«Admitirá usted que algo conocemos de psicología humana. Sabemos, con bastante exactitud, qué pasaría si nos reveláramos hoy al mundo. No puedo entrar en detalles, ni con usted, así que tiene que aceptar la verdad de este análisis. Podemos, sin embargo, hacer una promesa definida, que le dará alguna satisfacción: Dentro de cincuenta años — de aquí a dos generaciones — saldremos de nuestras naves y la humanidad nos verá al fin tal cual somos.
Stormgren guardó silencio durante un rato, asimilando las palabras del supervisor. Sentía muy poco de esa satisfacción que le hubiesen causado en otro tiempo las palabras de Karellen. En realidad, hasta estaba un poco confundido por su éxito parcial, y durante un instante casi dejó de lado su proyecto. La verdad llegaría con el paso de los años. Todo este complot era inútil y quizá muy poco prudente. Si lo llevaba a cabo, sería sólo por la egoísta razón de que dentro de medio siglo él, Stormgren, ya no existiría.
Karellen debió de advertir su irresolución, porque continuó:
— Lamento desilusionarlo, pero al menos no será usted responsable de los problemas políticos del futuro. Quizá aún piense usted que nuestros temores son infundados; pero créame, hemos comprobado que sería muy peligroso seguir otro camino.
Stormgren se inclinó hacia adelante, respirando pesadamente.
— ¡Entonces el hombre los vio alguna vez!
— No diría eso — respondió Karellen rápidamente —. No hemos supervisado solamente este planeta.
Pero Stormgren no se daba por vencido con tanta facilidad.
— Hay muchas leyendas que sugieren que la Tierra ha sido visitada ya por otras razas.
— Lo sé. He leído el informe del departamento de Investigaciones Históricas. Parece como si este mundo fuese el cruce de carreteras del universo.
— Quizá ustedes no se enteraron de algunas de esas visitas — dijo Stormgren insistiendo aún ansiosamente —. Aunque como nos observan desde hace mucho tiempo, es poco verosímil.
— Supongo que sí — replicó Karellen con una voz muy poco alentadora.
En ese momento Stormgren tomó su decisión.
— Karellen — dijo de pronto —, redactaré la declaración y se la enviaré para que la apruebe. Pero me reservo el derecho de seguir molestándolo, y si veo alguna oportunidad, haré lo que pueda para descubrir su secreto.
— Me doy cuenta perfectamente — replicó el supervisor con una leve risita.
— ¿Y no le importa?
— En lo más mínimo. Aunque le prohíbo usar armas nucleares, gases venenosos o cualquier otra cosa que pueda estropear nuestra amistad.
Stormgren se preguntó si Karellen habría sospechado algo. Detrás de esa broma había creído advertir un tono de comprensión, o quizá — ¿quién podría decirlo? — aun de aliento.
— Me alegra saberlo — replicó Stormgren con toda la tranquilidad de que fue capaz. -
Se incorporó, cerrando al mismo tiempo la cubierta de su portafolios. Deslizó el pulgar a lo largo de la correa.
— Redactaré la declaración en seguida — repitió — y se la enviaré más tarde por el teletipo. -
Mientras hablaba apretó el botón, y comprendió que todos sus temores habían sido infundados. Los sentidos de Karellen no eran más sutiles que los de un hombre. El supervisor no había advertido nada, pues se despidió, y pronunció las palabras familiares que abrían la puerta del cuarto con la misma voz de siempre.
Sin embargo, Stormgren se sentía como un ratero que sale de una tienda observado por un detective. Cuando la lisa pared se cerró a sus espaldas, lanzó un suspiro de alivio.
— Admito — dijo Van Ryberg — que algunas de mis teorías no han sido muy felices. Pero dígame lo que piensa de ésta.
— ¿Es necesario? — suspiró Stormgren.
Pieter no lo oyó.
— No es una idea mía realmente — dijo con modestia — La saqué de un cuento de Chesterton. Suponga que los superseñores estén ocultando el hecho de que no tienen nada que ocultar.
— Un poco complicado, me parece — dijo Stormgren comenzando a interesarse.
— Lo que quiero decir es esto — continuó Van Ryberg con entusiasmo — Creo que físicamente son seres humanos como nosotros. Han comprendido que toleraríamos que nos gobernasen unas criaturas… bueno, extrañas y superinteligentes. Pero, tal como es, la raza humana no admitiría ser manejada por seres de su misma especie.
— Muy ingeniosa, como todas sus teorías — dijo Stormgren —. Me gustaría que las enumerase, así yo podría recordarlas mejor. Las objeciones a ésta…
Pero en aquel momento entraba Wainwright.
Stormgren se preguntó qué estaría pensando. Se preguntó también si Wainwright habría tenido algún contacto con los hombres de la mina. Lo dudaba, pues tenía la seguridad de que Wainwright se oponía genuinamente a toda forma de violencia. Los extremistas del movimiento se habían desacreditado totalmente, y había pasado mucho tiempo sin que el mundo hubiese oído hablar de ellos.
El jefe de la Liga de la Libertad escuchó cuidadosamente mientras Stormgren le leía el anuncio. Stormgren esperaba que Wainwright apreciara este gesto, que había sido idea de Karellen. El mundo conocería la promesa que los superseñores hacían a los nietos de los hombres actuales sólo doce horas después.
— Cincuenta años — dijo Wainwright pensativamente —. Es mucho tiempo para esperar.
— Para la humanidad quizá, pero no para Karellen — respondió Stormgren.
Sólo ahora comenzaba a comprender la sutileza de la solución ofrecida por los superseñores. Se tomaban el tiempo que creían necesario, y privaban de su base a la Liga de la Libertad. Stormgren no creía que la Liga capitulara, pero su posición se debilitaría muchísimo. Era indudable que Wainwright no pensaba otra cosa.
— En cincuenta años — dijo el hombre amargamente — el daño estará hecho. Aquellos que aún recuerdan nuestra independencia habrán desaparecido; la humanidad habrá olvidado sus tradiciones.
Palabras, palabras vacías, pensó Stormgren. Palabras por las que los hombres habían luchado y habían muerto, y por las que nunca volverían a luchar y a morir otra vez. Y el mundo sería mejor así.
Mientras veía alejarse a Wainwright, Stormgren se preguntó cuánto daño haría aún la Liga de la Libertad. Pero ése, pensó aliviado, era un problema que concernía a su sucesor.
Había algunas cosas que sólo el tiempo podría curar. Era posible destruir la maldad, pero nada podía hacerse con los que vivían engañados.
— Aquí está tu portafolio — dijo Duval —. Intacto.
— Gracias — respondió Stormgren, examinándolo cuidadosamente —. Ahora espero que me digas de qué se trata y qué nos queda todavía por hacer.
El físico parecía más interesado en sus propios pensamientos.
— Lo que no puedo comprender — dijo — es lo fácil que ha resultado todo. Si yo fuese Karellen…
— Pero no lo eres. Vamos, al asunto ¿Qué hemos descubierto?
— ¡Ay, estas excitables y supersensitivas razas nórdicas! — suspiró Duval — Hemos usado un aparato de radar de baja potencia. junto con las ondas de radio de frecuencia muy alta, utilizamos las infrarrojas… en fin, todas las ondas que deben de ser invisibles para cualquier criatura, aun aquellas dotadas de ojos muy raros.
— ¿Cómo puedes estar seguro? — preguntó Stormgren, interesándose a pesar de sí mismo en aquel problema técnico.
— Bueno… no podemos estar completamente seguros — admitió Duval con desgano — Pero Karellen te ve bajo una luz normal, ¿no es as¡? Así que sus ojos, con relación al espectro, tienen que ser parecidos a los ojos de los terrestres. De todos modo, dio resultado. Hemos comprobado que detrás de esa pantalla hay una gran habitación. La pantalla tiene unos tres centímetros de espesor, y el espacio que se extiende al otro lado tiene por lo menos unos diez metros de longitud. No pudimos recoger ningún eco de esa distante pared, ya que usamos un radar de muy poca potencia. Sin embargo, hemos obtenido esto.