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— Me interesaría saber — inquirió — cómo me han raptado.

Stormgren no esperaba que le respondiesen y quedó sorprendido ante la rapidez, y hasta el entusiasmo, con que el otro le contestó.

— Fue todo como en una película de Hollywood — dijo Joe alegremente —. No estábamos seguros de que Karellen no estuviese vigilándolo, así que tomamos muchas precauciones. Lo desmayamos introduciendo gas en el acondicionador de aire… Asunto sencillo. Luego lo llevamos al coche. Ninguna dificultad. Todo esto, debo advertírselo, no fue hecho por nuestra propia gente. Alquilamos… este… profesionales para hacer el trabajo. Podían haber caído en manos de Karellen — en realidad suponíamos que pasaría eso —, pero no se hubiera enterado entonces de nuestra existencia. El auto dejó su casa y fue hacia un túnel situado a unos mil kilómetros de Nueva York. Salió por el otro extremo del túnel llevando a un hombre inconsciente, extraordinariamente parecido al secretario general. Poco después un camión cargado de cajas metálicas salía en dirección opuesta y se encaminaba hacia un aeropuerto donde cargaron las cajas en un aeroplano. Una operación comercial perfectamente legítima. Estoy seguro de que los propietarios de esas cajas se sentirían horrorizados al saber qué uso les dimos.

«Mientras tanto el auto que había iniciado el trabajo continuaba su evasivo viaje hacia la frontera de Canadá. Quizá Karellen ya lo haya capturado. No lo sé ni me importa. Como usted puede ver — y espero que aprecie mi franqueza — todo nuestro plan dependió de una sola cosa. Estamos bastante seguros de que Karellen puede oír y ver todo lo que pasa en la superficie del mundo, pero a menos que utilice la magia, y no la ciencia, no podrá ver bajo tierra. Por lo tanto no se habrá enterado del cambio efectuado en el túnel, no antes que fuese demasiado tarde. Naturalmente, corrimos un riesgo, pero tomamos también algunas otras precauciones de las que prefiero no hablar. Quizá tengamos que utilizarlas otra vez, y sería una lástima revelar ahora el secreto.

Joe había relatado su historia con una satisfacción tan evidente que Stormgren no pudo evitar una sonrisa. Sin embargo, sintió también una gran preocupación. El plan era muy ingenioso, y era bastante posible que hubiesen engañado a Karellen. Stormgren no tenía la seguridad de que los superseñores ejerciesen sobre él alguna especie de vigilancia protectora. Tampoco la tenía Joe, era indudable. Quizá por eso se había mostrado tan franco; quería estudiar las reacciones de Stormgren. Bueno, tenía que aparentar confianza, cualesquiera que fuesen sus verdaderos sentimientos.

— Tienen que ser un atajo de tontos — dijo Stormgren desdeñosamente — si creen que van a engañar con tanta facilidad a los superseñores. Y en cualquier caso ¿qué beneficio piensan obtener con todo esto?

Stormgren rehusó un cigarrillo. Joe encendió otro y se sentó en el borde de una silla. Se oyó. un sospechoso crujido y el hombre se incorporó otra vez rápidamente.

— Nuestros motivos — comenzó a decir — son bastante claros. Descubrimos que los argumentos son inútiles, así que tuvimos que tomar otras medidas. Ya ha habido varios movimientos secretos, y hasta Karellen, con todos sus poderes, no ha podido dominarlos con facilidad. Vamos a luchar por nuestra independencia. No interprete mal. No ejerceremos ninguna violencia física, al principio por lo menos, pero recuerde que los superseñores tienen que usar a seres humanos como agentes. Nosotros nos encargaremos de que esa tarea sea bastante incómoda.

Y empiezan conmigo, supongo, pensó Stormgren. Se preguntó si el otro le habría contado algo más que una fracción de toda la historia. ¿Pensaban realmente que estos métodos criminales llegarían a influir en Karellen? Por otra parte era cierto que un movimiento de resistencia bien organizado traería problemas muy difíciles. Pues Joe había señalado con exactitud el punto débil de la política de los superseñores. En última instancia todas sus órdenes eran ejecutadas por seres humanos. Si se aterrorizase a los hombres hasta llevarlos a la desobediencia, podría derrumbarse todo el sistema. Pero era sólo una débil posibilidad. Stormgren confiaba en que Karellen encontraría muy pronto alguna solución.

— ¿Qué intentan hacer conmigo? — preguntó Stormgren al fin —. ¿Estoy aquí como rehén?

— No se preocupe. Lo vamos a cuidar. Dentro de unos días vendrán algunas visitas y hasta entonces trataremos de entretenerlo del mejor modo posible.

Añadió algunas palabras en su propio idioma y uno de los otros sacó un paquete de naipes todavía sin abrir.

— Los hemos comprado especialmente para usted — explicó Joe — Leí en el Times el otro día que es usted un buen jugador de póker. - Su voz se hizo grave de pronto. - Espero que tenga bastante dinero en su cartera — añadió con ansiedad — No la hemos revisado. Después de todo nos sería difícil aceptar cheques.

Stormgren, confuso, miró inexpresivamente a sus guardianes. Luego, mientras iba comprendiendo la comicidad de la situación, le pareció sentir que le estaban sacando de encima todos los cuidados y preocupaciones de su cargo. Todo quedaba en manos de Ryberg. Cualquier cosa que ocurriese, él ya nada podía hacer. Y ahora estos fantásticos criminales lo invitaban ansiosamente a jugar al póker.

De pronto, alzó la cabeza y rió como no lo hacía desde muchos años atrás.

Era indudable, pensó Van Ryberg — malhumorado, que Wainwright decía la verdad. Podía tener sus sospechas, pero no sabía quién había secuestrado a Stormgren. Ni siquiera aprobaba el secuestro. Van Ryberg suponía que los extremistas de la Liga habían tratado durante un tiempo de que Wainwright adoptara una política más activa. Ahora estaban tomando el asunto entre sus propias manos.

La organización del secuestro había sido excelente. Stormgren podía estar en cualquier lugar del mundo, y había muy pocas esperanzas de encontrarlo. Sin embargo algo había que hacer, decidió Van Ryberg, y rápido. A pesar de sus bromas ocasionales, Karellen lo aterrorizaba. La idea de comunicarse directamente con el supervisor le parecía espantosa, pero no había aparentemente otra alternativa.

Las secciones de comunicación ocupaban todo el último piso del edificio. Hileras de máquinas de imprimir, algunas silenciosas, otras sonoramente ocupadas, se perdían en la distancia. De ellas brotaba un río infinito de estadísticas: cifras de producción, censos, y toda la contabilidad del sistema económico de la Tierra. Allá arriba, en algún lugar de la nave de Karellen, debía de extenderse el equivalente de esta enorme habitación, y Van Ryberg se preguntaba, mientras un estremecimiento le corría por la médula, qué móviles sombras irían a recoger los mensajes terrestres.

Pero hoy no tenía interés en estas máquinas ni en el trabajo de rutina que estaban realizando. Fue hacia la pequeña habitación privada en la que, se suponía, sólo Stormgren podía entrar. Habían forzado la cerradura y el jefe de comunicaciones ya estaba esperando.

— Es una teletipo común — le dijo el hombre —, con el teclado de una máquina de escribir. Hay también una máquina facsimilar, por si se deseara enviar alguna información tabular, o alguna fotografía, pero me ha dicho usted que no va a necesitarla.

Van Ryberg asintió distraídamente.

— Eso es todo, gracias — dijo — No espero estar aquí mucho tiempo. Luego vuelva a cerrar y entrégueme las llaves.

Esperó a que el jefe de comunicaciones se alejara y se sentó ante la teletipo. Era una máquina, como Van Ryberg lo sabía, muy poco usada, ya que todos los asuntos entre Karellen y Stormgren se discutían en las reuniones semanales. Como se trataba en cierto modo de un circuito de emergencia, esperaba una respuesta rápida.