«La red está comenzando a brillar, encendiéndose y apagándose, como si estuviese viva. Y supongo que está realmente viva. ¿O se trata de algo que está tan lejos de la vida como de la materia?
«El resplandor parece moverse hacia una parte del cielo. Esperen mientras voy a la otra ventana.
«Si, debí de suponerlo. Es una gran columna ardiente, como un árbol de fuego, sobre el horizonte oriental. Está muy lejos; se alza desde el otro lado del mundo. Ya sé de dónde surge; están al fin en camino, para convertirse en parte de la supermente. El tiempo de prueba ha terminado: están dejando atrás los últimos restos de materia.
«A medida que los fuegos suben desde la tierra puedo ver que la red se hace más firme y menos borrosa. En algunos lugares parece casi sólida, sin embargo todavía puede verse el débil brillo de las estrellas.
«Acabo de darme cuenta. No es exactamente igual, pero aquello que vi surgir en el mundo de ustedes, Karellen, era algo parecido. ¿Una parte de la supermente? Supongo que me ocultaron la verdad, para que yo no tuviera ideas preconcebidas, para que fuese un observador objetivo. Desearía saber qué están mostrándoles a ustedes las cámaras para compararlo con lo que creo estar viendo.
«¿Es así como se le aparece a usted, Karellen, con estos colores y formas? Recuerdo las pantallas de su cuarto de navegación, y aquellas figuras que hablaban para ustedes algo así como un lenguaje visual.
«Ahora se parece a las cortinas de una aurora polar. Las cortinas bailan y se agitan contra los astros. Pero cómo es eso exactamente, estoy seguro: una tormenta eléctrica. El paisaje se ha iluminado… hay más luz que de día… rojos y dorados y verdes se persiguen unos a otros a través del cielo. Oh, no puedo describirlo, no está bien que sólo yo lo vea. Nunca imaginé colores semejantes.
«La tormenta cesa ya, pero esa red borrascosa está todavía ahí. Creo que la aurora era sólo un subproducto de esas energías, cualesquiera que sean, liberadas en las fronteras del espacio…
«Un minuto. He notado algo más. Mi peso está disminuyendo. ¿Qué significa esto? He dejado caer un lápiz… cae lentamente. Algo ocurre con la gravedad. Se está levantando un viento enorme. Puedo ver los árboles del valle, cómo inclinan sus cabezas.
«Naturalmente, la atmósfera escapa. Ramitas y piedras están subiendo hacia el cielo, casi como si la Tierra tratara también de salir al espacio. Una inmensa nube de polvo se levanta con el viento. Es difícil ver… Quizá aclare dentro de poco y pueda descubrir qué ocurre.
«Sí, ahora está mejor. Todo lo que se puede mover ha sido arrastrado fuera de la Tierra; las nubes de polvo se han desvanecido. Me pregunto cuánto aguantará esta casa. Y cuesta respirar ahora, tendré que hablar más despacio.
«Veo claro otra vez. La columna ardiente está todavía ahí, pero se está constriñendo, estrechando. Parece el embudo de un tornado, a punto de perderse en las nubes. Y… oh, es difícil de describir, pero me he sentido inundado por una enorme ola de emoción. No fue alegría ni pena; fue como si algo se realizase de pronto. ¿Lo he imaginado? ¿O me vino desde fuera? No lo sé.
«Y ahora — y esto no puede ser sólo imaginación — el mundo parece vacío. Totalmente vacío. De pronto enmudeció como una radio. Y el cielo ha vuelto a aclararse. ¿Cuál será el próximo mundo, Karellen? ¿Y estarán ustedes allí otra vez?
«Es raro. Todo a mi alrededor parece igual. No sé por qué, pero creí…
Jan se detuvo. Durante un momento le faltaron las palabras; luego cerró los ojos para recuperar el dominio de sí mismo. Ya no era momento de sentir pánico o miedo. Tenía que cumplir un deber… un deber para con el hombre, y para con Karellen.
Lentamente al principio, como alguien que despierta de un sueño, Jan comenzó a hablar.
— Los edificios de alrededor, el terreno, las montañas… todo es como vidrio. Puedo ver a través de las cosas. La Tierra se está disolviendo. Pierdo todo mi peso. Tenían razón. Los juegos terminaron.
— Sólo quedan unos pocos instantes. Allá van las montañas, como mechones de humo. Adiós, Karellen, Rashaverak. Lo siento por ustedes. Aunque no puedo entenderlo he visto en qué se ha convertido mi raza. Todo lo que hemos logrado se ha ido a las estrellas. Quizá esto es lo que trataban de decir las antiguas religiones. Pero todas estaban equivocadas; creían que la humanidad era algo tan importante; sin embargo nosotros somos sólo una raza en… ¿Saben ustedes en cuántas? Y nos hemos convertido en algo que ustedes nunca podrán ser.
«Allá va el río. No hay ningún cambio en el cielo, aunque apenas puedo respirar. Es raro ver la luna, todavía brillante ahí arriba, Me alegro de que la hayan dejado, aunque se sentirá muy sola ahora…
«¡La luz! Bajo mis pies… del interior de la Tierra… nace brillando, a través de las rocas, el piso, todo… cada vez más brillante, cegadora…
En una explosión de luz el centro de la Tierra soltó sus atesoradas energías. Durante un rato las ondas gravitatorias cruzaron una y otra vez el sistema solar, perturbando ligeramente las órbitas de los planetas. Luego los hijos del Sol continuaron sus antiguos caminos, una vez más, como corchos que flotan en un lago sereno, enfrentando las ondas causadas por la caída de una piedra.
No quedaba nada de la Tierra. Los últimos átomos de sustancia habían sido absorbidos por ellos. La Tierra había nutrido los terribles momentos de aquella increíble metamorfosis como el alimento acumulado en la espiga o el grano nutre a la planta joven que crece hacia el sol.
A seis millones de kilómetros, más allá de la órbita de Plutón, Karellen se sentó ante una pantalla repentinamente oscurecida. Nada faltaba en el informe; la misión había terminado. Volvía a su hogar después de tanto tiempo. El peso de los siglos había caído sobre él junto con una tristeza que ninguna lógica podría vencer. No lloraba el destino del hombre: estaba apenado por su propia raza, alejada para siempre de la grandeza por fuerzas insuperables.
A pesar de todas sus hazañas, a pesar de dominar todo el universo físico, el pueblo de Karellen no era mejor que una tribu que se hubiese pasado toda la vida en una llanura chata y polvorienta. Allá lejos estaban las montañas, donde moraban el poder y la belleza, donde el trueno sonaba alegremente por encima de los hielos y el aire era claro y penetrante. Allá, cuando la tierra ya estaba envuelta en sombras, brillaba todavía el sol, transfigurando las cimas. Y ellos sólo podían observar y maravillarse. Nunca escalarían esas alturas.
Sin embargo, Karellen lo sabía, seguirían hasta el fin; esperarían sin desesperación el cumplimiento del destino, cualquiera que fuese. Servirían a la supermente porque no podían hacer otra cosa, pero aún entonces no se perderían del todo.
La gran pantalla del cuarto de navegación se encendió un momento con una luz carmesí y sombría. Sin ningún esfuerzo consciente Karellen leyó el mensaje contenido en aquellas cambiantes figuras. La nave estaba dejando las fronteras del sistema solar. Las energías que movían la nave disminuían rápidamente, pero ya habían hecho su trabajo.
Karellen alzó una mano y la imagen volvió a transformarse. Una estrella solitaria brilló en el centro de la pantalla; nadie hubiese podido decir, desde tan lejos, que el Sol tuviese algún planeta, o que uno de ellos se hubiese perdido. Durante mucho tiempo Karellen miró fijamente aquel abismo que se agrandaba con rapidez, mientras los recuerdos le pasaban en tropel por la vasta mente laberíntica. Con un adiós silencioso saludó a los hombres que había conocido, tanto a los que lo habían ayudado como a quienes habían tratado de impedir su trabajo.