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Duval mostró un trozo de papel fotográfico en el que se veía una simple línea ondulada. En un punto la línea se torcía levemente como la gráfica de un débil terremoto.

— ¿Ves esa irregularidad?

— Sí, ¿qué es?

— Karellen.

— ¡Dios mío! ¿Estás seguro?

— Podemos suponerlo. Está sentado, o de pie, o de cualquier otro modo, a dos metros de la pantalla. Si hubiésemos obtenido un registro mejor hasta podríamos calcular su tamaño.

Los sentimientos de Stormgren eran algo confusos mientras observaba aquella leve inflexión de la línea. Hasta ahora no había podido saber si el cuerpo de Karellen era de naturaleza material. La evidencia era todavía indirecta, pero la aceptó sin más dudas.

— También hemos calculado — dijo Duval — la transparencia de la pantalla con relación a una luz común. Creo que tenemos una idea bastante exacta. De todos modos no importa. El error no puede ser muy grande. Ya comprenderás, es claro, que esos vidrios transparentes por una cara y opaca por la otra no existen en realidad. Se trata sólo de un modo de arreglar las luces. Karellen se sienta en una habitación a oscuras, tú en una iluminada. Eso es todo. Duval rió entre dientes. - Bueno, vamos a cambiar eso.

Con los ademanes de un mago que hace aparecer una camada de conejos, Duval se inclinó sobre el escritorio y extrajo de un cajón una linterna enorme. Uno de los extremos terminaba en una cabeza. El aparato parecía un trabuco.

Duval sonrió mostrando los dientes.

— No es tan peligrosa como parece. Sólo tienes que apuntar la boca hada la pantalla y apretar el gatillo. La linterna lanza un rayo de luz muy poderoso que dura unos diez segundos. Ese tiempo te basta para que ilumines toda la habitación. La luz pasará a través de la pantalla e iluminará magníficamente a tu amigo.

— ¿No le hará daño a Karellen?

— Será mejor que primero apuntes hacia abajo. Así se le irán adaptando los ojos. Supongo que tiene reflejos como nosotros, y no hay por qué dejarlo ciego.

Stormgren miró el arma con ciertas dudas y la tomó en la mano. Durante estas últimas semanas la conciencia había estado molestándolo bastante. Karellen lo había tratado siempre con mucho cariño, a pesar de su ocasional y abrumadora franqueza, y ahora que se acercaban al fin no quería que nada estropease aquella amistad. Pero el supervisor ya había sido advertido, y Stormgren estaba seguro que, si de Karellen dependiese, ya se hubiese mostrado ante él. Ahora la decisión quedaba en sus propias manos. Cuando la última sesión estuviese concluyendo, Stormgren vería la cara de Karellen.

Siempre, es claro, que Karellen tuviese cara.

El nerviosismo que Stormgren había sentido en un comienzo ya se había desvanecido. Karellen hablaba casi continuamente, entretejiendo las intrincadas frases que se complacía en usar. En un tiempo éste le había parecido a Stormgren uno de los más asombrosos, y ciertamente el más inesperado, de los dones de Karellen. Ahora ya no le parecía tan maravilloso, pues sabía que, como casi todas las habilidades del supervisor, se debía más a una inteligencia muy desarrollada que a un talento especial.

Cuando Karellen daba a sus pensamientos la lentitud del lenguaje de los hombres, poco le costaba adornarlos con cierto brillo literario.

— No es necesario que usted o sus sucesores se preocupen indebidamente por las actividades de la Liga de la Libertad, ni siquiera cuando se recobre de su actual decaimiento. Ha estado muy tranquila durante este último mes, y aunque volverá a revivir, no representará ningún verdadero peligro. Al contrario, como es siempre conveniente saber qué hacen nuestros enemigos, la Liga no deja de ser una institución muy útil. Si llegara a tener dificultades financieras creo que tendríamos que subvencionarla.

Stormgren nunca sabía bien en qué momento bromeaba Karellen. Se mantuvo impasible y siguió escuchando.

— Muy pronto la Liga perderá otro de sus argumentos. Se ha criticado mucho, a veces de un modo muy infantil, la posición especial que ha tenido usted durante estos últimos años. En los primeros días de mi administración me pareció inevitable, pero ahora que el mundo ya está casi organizado, adoptaré otra política. En el futuro, todas mis relaciones con la Tierra serán indirectas y la oficina del secretario general podrá volver a su forma anterior.

«Durante los próximos cincuenta años habrá muchas crisis, pero pasarán. La estructura del futuro es bastante clara, y un día, aun una raza como la suya, que tiene recuerdos tan remotos, habrá olvidado todas estas dificultades.

Las últimas palabras fueron pronunciadas con un énfasis tan particular que Stormgren se quedó helado en su asiento. Karellen, estaba seguro, nunca caía en un desliz; sus indiscreciones estaban calculadas en todos sus detalles. Pero no hubo tiempo para hacer preguntas — que indudablemente no obtendrían respuesta —. El supervisor ya estaba hablando de otra cosa.

— Muy a menudo ha tratado usted de saber cuáles eran mis planes a largo plazo — continuó Karellen —. La fundación del Estado mundial es, por supuesto, sólo el primer escalón. Usted llegará a verlo; pero el cambio será tan imperceptible que muy pocos se darán cuenta. Luego sobrevendrá un período de lenta consolidación, durante el cual los hombres se prepararán para recibirnos. Y luego llegará ese día. Lamento que usted no vaya a estar allí.

Stormgren, con los ojos muy abiertos, miraba más allá de la oscura barrera de la pantalla. Estaba mirando el futuro, imaginando el día que nunca iba a ver, cuando las grandes naves de los superseñores bajasen al fin a la Tierra y abriesen sus puertas ante el mundo expectante.

— Ese día — siguió diciendo Karellen —, la raza humana experimentará lo que sólo puede llamarse una discontinuidad psicológica. Pero no se producirá realmente ningún daño. Seremos parte de sus vidas, y cuando se encuentren con nosotros no les pareceremos… extraños… como les pareceríamos a ustedes.

El supervisor no se había mostrado nunca tan contemplativo, pero Stormgren no se sorprendió. No creía haber conocido más que unos pocos rasgos del carácter de Karellen. El verdadero Karellen era un ser desconocido — y quizá incognoscible — para las mentes humanas. Y Stormgren sintió una vez más que los verdaderos intereses del supervisor estaban en otra parte, y que gobernaba la Tierra con sólo una fracción de su mente, con tan poco esfuerzo como el que un maestro del ajedrez tridimensional emplea en jugar una partida de damas.

— ¿Y después? — preguntó Stormgren suavemente.

— Entonces comenzará nuestro verdadero trabajo.

— Me he preguntado muchas veces qué trabajo será ése. Ordenar nuestro planeta, civilizar la raza humana, son sólo medios… Tienen ustedes que tener un fin. ¿Podremos salir al espacio y ver otros mundos y hasta quizá colaborar con ustedes?

— Puede usted explicarlo de ese modo — dijo Karellen, y hubo en su voz una clara y sin embargo inexplicable nota de tristeza que perturbó singularmente a Stormgren.

— Pero suponga que al fin su experimento fracase. En nuestras relaciones con las razas primitivas nos ocurrió algo parecido. Seguramente han tenido ustedes sus fracasos.

— Sí — dijo Karellen tan débilmente que Stormgren apenas lo oyó —. Hemos tenido nuestros fracasos.

— ¿Y qué hacen entonces?

— Esperamos… y probamos de nuevo.

Hubo una pausa que duró quizá cinco segundos. Cuando Karellen volvió a hablar, sus palabras fueron tan inesperadas que durante un instante Stormgren no reaccionó.