Sandra Philo, que la llevaba a ella y a Jorgenson, jefe de la división de delito informático; y el furgón CCD azul, que llevaba a cinco analistas y sus equipos.
El convoy se plantó frente al 88 Connie Crescent a las 10.17. Sandra y los cuatro agentes uniformados entraron directamente; Jorgenson fue al furgón CCD para hablar con su equipo.
El recepcionista de Mirror Image, un hombre mayor, asiático, miró sorprendido al entrar Sandra y los hombres uniformados.
—¿Puedo ayudarles? —dijo.
—Por favor, apártese del terminal de ordenador —dijo
Sandra—. Tenemos una orden para registrar estas instalaciones. —Levantó el documento.
—Creo que es mejor que llame al doctor Muhammed —dijo el hombre.
—Hágalo —dijo Sandra. Chasqueó los dedos, indicando que uno de los agentes uniformados debería permanecer allí para evitar que el recepcionista usase el terminal. Sandra y los otros tres entraron.
Un hombre delgado de piel oscura apareció al final del pasillo.
—¿Puedo ayudarles? —dijo con voz llena de preocupación.
—¿Es usted Sarkar Muhammed? —preguntó Sandra, reduciendo la distancia entre ellos.
—Sí.
—Soy la detective inspectora Philo, Policía Metropolitana de Toronto. —Le entregó la orden—. Tenemos razones para creer que se ha cometido un delito relacionado con los ordenadores en estas instalaciones. Esta orden nos da autoridad para buscar no sólo en las oficinas, sino también en los sistemas informáticos.
En ese momento, la puerta del área de recepción se abrió de golpe y Jorgenson y los cinco analistas entraron.
—Asegúrese de que ninguno de los empleados toca cualquier equipo informático —le dijo Jorgenson al mayor de los agentes. Los policías comenzaron a distribuirse por el edificio. Una pared del pasillo era mayoritariamente de cristal, y permitía ver una enorme instalación de proceso de datos. Jorgenson señaló a dos de los analistas—. Davis, Kato… vosotros ahí. —Los dos analistas fueron a la puerta, pero ésta tenía una cerradura CIEH.
—Doctor Muhammed —dijo Sandra—, nuestra orden nos da derecho a romper cualquier cerradura que consideremos necesario. Si prefiere que no lo hagamos, por favor, abra la puerta.
—Mire —dijo Sarkar—, aquí no hemos hecho nada malo.
—Abra la puerta, por favor —dijo Sandra con firmeza.
—Quiero examinar esa orden con mi abogado.
—Muy bien —dijo Sandra—. Jones, rómpala.
—¡No! —dijo Sarkar—. Vale, vale. —Se acercó a un lado de la puerta y apretó el pulgar contra el escáner azul. Él se echó a un lado y la puerta se abrió. David y Kato entraron, el primero yendo directamente a la consola principal, y el segundo empezando un inventario de la cinta DASD y las unidades ópticas.
Jorgenson se volvió a Sarkar.
—Tiene un laboratorio de IA. ¿Dónde está?
—No hemos hecho nada malo —dijo Sarkar de nuevo.
Uno de los agentes uniformados reapareció al otro extremo del pasillo.
—¡Es por aquí, Karl!
Jorgenson corrió por el pasillo, seguido por los tres miembros restantes de su equipo. Sandra también caminó en esa dirección, mirando las placas de las puertas al pasar.
El recepcionista asiático apareció al fondo del pasillo con aspecto preocupado. Sarkar le gritó:
—Llama a Kejavee, mi abogado; cuéntele lo que ha sucedido. —Luego se apresuró para seguir a Jorgenson.
Sarkar había estado trabajando en el laboratorio de IA cuando el recepcionista lo llamó. Había dejado la puerta abierta. Para cuando regresó allí, Jorgenson se alzaba sobre la consola principal, desconectando el teclado. Le hizo un gesto a uno de sus compañeros quien le pasó otro teclado de color negro brillante y teclas plateadas. Una unidad de diagnóstico: cada pulsación, cada respuesta del ordenador, cada retraso en el acceso de disco quedaría registrado.