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Las alas de Rashaverak estaban plegadas de modo que George no podía verlas claramente, pero la cola, semejante a una delgada tubería estaba enrollada con todo cuidado sobre el piso. La famosa barba. en que terminaba el apéndice era menos una punta de flecha que un largo y chato diamante. Servía, se creía comúnmente, para dar estabilidad al vuelo, como la cola de los pájaros. De algunos hechos y suposiciones aisladas semejantes, los hombres de ciencia habían concluido que los superseñores venían de un mundo de escasa gravedad y muy densa atmósfera.

La voz de Rupert brotó de pronto de un altavoz oculto:

— ¡Jean! ¡George! ¿Dónde se han escondido? Bajen y únanse a la fiesta. La gente está empezando a murmurar.

— Quizá sea mejor que vaya yo también — dijo Rashaverak devolviendo el libro al estante sin moverse de su sitio. George notó por vez primera que Rashaverak tenía dos pulgares en oposición, con cinco dedos entre ellos. Qué espantosa aritmética, pensó, basada en el número catorce.

Rashaverak, de pie, era un espectáculo imponente, Como los superseñores tenían que inclinarse para no tocar los cielos rasos con la cabeza, era indudable que por más que quisiesen acercarse a los hombres siempre encontrarían dificultades.

En la última media hora habían llegado algunos otros cargamentos de invitados y la sala estaba casi repleta. La entrada de Rashaverak empeoró aún más las cosas, pues todos los que se encontraban en las habitaciones vecinas vinieron corriendo a verlo. Rupert se sentía muy complacido. Jean y George no estaban tan felices, ya que nadie los atendía. En realidad muy pocos podían verlos, pues se encontraban detrás del superseñor.

— Ven, acércate, Rashy, te presentaré a unos compinches — gritó Rupert —. Siéntate en este diván, así dejarás de rascar el cielo raso.

Rashaverak, con la cola recogida sobre un hombro, se abrió paso a través de la habitación como un rompehielos a través de unos témpanos. Cuando se sentó, junto a Rupert, la habitación pareció agrandarse de pronto. George suspiró aliviado.

— Me da claustrofobia cuando lo veo de pie. Me pregunto cómo Rupert habrá conseguido traerlo. Esta puede ser una fiesta interesante.

— Es raro que Rupert le hable de ese modo, y más aún en público. Pero a Rashaverak no parece importarle.

— Apuesto a que le importa. Pero Rupert adora las exhibiciones y carece totalmente de tacto. ¡Ah, y eso me recuerda algunas de tus preguntas¡

— ¿Como por ejemplo?

— ¿Cuánto tiempo hace que está aquí? ¿Qué relaciones tiene usted con el supervisor Karellen? ¿Le gusta la Tierra? ¡No es modo de hablar con los superseñores!

— ¿Y por qué no? Ya es hora de que alguien lo haga.

Antes que la discusión se hiciese más violenta los Shoenberger se acercaron a hablarles, y en seguida ocurrió la fisión. Las mujeres se unieron en un grupo para discutir a la señora Boyce; los hombres en otro para hacer exactamente lo mismo, aunque desde un punto de vista diferente. Benny Shoenberger, viejo amigo de George, tenía una abundante información al respecto.

— Por favor no se lo vayas a decir a nadie — le dijo —. Ruth no sabe nada, pero yo se la presenté a Rupert.

— Me parece — señaló George con envidia — que vale demasiado para Rupert. De todos modos, no puede durar. Pronto estará harta de él. - Esta última observación pareció animarlo considerablemente.

— No lo creas. Además de ser una belleza es una excelentísima persona. Es hora de que alguien se encargue de Rupert y Maia es la mujer indicada.

Rupert y Maia estaban sentados al lado de Rashaverak atendiendo solemnemente a los huéspedes. Las fiestas de Rupert tenían muy pocas veces algún centro de atracción, ya que consistían casi siempre en una media docena de grupos independientes que sólo se ocupaban de sus propios asuntos. Esta vez, sin embargo, todos tenían un mismo interés. George lo sintió bastante por Maia. Éste tenía que haber sido el día de la joven, pero Rashaverak la había eclipsado parcialmente.

— Oye — dijo George mordisqueando un sándwich —, ¿cómo demonios logró Rupert traer aquí a un superseñor? Nunca oí nada semejante. Pero Rupert parece aceptarlo como algo natural. Ni siquiera nos avisó al invitarnos.

Benny rió entre dientes.

— Otra de sus sorpresas. Mejor será que se lo preguntes a él. Pero esta no es la primera vez, al fin y al cabo. Karellen ha estado en algunas fiestas, en la Casa Blanca, en el palacio de Buckingham, en…

— ¡Eh, pero esto es diferente! Rupert es un ciudadano perfectamente común.

— Y quizá Rashaverak es un superseñor de menor importancia. Pero será mejor que se lo preguntes a ellos.

— Lo haré — dijo George —, tan pronto como me encuentre a solas con Rupert.

— Entonces tendrás que esperar mucho.

Benny no se equivocaba, pero como la fiesta estaba animándose era más fácil tener paciencia. La leve parálisis ocasionada por la aparición de Rashaverak se había borrado. Se veía aún a un grupito cerca del superseñor, pero ya se habían producido las fragmentaciones de costumbre, y todos se comportaban con bastante naturalidad.

Sin mover la cabeza, George podía ver un famoso productor cinematográfico, un poeta menor, un matemático, dos actores, un ingeniero de energía atómica, el editor de un semanario de noticias, un virtuoso del violín, un profesor de arqueología, y un astrofísico. No había ningún representante de la profesión de George — escenógrafo de televisión —, y era mejor así, ya que no quería volver a sus preocupaciones habituales. A George le gustaba mucho su trabajo; en realidad, en esa época, y por primera vez en la historia humana, nadie trabajaba en algo que no le gustase; pero George era uno de esos hombres capaces de olvidar la oficina una vez terminada la tarea diaria.

Al fin logró atrapar a Rupert, que estaba experimentando con algunas botellas. Era una lástima traerlo a la realidad, en momentos en que tenía una mirada casi soñadora, pero George sabía ser rudo si era necesario.

- Óyeme, Rupert — le dijo, apoyándose en la mesa más cercana —. Creo que nos debes algunas explicaciones.

— Hum — dijo Rupert pensativamente, mientras hacia rodar la lengua por el interior de la boca —. Sobra un poquitito de gin, me parece.

— No te hagas el distraído, ni finjas que estás borracho, porque sé perfectamente que no lo estás. ¿De dónde has sacado a ese superseñor amigo tuyo? ¿Y qué está haciendo aquí?

— ¿No te lo he dicho? — dijo Rupert —. Creí habérselo explicado a todos. No podías estar muy lejos… Claro, estabas escondido en la biblioteca. - Rupert emitió una risita que a George le pareció ofensiva. - La biblioteca, ¿sabes? eso ha traído a Rashy.

— ¡Qué cosa más rara!

— ¿Por qué?

George calló un momento comprendiendo que esto requeriría cierto tacto. Rupert se sentía muy orgulloso de su original colección.

— Este… Bueno, cuando uno considera los conocimientos científicos que poseen los superseñores, es difícil pensar que puedan sentirse atraídos por los fenómenos psíquicos y todos esos disparates.

— Disparates o no — replicó Rupert — les interesa la psicología humana, y tengo algunos libros que pueden enseñarles muchas cosas. Pero antes de mudarme, cierto enviado, subalterno de los superseñores, o superseñor de los subalternos, fue a verme y me preguntó si podía prestarle cincuenta de mis más caros volúmenes. Uno de los conservadores del Museo Británico le había dicho que yo los tenía. Naturalmente, ya puedes imaginarte lo que le dije.