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Los aspersores del techo se activaron. Ninguna alarma… nada que pudiese llamar a los vecinos o a los bomberos. Pero el agua fría comenzó a llover del techo. Cathy boqueó y corrió al cuarto de estar. Los aspersores se cerraron a su espalda y se activaron allí. Ella fue hacia las escaleras que llevaban al dormitorio. Los aspersores se desconectaron en el cuarto de estar y se activaron en la escalera.

Cathy comprendió que la seguían… el sim presumiblemente había entrado en los sensores de movimiento que eran parte del sistema antirrobo. A través de la lluvia, podía ver los LEDs del vídeo ahora apagados… presumiblemente para evitar provocar un fuego por cortocircuito eléctrico.

Agotada y mojada, sin ruta de escape, Cathy decidió dirigirse al baño. Si los aspersores estaban destinados a seguirla, al menos podría estar en una habitación donde hiciesen el mínimo daño. Se metió en la bañera y arrancó la cortina de la ducha, usándola como tienda para aislarse del agua fría.

Tres horas más tarde, Peter llegó a casa. Para él, la puerta principal se abrió normalmente. Encontró la alfombra del cuarto de estar mojada, y podía oír los aspersores funcionando en el piso de arriba. Se apresuró hacia el baño y abrió la puerta. En el momento en que lo hizo, los aspersores se detuvieron.

Cathy apartó la cortina de la ducha. El agua corrió sobre el plástico cuando se puso en pie en la bañera. Su voz estaba llena de furia cuidadosamente controlada.

—Ni yo ni ninguna versión de mí te hubiese hecho algo como esto. —Ella lo miró fijamente—. Estamos en paz.

Cathy, con buen juicio, se negó a permanecer en la casa. Peter la llevó en coche al apartamento de su hermana. Todavía estaba furiosa, pero se estaba calmando lentamente, y aceptó su abrazo cuando se despidieron. Peter fue luego directamente a su oficina y entró en la red. Envió un mensaje de correo electrónico al mundo:

Fecha: 15 de diciembre 2011, 23:11 EST.

De: Peter G. Hobson

A: mis hermanos

Tema: petición de CTR

Necesito hablar con todos en conferencia en tiempo real inmediatamente. Por favor, responded.

No tardaron en responder.

—Estoy aquí —dijo uno de los fantasmas.

—Buenas tardes, Peter —dijo otro.

—¿Qué pasa? —preguntó un tercero.

Todos hablaban con el mismo chip de voz; a menos que se identificasen a sí mismos, no había una forma fácil de saber qué sim hablaba. E incluso saber el nodo que usaban no le diría nada sobre qué sim era quién. No importaba.

—Sé lo que pasa —dijo Peter—. Sé que uno de vosotros está matando gente en mi nombre. Pero esta noche Cathy ha sido amenazada. No lo toleraré. No se le hará daño a Cathy. Ni ahora, ni nunca. ¿Entendido? —Silencio.

—¿Entendido?

Todavía no había respuesta.

Peter suspiró exasperado.

—Mirad, sé que Sarkar y yo no podemos eliminaros de la red, pero si hay alguna repetición, haremos pública vuestra existencia. La prensa se volverá loca con una historia de una inteligencia artificial asesina que ha establecido su residencia en la red. No penséis que no harían un rearranque en frío de toda la red para librarse de vosotros.

Una voz del altavoz.

—Estoy seguro de que te confundes, Peter. Ninguno de nosotros cometería asesinatos. Pero si lo haces público, la gente te creerá… después de todo, ahora eres el famoso Peter Hobson. Y eso significa que te echarán la culpa de las muertes.

—Ahora ya no me importa —dijo Peter—. Haré lo necesario para proteger a Cathy, incluso si eso significa ir a la cárcel.

—Pero Cathy te ha hecho daño —dijo la voz sintetizada—. Más que nadie en todo el mundo, Cathy te ha hecho daño.

—Hacerme daño —dijo Peter— no es un crimen capital. No bromeo: si recibe una nueva amenaza, o sufre daño de cualquier forma, me ocuparé de que todos seáis destruidos. De alguna manera encontraré el modo de hacerlo.

—Podríamos —dijo la voz electrónica muy lentamente—, librarnos de ti para que eso no suceda.

—En cierto sentido, eso sería suicidio —dijo Peter—. O fratricidio. En cualquier caso, sé que es algo que yo no haría, y eso significa que es algo que vosotros no haríais.

—Tú no hubieses matado al compañero de trabajo de Cathy —dijo la voz—, y sin embargo crees que uno de nosotros lo ha hecho.

Peter se echó sobre la silla.

—No, pero… pero yo quería hacerlo. Me avergüenza admitirlo, pero quería verle muerto. Pero no me suicidaría… ni siquiera pensaría en suicidarme… y por lo tanto sé que vosotros tampoco lo consideraríais.

—Pero estás pensando en matarnos a nosotros —dijo la voz.

—Eso es diferente —dijo Peter—. Soy el original. Lo sabéis. Y sé en lo más profundo de mi corazón que no creo que los simulacros informáticos estén tan vivos como una persona de carne y hueso. Y como lo creo, vosotros también lo creéis.

—Quizá —dijo una voz.

—Y ahora estáis intentando matar a Cathy —dijo Peter—. Al menos eso debe parar. No hagáis daño a Cathy. No amenacéis a Cathy. No le hagáis nada a Cathy.

—Pero ella te ha hecho daño —dijo de nuevo el sintetizador.

—Sí —dijo Peter, exasperado—. Ella me hizo daño. Pero me haría más daño si no estuviese conmigo. Me destruiría si estuviese muerta.

—¿Por qué? —dijo la voz.

—Porque la amo, maldición. La amo más que a la vida misma. La amo con cada fibra de mi ser.

—¿En serio? —dijo la voz.

Peter hizo una pausa, recuperando la respiración. Se lo pensó. ¿Era sólo su rabia la que hablaba? ¿Estaba diciendo cosas que no creía? ¿O era cierto, realmente cierto?

—Sí —dijo con suavidad, comprendiendo finalmente—, sí, la amo así en realidad. La amo más de lo que se puede expresar con palabras.

—Ya era hora de que lo admitieras, Petey muchacho, incluso si había que obligarte. Ve y recoge a Cathy… sin duda la llevaste a casa de su hermana; eso es lo que yo hubiese hecho. Recógela y llévala a su hogar. No le sucederá nada.

42

Al día siguiente, Peter se aseguró de que Cathy llegase sana y salva al trabajo, pero se quedó en casa. Desconectó el sistema electrónico de la puerta y llamó a un cerrajero para que instalase una cerradura antigua operada con llave. Mientras el cerrajero trabajaba, Peter se sentó en su despacho y miró al vacío, intentando que todo tuviese sentido.

Pensó en Rod Churchill.

Un trozo de hielo. Sin mostrar sus emociones.

Pero estaba tomando fenelzina… un antidepresivo.

Lo que, por supuesto, quería decir que le habían diagnosticado depresión clínica. Pero, en las dos décadas que Peter había conocido a Rod Churchill, no había visto ningún cambio en su actitud. Por lo tanto quizá… quizá llevaba deprimido todo ese tiempo. Quizás había estado deprimido aún más tiempo, deprimido durante la infancia de Cathy, llevándole a ser el padre terrible que había sido.

Peter negó con la cabeza. Rod Churchill; no era un bastardo, no era un cabrón. Sólo un enfermo; por un desequilibrio químico.

Seguro que eso mitigaba lo que había hecho, lo hacía menos culpable de la forma en que había tratado a sus hijas.

Mierda, pensó Peter, todos somos máquinas químicas. Peter no podía funcionar sin su café matutino. Era evidente que Cathy se ponía más irritable justo antes de la regla. Y Hans Larsen había permitido que las hormonas le guiasen por la vida.