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– ¿Y tú cómo estás? ¿Irás mañana a jugar al bridge?

– No, iré el miércoles. Mañana es martes, y tengo trabajo voluntario en clase de Ricky -Nan bajó vacilante la mirada hacia su cuenco-. ¿Querrías…?

No. Nancy iba a pedirle que la acompañara. Iba a pedirle que hiciera el papel de madre de Ricky en el colegio. Tenía que cambiar de tema, evitar la pregunta, pensó desesperada.

– ¿Qué sabes de Emmett?

– ¿De Emmett?

Una vez más, volvió aparecer su imagen en su cerebro. Emmett la había besado en la cocina. Y había sido agradable sentir aquel contacto humano. Eso era todo, sí. Pero para ella había sido mucho más. La textura de sus labios contra su boca le había provocado un agradable cosquilleo que había descendido hasta llegar a sus pezones y se había deslizado después hasta sus muslos.

Y luego había experimentado lo que en rehabilitación llamaban una avalancha emocional; de pronto se había visto envuelta en un mar de sentimientos.

– ¿Linda?

Se volvió bruscamente hacia Nancy. Tenía que disimular, se recordó. No podía permitir que se diera cuenta de lo lejos que estaba todavía de su completa recuperación.

– Lo siento, quería preguntarte qué sabías de… del hermano de Emmett. De Jason.

– Jason, ¿por qué me preguntas por él?

Porque le parecía un tema seguro. Desde luego, mucho más seguro que hablar de Ricky o del propio Emmett.

– Salió en una conversación que tuve con Emmett. Recordaba que él era uno de los que había secuestrado a Lily hace unos meses, pero no recordaba los detalles de lo ocurrido.

– Ésta es una de esas historias tristes que no hay forma de explicar. ¿Cómo puede llegar una persona a ser tan terrible, a causar tantos estragos?

– ¿Hizo algo más que secuestrar a Lily? Emmett me contó que había cometido algunos asesinatos. Y que Ryan era pariente lejano suyo. ¿Por eso secuestró a Lily?

– La relación entre los Jamison y los Fortune es una de esas historias que seguramente más de una familia esconde bajo la alfombra. Ryan nos habló de ella a Dean y a mí antes de su muerte y, aparentemente, es una historia que el propio Jason Jamison también conocía y retorció de tal manera en su mente que terminó convirtiéndose en el motor de sus crímenes.

– ¿Cuál es exactamente la relación entre los Jamison y los Fortune?

– Kingston Fortune, el padre de Ryan.

Y el abuelo de Ricky, pensó Linda. Cameron, el padre de Ricky, era el hermano de Ryan y, por lo tanto, otro de los hijos de Kingston Fortune.

– Continúa.

– En Iowa, durante los primeros años del siglo veinte, Travis Jamison, perteneciente a una adinerada familia, dejó embarazada a una joven. Tuvo que salir del estado antes de saber siquiera que la chica estaba embarazada y la desgraciada madre dejó al pequeño en manos de una familia del condado, los Fortune, que fueron quienes le dieron a Kingston su nombre y su apellido. Fue él quien fundó el imperio Fortune aquí en San Antonio y en la zona de Red Rock.

– ¿Y fue él quien volvió a poner a los Fortune y a los Jamison en contacto?

– La hermana de Travis Jamison descubrió la relación. Travis se casó y tuvo dos hijos, murió en mil novecientos treinta. Pero Bonnie, su hermana, adoraba a sus sobrinos, Joseph y Farley. Farley estudió Derecho y se inició en el mundo de la política. Tuvo tres hijos, ninguno de los cuales tuvo nunca tanta ansia de fortuna. Perdió unas elecciones importantes y fue entonces cuando Bonnie le habló de que había descubierto un pariente cuyo paradero nunca habían sabido. Era Kingston Fortune, un hombre con suficiente dinero e influencia como para abrirle a Farley una carrera política en Texas.

El cuenco de Linda ya estaba vacío. Alargó la mano hacia la cesta de los panecillos.

– ¿Y Kingston ayudó a Farley?

Nan negó con la cabeza.

– Ni siquiera llegó a conocerlo. Y cuanto menos dispuesto se mostraba Kingston a colaborar, más se obsesionaba Farley con él. Terminó viviendo en una cabaña en Houston, despotricando de los Fortune de Texas ante todo aquél que quisiera oírlo y, particularmente, ante sus nietos.

– Ante Jason.

– Exacto. El hijo de Farley, Blake, tuvo tres hijos: Christopher, Jason y Emmett. Christopher era profesor…

– Y Emmett es agente del FBI.

– Y Jason…-Nan se encogió de hombros-, en mi juventud, nos referíamos a ese tipo de personas diciendo que eran una mala semilla.

– ¿Qué quería Jason de los Fortune?

– Los periódicos comentaban que arruinar a Ryan Fortune como venganza por no haber ayudado nunca a su abuelo. Pero, ¿quién sabe? La cuestión es que su hermano Christopher lo siguió hasta Texas con la esperanza de disuadirlo y Jason lo mató.

– ¿Mató a su propio hermano?-preguntó Linda estupefacta.

– Exacto. Tiró el cadáver al lago Mondo. Cuando lo recuperaron, descubrieron que tenía una marca de nacimiento en la cadera derecha, propia de los Fortune de Texas.

– ¿También la tiene Ricky?

– Sí, también la tiene él. Cuando identificaron el cadáver, fue Blake Jamison, el padre de Christopher Jamison, el que le puso al tanto a Ryan de las circunstancias del nacimiento de Kingston Fortune.

– ¿Y cómo descubrió la policía que había sido Jason el que había matado a Christopher?

– Hace seis meses, lo detuvieron por haber matado a su novia. Una periodista fue testigo del asesinato. Fue entonces cuando se descubrió su verdadera identidad y su relación con el asesinato de Christopher. Desgraciadamente, Jason escapó cuando lo estaban trasladando de prisión y al poco tiempo secuestró a Lily. Aunque un equipo del FBI rescató a Lily, él consiguió escapar con dinero del rescate, matando a un policía en el proceso.

– ¿Emmett formaba parte de ese equipo?

– Sí, él tiene más ganas que nadie de atrapar a su hermano.

– ¿Y si… y si lo hieren? ¿O si…?

Volvió a inundarla una peligrosa avalancha de sentimientos. Preocupación, miedo y una tristeza que era absurdo sentir por un hombre que todavía estaba vivo. Por un hombre al que apenas conocía. Intentó evocar sentimientos buenos, pero no era capaz de controlarse. Temblaba de la cabeza a los pies y sentía el escozor de las lágrimas en los ojos.

– Nan, yo…-tragó saliva, intentando endurecer la voz para poder expresar una excusa.

Cualquier excusa que le permitiera marcharse de esa casa y alejarse antes de que Nancy pudiera pensar que la recuperación de Linda era, como poco, dudosa.

– ¡Ricky!-exclamó Nancy risueña en aquel momento-. Ricky está en casa. Mira, está allí, en el jardín.

– ¿Ricky? Pero si sólo es la una.

– Hoy sólo tiene clase por la mañana -contestó Nan, mirando por la ventana-. Crece de un día para otro, ¿no te parece?

Linda fijó la mirada en su hijo. Sí, suponía que estaba más alto que antes. Y también tenía las piernas y los brazos más largos. Era un niño muy guapo. Su hijo.

Apenas podía soportar pensar en ello. La avalancha de sentimientos que había estado conteniendo amenazaba con romper las compuertas. Cerró los ojos con fuerza, tomó aire y los abrió.

Y de pronto vio a Ricky mirando sonriente a un hombre de pelo oscuro, a Emmett, que acababa de llegar junto a él y le estaba revolviendo el pelo con un gesto amistoso, tierno y… perfecto. Eran tantos los sentimientos que la asaltaban que cada vez le resultaba más difícil identificarlos. Preocupación, compasión, inseguridad, miedo.

Su hijo sin padre. Emmett con una familia destrozada…

– Linda, querida -Nan le tendió una servilleta-, estás llorando.

Linda se llevó la mano a la cara y desvió la mirada.