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—Yo… yo soy el tipo que lo contrató —dijo Peter.

—Mentira.

—Lo soy. Lo contraté por correo electrónico. Le pagué ciento veinticinco mil dólares por matar a Hans Larsen, y cien más por matar a la detective. Pero he cambiado de opinión. No la quiero muerta.

—¿Usted es Vengador? —dijo el hombre—. ¿Usted fue el tipo que me contrató para contarle la polla a ese cabrón?

Dios mío, pensó Peter. Así que ésa era la mutilación.

—Sí —dijo, intentando no mostrar su repulsión—. Sí.

El australiano se pasó la mano por la frente.

—Debería matarle por lo que ha intentado hacerme.

—Puede quedarse con los cien mil. Simplemente márchese de aquí.

—Por supuesto que me quedaré el dinero. Hice mi trabajo.

El cuadro se mantuvo durante varios segundos. Claramente el australiano estaba midiendo a Peter; si usaría de nuevo la pistola, si Peter merecía morir por haberle pegado.

Peter apretó el gatillo.

—Sé que no puedo matar a un inmortal —dijo—, pero puedo detenerle lo suficiente hasta que llegue la policía. —Tragó—. Creo que una sentencia de cadena perpetua sería aterradora para alguien que puede vivir para siempre.

—Devuélvame el irradiador.

—Ni lo sueñe —dijo Peter.

—Vamos, amigo… ese cacharro cuesta cuarenta de los grandes.

—Páseme la factura. —Agitó de nuevo la pistola.

El australiano sopesó sus opciones una vez más, luego asintió.

—No deje huellas, amigo —dijo, luego se volvió y salió por la puerta principal todavía abierta.

Peter se inclinó sobre el teléfono, pensó durante un segundo, luego eligió el modo de sólo texto y marcó el 9-1-1. Escribió:

Agente de policía herida, 216 Melvi1le Av., Don Mills. Se necesita ambulancia.

Todas las llamadas al 9-1-1 se grababan, pero de esa forma no habría grabación de voz para identificarle. Sandra estaba inconsciente: no había visto a Peter, y la policía probablemente no tendría razón para pensar que nadie más que el asesino hubiera estado allí. Y Sandra seguramente podría describir al asesino.

Peter buscó tras el teléfono, desconectó el teclado, y limpió el conector del teclado con un kleenex. Todavía llevando el teclado, subió de nuevo a ver a Sandra. Todavía estaba inconsciente, pero estaba viva. Peter, asustado hasta la médula, recogió la palanca y salió por la puerta, limpió el pomo, luego se dirigió al coche. Al alejarse lentamente, pasó una ambulancia, con la sirena aullando, iba directamente a casa de Sandra.

Peter condujo durante kilómetros, sin estar realmente seguro de adonde se dirigía. Finalmente, antes de matarse o matar a otra persona, se echó a un lado y llamó a Sarkar al trabajo desde el teléfono del coche.

—¡Peter! —dijo Sarkar—. Estaba a punto de llamarte.

—¿Qué pasa?

—El virus está listo.

—¿Ya lo has liberado?

—No. Quiero probarlo primero.

—¿Cómo?

—Tengo versiones de los tres sims en un backup en el disco de la oficina de Raheema. —La mujer de Sarkar trabajaba a unas manzanas de Mirror Image—. Afortunadamente, usé ese lugar para el almacenamiento de seguridad. De otra forma, el registro policial los hubiese descubierto. En cualquier caso, para hacer una prueba, quiero instalar esas versiones en un sistema completamente aislado y luego liberar el virus.

Peter asintió.

—Gracias a Dios. Quería ir a verte de todas formas, tengo aquí un dispositivo que no puedo identificar. Estaré ahí… —Hizo una pausa, miró a su alrededor, intentando ver dónde estaba. Lawrence East. Y aquello era Yonge Street—. Estaré ahí en cuarenta minutos.

Cuando Peter llegó, le mostró a Sarkar el dispositivo de plástico gris que parecía una billetera rígida y muy llena.

—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Sarkar.

—Del asesino.

—¿El asesino?

Peter le explicó lo que había sucedido. Sarkar parecía alterado.

—¿Dices que llamaste a la policía?

—No… a una ambulancia. Pero estoy seguro de que a estas alturas la policía ya estará allí.

—¿Estaba viva cuando te fuiste?

—Sí.

—Entonces, ¿qué es eso? —dijo Sarkar, señalando al dispositivo que Peter había traído consigo.

—Creo que es algún tipo de arma.

—Nunca he visto nada así —dijo Sarkar.

—El tipo lo llamó un «irradiador».

A Sarkar se le cayó la mandíbula.

Subhanallah!-exclamó—. Un irradiador…

—¿Sabes lo que es?

Sarkar asintió.

—He leído sobre eso. Armas de rayos de partículas. Emiten radiación concentrada contra el cuerpo —exhaló—. Desagradable. Están prohibidos en Norteamérica. Completamente silencioso, y puedes sostenerlo dentro de un bolsillo y dispararlo desde ahí. La ropa e incluso las puertas de madera son transparentes para él.

—Joder —dijo Peten

—¿Pero dices que la mujer estaba viva?

—Respiraba.

—Si le han disparado con esto, como mínimo van a tener que sacarle varios trozos del cuerpo para salvar lo que quede. Pero, es más probable que esté muerta en un día o dos. Si le hubiese disparado en el cerebro, hubiese muerto inmediatamente.

—No tenía la pistola muy lejos. Quizá la detective iba a por ella cuando yo llegué.

—Entonces puede que él no tuviese tiempo de apuntar. Quizá le dio por la espalda… afecta a la columna y las piernas dejan de funcionar.

—Y rompí la ventana antes de que pudiese acabar el trabajo. Maldita sea —dijo Peter—. Maldito todo este asunto. Tenemos que detenerlo.

Sarkar asintió.

—Podemos. Tengo preparada la prueba. —Señaló hacia una estación de trabajo en el centro de la habitación—. Esta unidad está completamente aislada. He quitado todas las conexiones de red, líneas telefónicas, módems, y conexiones móviles. Y he cargado tres nuevas copias de los sims en el disco duro de la estación.

—¿Y el virus? —dijo Peter.

—Aquí. —Sarkar sostuvo una tarjeta negra PCMCIA de memoria, más pequeña y casi tan delgada como una tarjeta de visita. La colocó en la ranura de tarjetas de la estación.

Peter acercó una silla hasta la estación.

—Para hacerlo adecuadamente —dijo Sarkar—, deberíamos tener a los sims ejecutándose.

Peter vaciló. La idea de activar nuevas versiones de sí mismo para poder matarlos era perturbadora. Pero si era necesario…

—Hazlo —dijo Peter.

Sarkar pulsó algunas teclas.

—Están vivos —dijo.

—¿Cómo lo sabes?

Sarkar señaló con un dedo huesudo a algunos datos en la pantalla de la estación. Era basura para Peter.

—Aquí —dijo Sarkar al comprenderlo—. Deja que los represente de forma diferente. —Pulsó algunas teclas. Tres líneas comenzaron a correr por la pantalla—. Esto es esencialmente una simulación de un EEG para cada sim, convirtiendo la actividad de las redes neuronales en algo parecido a una onda cerebral.

Peter señaló a cada una de la línea por turnos. Aparecían picos violentos.

—Mira eso.

Sarkar asintió.

—Pánico. No saben lo que sucede. Se han despertado ciegos, mudos y completamente solos.

—Esos pobres tipos —dijo Peter.

—Déjame soltar el virus —dijo Sarkar, tocando algunas teclas más—. Ejecutando.

—Exactamente —dijo Peter estremeciéndose.

Los EEGs de pánico continuaron durante algunos minutos.

—Parece que no funciona —dijo Peter.

—Lleva tiempo comprobar las estructuras —dijo Sarkar—. Después de todo, esos sims son enormes. Simplemente espera… ahí.