– Es muy comprensible -reconoció Walter-, Debe de haber sido una experiencia terrible. Usted dice que no reconocería al ladrón si lo volviera a ver, pero me pregunto si su mujer no lo había visto mejor.
– Sí, inspector. Siempre decía que reconocería al sinvergüenza si lo volvía a ver.
– ¿De veras? Qué interesante.
– ¿Por qué?
– Si estuviera en este barco, tendría motivos de sobra para haberla asesinado.
– ¡Dios mío, tiene razón!
– No sé si iría tan lejos como eso -comentó Walter, medio arrepentido de haber mencionado esa posibilidad-. No es más que una teoría.
– Es la única que coincide con los hechos -exclamó Jack con un tono que no necesita convencimiento-. El tipo subió en Southampton y se pegó el susto de su vida al ver a Kate. Supongo que pensó que ella se había ahogado en el Lusitania. Sabía que teniendo cinco días por delante en el mar Kate lo iba a reconocer y decidió matarla. Dio por sentado que viajaba sola, así que la arrojó al mar, suponiendo que nada lo vincularía con su desaparición. Era un ladrón, así que no habrá tenido ningún problema para entra en su camarote. La estranguló y la arrojó por el ojo de buey. Y entonces las cosas empezaron a andar mal.
– Recuperaron el cuerpo del mar -dijo Walter.
– Eso fue lo primero. Lo segundo fue la noticia de que usted estaba en el barco, un famoso detective de Scotland Yard. Y la tercera fui yo… el marido de Kate. El tipo podía saber que ella estaba casada hasta que oyó los rumores y me vio hablando con usted. Tal vez recordara mi rostro. Sea lo que fuere, se convenció a sí mismo de que yo le iba a contar a usted lo del Lusitania, y usted, el hombre que atrapó a Crippen, no perdería ni un segundo en arrestarlo. Era un hombre desesperado, así que probó un remedio desesperado.
– Me disparó.
– Sí. Que me haya apuntado a mí o a usted no tiene importancia.
– No estoy de acuerdo -se opuso Walter secamente.
– Me refiero a que su punto de vista del resultado sería igual -continuó Jack demostrando impaciencia-. Quería evitar que le contara lo del Lusitania. Pero no lo logró. Ahora sabe lo que pasó. ¿Qué piensa hacer, inspector?
Walter contempló su vaso como si la respuesta estuviera allí.
– Tengo que hacer el equipaje.
– Tenemos que encontrar a ese hombre. Asesinó a mi mujer.
Casi lo mató a usted.
– Sí. Pero dudo de que trate de hacer alguna otra cosa. Y no puede escapar. Lo veré por la mañana.
– ¿Ya sabe quién es? -preguntó Jack atónito.
– Creo que sí -replicó Walter con una sonrisa modesta.
– ¿No me lo va a decir?
– Será mejor que no. Pero le agradezco su ayuda.
21
Alma se miró en el espejo y tomó el colorete. Su cara era espectral. Estaba esperando a Walter.
Había pasado una nota por debajo de su puerta pidiéndole que fuera a verla. Y ella pensaba decirle que se había equivocado, que no lo amaba, que había sido una mera pasión pasajera.
Sin embargo ya deseaba que hubiera una manera de recuperar la nota antes de que él la encontrara. Le temía. Había sido un terrible error haber elegido justamente el camarote donde Lydia había muerto para decírselo. Sólo la fuerza de su amor por Johnny le impedía escapar corriendo. Prefería morir antes de perder la oportunidad de casarse con él.
Pero la atormentaba la culpa. Había repasado en su mente una y otra vez los sucesos que unían su vida a la de Walter y siempre llegaba a la misma conclusión. Si Walter no la hubiera conocido, no habría asesinado a Lydia. Estaría en algún lugar de Inglaterra tratando de continuar con su trabajo de dentista. No era ni había sido nunca la figura exquisitamente atractiva en que su imaginación lo había convertido. Era decente y confiado y aburrido, aburrido, aburrido. No tenía ni una pizca de animación. Era deprimente saber que no era Walter el que la había fascinado, sino sus fantasías. La fantasía de escapar con un hombre que asesinaba a su mujer y lo abandonaba todo… trabajo, casa y país… para vivir con ella por el resto de sus días. Pero no era el amor y ahora sabía que no lo quería. Seguía siendo aburrido…
En algún lado había leído que los asesinos son casi todos individuos aburridos y patéticos. No lo había creído al leerlo y estaba segura de que Ethel Le Neve tampoco. Pero, ¿y si no hubieran atrapado a Crippen? ¿Si Ethel hubiera tenido que pasar el resto de sus días en la cárcel con él?
El asesinato no le iba bien a Walter. Sólo lo notaba cambiado en un solo punto: se había vuelto peligroso. Aburrido y peligroso. Un hombre que ha asesinado una vez y no ha sido capturado, no puede ser ignorado.
El golpe en la puerta la sobresaltó. Tenía puesta una blusa de seda que parecía viva a causa del miedo. Respiró hondo y se dirigió a la puerta.
Allí estaba, con la nota en la mano y las cejas levantadas con aire interrogativo.
Alma trató de sonreír. Se hizo a un lado para dejarlo pasar y cerró la puerta.
– Walter, ya sé que decidimos no vernos a menos que hubiera una razón muy importante.
– ¿La hay?
– Por favor, siéntate. Tenía que encontrar una manera de hablarte antes de mañana. Has tenido que afrontar muchas más cosas que las que supusimos.
Walter se encogió de hombros.
– No ha sido tan malo. Ocupó mi mente.
– Pero te hirieron. ¿Todavía te duele?
– No lo llamaría dolor. Más bien molestia.
– Pero lo que pasó es culpa mía -alegó Alma-. Yo he tenido más oportunidades que tú de pensar las cosas.
– ¿Culpa por qué?
– Por todo. Por la muerte de Lydia.
– Lo planeamos juntos.
– Si no me hubieras conocido, nunca lo habrías pensado. Nunca hubieras puesto el pie en este barco, nunca hubieras hecho lo que hiciste en este maldito camarote, nunca hubieras tenido que fingir ser detective.
Walter parpadeó, sorprendido.
– No fue tan difícil. Disfruté enormemente.
– ¿Disfrutaste?
– Nunca me trataron mejor. Al principio creí que sería difícil, pero no fue así. No tuve que hacer preguntas astutas ni descubrir claves escondidas. Ser detective consiste en lograr que la gente hable. Sé escuchar… Lydia me acostumbró. Como te decía, si los dejas hablar te lo contarán todo y te adjudicarán el mérito de haber descubierto la verdad.
Alma creyó comprender.
– Sí, tienes que haber sido astuto para convencerlos.
– ¿Convencerlos?
– Convencerlos de que sabías lo que estabas haciendo… que estabas resolviendo el misterio.
– Mi querida, lo he resuelto. Ya sé quién cometió el asesinato y por qué. Eso es lo que quiero decir. Soy un detective muy bueno.
– Walter, eso es imposible.
Se recostó en la silla con los brazos cruzados.
– Ya verás.
Alma lo miró, preguntándose si habría perdido la razón. Parecía obsesionado por Dew. Creía realmente que era un gran detective. Incluso creía haber resuelto el caso.
¿Era concebible que estuviera tan desquiciado que pensara en acusarse a sí mismo del asesinato de Lydia? ¿Y a ella como su cómplice? ¿Iba a ser ése el último logro del falso inspector Dew?
Alma empezó a hablar con la urgencia y la convicción de un prisionero pidiendo por su vida.
– Escúchame, Walter, por favor. No tengo derecho a decirte esto ahora. Me avergüenzo, pero tengo que decírtelo -le tomó una mano y se arrodilló al lado de su silla mirándolo con ansiedad-. He cambiado. Cuando iba a tu consultorio, te idolatraba. Nunca había hablado con un hombre tan seguro, tan fuerte, tan apuesto. Debo decirte que no tenía mucha experiencia. Los únicos hombres que conocía fuera de mi familia eran personajes de los libros, de esas historias románticas que encuentras en las bibliotecas. Para mí eras como una de esas criaturas irreales, con tus modales sofisticados y tu nombre extranjero. Y como cada uno de ellos al principio del libro, me pareciste inalcanzable.