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Cuando Stormgren terminó, el hombre de ciencia miró con nerviosismo a su alrededor.

— ¿Crees que nos estará escuchando? — preguntó.

— No. No creo que sea posible. Me protege algo que Karellen llama un rastreador. Pero no funciona bajo tierra. Ese es uno de los motivos por los que he venido a verte a este sótano tuyo. Se supone que está protegido contra toda clase de radiaciones, ¿no es así? Bueno, Karellen no es un mago. Sabe dónde estoy, pero nada más.

— Ojalá tengas razón. Pero, aparte de eso, ¿no habrá dificultades cuando Karellen descubra tus intenciones? Pues las descubrirá, lo sabes muy bien.

— Correré ese riesgo. Además, nos entendemos bien.

El físico jugueteó con su lápiz y se quedó mirando un rato el vacío.

— Es un bonito problema. Me gusta — dijo simplemente. Buscó luego en un cajón y sacó un enorme bloc de papel. Stormgren nunca había visto otro más grande.

— Bueno — comenzó a decir Duval, garrapateando furiosamente en una especie de taquigrafía privada —. Tengo que conocer todos los pormenores. Háblame de ese cuarto en el que celebran las entrevistas. No omitas ningún detalle, por más trivial que te parezca.

— No hay mucho que decir. Es de metal, y tiene unos ocho metros cuadrados de superficie, por cuatro de altura. La pantalla tiene un metro de ancho y delante hay un escritorio… Mira, será mejor que te lo dibuje.

Stormgren trazó un rápido esbozo del cuartito y le pasó el dibujo a Duval. Estremeciéndose ligeramente recordó la última vez que había hecho un movimiento semejante. Se preguntó qué habría ocurrido con el galés ciego y sus socios, y cómo habrían reaccionado cuando descubrieron que él, Stormgren, había desaparecido.

El francés estudió el dibujo frunciendo el ceño.

— ¿Y eso es todo lo que puedes decirme?

— Sí.

Duval bufó disgustado.

— ¿Qué hay de la luz? ¿Estás en una total oscuridad? ¿Y qué pasa con la ventilación, la temperatura…?

Stormgren sonrió ante esa explosión familiar.

— El cielo raso es luminoso, y creo que el aire entra por la rejilla del altavoz. No sé por dónde sale. Quizá de cuando en cuando cambia la dirección de la corriente. No lo he notado. No hay señales de un aparato de calefacción, pero la temperatura es siempre normal.

— Eso quiere decir, supongo, que el vapor de agua se ha condensado, pero no el anhídrido carbónico.

Stormgren trató de sonreír.

— Creo que te lo he dicho todo — concluyó — En cuanto a la máquina que me lleva hasta Karellen, tiene tan poco carácter como la caja de un ascensor. Sin la silla y la mesa bien podría ser eso.

Hubo un silencio de varios minutos mientras el físico adornaba su lápiz con minuciosos y microscópicos mordiscos. Stormgren se preguntó, observándolo, cómo un hombre como Duval, de mente mucho más brillante que la suya, no había alcanzado un puesto más alto en el mundo de la ciencia. Recordó una frase malévola y probablemente inexacta, de un amigo del Departamento de Estado: «Los franceses producen los más grandes segundones del mundo». Duval era una prueba de esa aseveración.

El físico sonrió satisfecho, se inclinó hacia adelante y apunto con su lápiz a Stormgren.

— ¿Qué te hace pensar, Rikki — preguntó —, que la pantalla de Karellen sea realmente una pantalla?

— Siempre me pareció eso. Es exactamente igual a una pantalla. ¿Qué otra cosa podía ser por otra parte?

— Cuando afirmas que se parece a una pantalla quieres decir, ¿no es cierto? que se parece a una pan. talla de las nuestras.

— Claro.

— Eso me parece sospechoso. No creo que los superseñores usen algo tan tosco como una pantalla. Probablemente materializan las imágenes directamente en el espacio. Y además ¿por qué va a usar Karellen un sistema de televisión? La solución más simple es siempre la más adecuada. ¿No te parece mucho más probable que tu «pantalla» sea sólo una hoja de vidrio?

Stormgren sintió tanta vergüenza que guardó silencio unos instantes, rememorando el pasado. Nunca había dudado de la historia narrada por Karellen. Pero ahora que miraba hacia atrás, ¿cuándo le había dicho el supervisor que estaba usando un sistema de TV? Le habían tendido una trampa psicológica, y él, Stormgren, había caído inocentemente. Admitiendo, es claro, que Duval no se equivocaba. Pero ya estaba otra vez, sacando conclusiones. Aún nadie había probado nada.

— Si tienes razón — dijo —, basta romper el vidrio.

Duval suspiró.

— ¡Estos salvajes! ¿Crees que podrás romper, ese material sin explosivos? Y si tuvieras éxito ¿supones que Karellen respira el mismo aire que nosotros? No será muy bonito para ambos si vive en una atmósfera de cloro.

Stormgren se sintió un poco tonto. Podía haber pensado en eso.

— Bueno, ¿qué sugieres? — preguntó algo exasperado.

— Tengo que pensarlo. Es necesario descubrir ante todo si mi teoría es correcta, y si lo es, averiguar de qué material es la pantalla. Encargaré ese trabajo a dos de mis hombres. A propósito, tú llevas un portafolios cuando vas a visitar a Karellen. ¿Es ése que tienes ahí?

— Si.

— Alcanzará. No tenemos que llamar la atención cambiándolo por otro, sobre todo si Karellen está acostumbrado a verlo.

— ¿Qué quieres que haga? — preguntó Stormgren —. ¿Que lleve conmigo un aparato de rayos X?

El físico sonrió con una mueca.

— No lo sé todavía, pero pensaremos en algo. Te avisaré dentro de quince días. - Duval se rió. — ¿Sabes qué me recuerda todo esto?

— Si — respondió en seguida Stormgren —, la época en que fabricabas aparatos ilegales de radio, durante la ocupación alemana.

Duval pareció decepcionado.

— Bueno, supongo que alguna vez he hablado de eso. Pero hay otra cosa.

— ¿De qué se trata?

— Cuando te capturen, yo no sabré nada.

— Pero cómo, ¿después de hablar tanto acerca de la responsabilidad de los inventores? Realmente, Pierre, me avergüenzas.

Stormgren dejó caer el pesado informe con un suspiro de alivio.

— Gracias a Dios ya está listo — dijo — Es raro pensar que estos pocos centenares de páginas encierren el futuro de la humanidad. ¡El Estado mundial! Nunca pensé que llegaría a verlo.

Metió el informe en su portafolios. El fondo no estaba a más de diez centímetros del rectángulo oscuro de la pantalla. De vez en cuando sus dedos jugueteaban con las cerraduras en una semiconsciente y nerviosa reacción. Pero no tenía el propósito de apretar la llavecita hasta que la reunión hubiese terminado. Era posible que todo saliese mal. Aunque Duval había jurado que Karellen no sospecharía nada, no se podía estar seguro.

— Bueno, me ha dicho usted que tenía algunas novedades — continuó Stormgren con una impaciencia mal disimulada — Se trata de…

— Sí — dijo Karellen — Recibí una respuesta hace unas pocas horas.

¿Qué quería decir con eso? se preguntó Stormgren. No era posible indudablemente que el supervisor se hubiera comunicado ya con su distante morada, a través de esos innumerables años-luz. O quizá — de acuerdo con la teoría de Van Ryberg — se habla limitado a consultar una enorme máquina computadora, capaz de predecir las consecuencias de cualquier acto político.

— No creo — continuó Karellen — que la Liga de la Libertad y sus asociados se sientan muy satisfechos, pero ayudará a reducir la tensión. No registraremos esto.

«Me ha dicho usted muy a menudo, Rikki, que la raza humana se acostumbraría muy pronto a nosotros, no importa cual fuese nuestro aspecto físico. Eso demuestra que le falta a usted imaginación. Sería así, probablemente, en su caso, pero tiene que recordar que la mayor parte del mundo no está todavía bastante educada y que los prejuicios y supersticiones que la dominan sólo desaparecerán dentro de varias décadas.