«Somos vuestros guardianes, nada más. Muy a menudo os habéis preguntado qué lugar ocuparía vuestra raza en la jerarquía del universo. Hay algo que está por encima de nosotros, y que nos utiliza para sus propios fines. Nunca hemos descubierto su naturaleza, aunque hemos sido sus instrumentos durante siglos. No nos atrevemos a desobedecerle. Una y otra vez hemos recibido sus órdenes, hemos ido a algún mundo que se encontraba en la primera fase de su cultura, y le hemos enseñado el camino que nosotros nunca podremos seguir, el camino que vais a emprender ahora.
«Hemos estudiado muchas veces el proceso que se nos ordenó vigilar, esperando poder huir un día de nuestras propias limitaciones. Pero sólo hemos percibido lineamientos de la verdad. Nos llamasteis los superseñores ignorando la ironía del título. Digamos que sobre nosotros hay una supermente que nos utiliza como el alfarero utiliza su rueda.
«Y vuestra raza es, la arcilla modelada por esa rueda.
«Creemos — aunque es sólo una teoría — que la supermente trata de crecer, de extender sus poderes y su conciencia a todo el universo. Es hoy la suma de muchas razas, y ya ha dejado atrás la tiranía de la materia. Advierte en seguida la presencia de seres inteligentes. Cuando supo que estabais casi preparados, nos envió a ejecutar esta orden, a disponeros para las transformaciones cercanas.
La raza humana cambió al principio con lentitud, durante siglos y siglos. Pero esta es una transformación de la mente, no del cuerpo. Si se la compara con la evolución orgánica, es un cataclismo, algo instantáneo. Ha comenzado ya. La vuestra es la última generación del Homo sapiens.
«En cuanto a la naturaleza del cambio, es muy poco lo que podemos deciros. No sabemos cómo se produce, qué impulso emplea la supermente cuando cree que ha llegado el momento. Sólo hemos descubierto que comienza con un simple individuo — un niño siempre — y luego se extiende de un modo instantáneo, como se forman los cristales alrededor del núcleo en una solución saturada. Los adultos no son afectados; el molde de sus mentes es inalterable.
«Dentro de unos pocos años habrá pasado todo, y la raza humana se habrá dividido en dos. Este mundo que conocéis ya no puede volver atrás, y ya no tiene tampoco futuro. Han terminado los sueños y las esperanzas de vuestra raza. Habéis dado origen a vuestros sucesores, y vuestra tragedia consiste en que nunca podréis entenderlos, que nunca podréis comunicaros con sus mentes. En realidad no tendrán mentes. Serán, todos, una simple entidad, como vosotros sois las sumas de miríadas de células. Pensaréis que no son seres humanos, y tendréis razón.
«Dentro de una pocas horas se habrá producido la crisis. Mi tarea y mi deber es cuidar a aquellos por los que he venido. A pesar de sus nacientes poderes podrían ser destruidos por las multitudes… sí, y aun por los padres cuando estos comprendan la verdad. Debo llevármelos y aislarlos, para su protección, y la vuestra. Mañana nuestras naves comenzarán la evacuación. No os acusaré si tratáis de intervenir, pero todo será inútil. Esos poderes que ahora están despertando son mayores que los míos; yo sólo soy su instrumento.
«Y luego, ¿qué haré con vosotros, los sobrevivientes, cuando haya concluido nuestra tarea? Sería lo más simple, y quizá también lo más misericordioso, destruiros, como vosotros mismos destruiríais un cachorro al que queréis mucho y que ha sufrido una herida mortal. Pero no haré eso. Podréis elegir vuestro futuro en los pocos años que os quedan. Tengo la esperanza de que la humanidad se encaminará a la paz, hacia su descanso, con la idea de que no ha vivido. inútilmente. Lo que habéis traído al mundo es algo terriblemente extraño que no comparte vuestros deseos y esperanzas, que puede juzgar vuestras más grandes hazañas como juguetes infantiles. Sin embargo es algo maravilloso, y es obra vuestra.
«Cuando vuestra raza esté totalmente olvidada, una parte de vosotros seguirá existiendo. No nos condenéis, entonces, por lo que estamos obligados a hacer. Y recordad: siempre os envidiaremos.
21
Jean había dejado de llorar. La isla dorada yacía bajo la luz cruel e indiferente del sol cuando la nave apareció sobre las cimas mellizas de Esparta. En esa isla rocosa, no hacia mucho tiempo, su hijo había escapado a la muerte por un milagro que Jean entendía ahora demasiado bien. A veces se preguntaba si no hubiese sido mejor haber dejado a Jeffrey en manos del destino. Jean podía hacer frente a la muerte, como ya lo había hecho en otras ocasiones. Pero esto era más extraño que la muerte, y más definitivo. Los hombres habían muerto hasta hoy, y sin embargo la raza había seguido viviendo.
Los niños permanecían inmóviles y silenciosos. Estaban desparramados en grupos sobre la arena, sin mostrar ningún interés por sus compañeros ni por los hogares que estaban dejando. Muchos llevaban en brazos a bebés que aún no sabían caminar, o que no deseaban poner en evidencia otros poderes. Pues seguramente, pensaba George, si podían mover la materia, podrían mover también sus propios cuerpos. ¿Por qué, en verdad, estaban recogiéndolos las naves?
No tenía importancia. Se iban y éste era el modo que habían elegido para irse. Y de pronto, George recordó una escena. En alguna parte, hacía ya mucho tiempo, había visto un viejo noticiero cinematográfico en el que aparecía un éxodo semejante. Podría haberse tratado del comienzo de la primera guerra mundial, o de la segunda. Largas hileras de trenes, repletos de niños, se alejaban lentamente de las amenazadas ciudades, dejando atrás a sus padres, en muchos casos para siempre. Algunos pocos lloraban; otros estaban desconcertados, y asían con fuerza las valijitas, pero la mayoría parecía mirar valientemente hacia adelante, hacia alguna gran aventura.
Y sin embargo… la analogía era falsa. La historia no se repetía nunca. Los que ahora se alejaban ya no eran niños. Y esta vez no había ninguna posibilidad de regreso.
La nave había aterrizado junto a la orilla del agua, hundiéndose profundamente en las blandas arenas. Los grandes paneles curvos se abrieron simétricamente y las rampas se extendieron hacia la playa como lenguas de metal. Las desparramadas e indescriptiblemente solitarias figuras comenzaron a converger, a unirse en una multitud que se movía como cualquier otra multitud humana.
¿Solitarias? George se preguntó por qué habría tenido esa idea. Pues eso era lo que nunca volverían a ser únicamente los individuos pueden sentirse solos, únicamente los seres humanos. Cuando las barreras cayeran al fin, la soledad se desvanecería del mismo modo que la personalidad. Las innumerables gotas de lluvia se habrían confundido con las aguas del océano.
Sintió que la mano de Jean lo apretaba con más fuerza en un espasmo de emoción.
— Mira — murmuró la mujer —. Puedo ver a Jeff. junto a la segunda puerta.
La distancia era grande y no era posible estar seguro. George sintió que una niebla le cubría los ojos. Pero era Jeff, sí. Podía reconocerlo ahora. El niño apoyaba un pie en la rampa metálica.
Y en ese momento Jeff se volvió y miró hacía atrás., Su cara era sólo una mancha blanca; era imposible saber si había en ella algún gesto de reconocimiento, algún recuerdo de todo lo que estaba dejando. George tampoco sabría nunca si se había vuelto hacia ellos por pura casualidad o si había sentido, en esos últimos instantes, mientras era todavía el hijo de George y Jean, que estaban mirando cómo entraba en un país que ellos nunca podrían visitar.
Las grandes puertas comenzaron a cerrarse. Y en ese instante Fey alzó la cabeza y lanzó un largo y desolado gemido. Volvió los hermosos y límpidos ojos hacia George. La perra había perdido a su amo. George ya no tenía rivales.