– Si Ryan estuviera aquí, no le gustaría que perdieras el tiempo lamentándote por cómo deberían haber sido las cosas.
– Y quizá esté perdiendo el tiempo con Linda y con Ricky. A lo mejor debería estar buscando a Jason.
– ¿Tú crees?-se burló Lily-. Yo también tengo mis contactos, jovencito, y sé que estás constantemente en contacto con el equipo del FBI que trabaja en el caso. Ellos me han dicho que Jason te llamó y que te han animado a esperar a que haga otra llamada. El resto de las pistas están agotadas.
– Yo no las he agotado. Y quizá, si…
– Sabes que estás haciendo lo que debes. Incluso tu primo Collin está de acuerdo en eso.
– Collin ya no es capaz de pensar, y la culpa la tiene Lucy. Las mujeres tienen ese efecto en los hombres.
– ¿Ése es el efecto que tiene Linda en ti, Emmett?
– Linda… Linda necesita que la protejan.
– ¿De ti? Lo dudo.
– Hace muchos años que no tiene ningún tipo de relación con un hombre. No me gustaría que se llevara una idea equivocada.
– Vaya, Emmett -le dijo Lily con una sonrisa-, jamás me habría imaginado que fueras tan machista. ¿No la consideras suficientemente inteligente como para saber lo que quiere de ti?
– ¡Yo no he dicho que no sea inteligente!
Claro que era inteligente. Y divertida. Y condenadamente sexy.
– Pero no quiero que piense que voy a quedarme a su lado.
Lila esbozó una sonrisa traviesa.
– A lo mejor tampoco ella está pensando en eso.
– No sé cómo tomarme eso, Lily.
– De la mejor manera, Emmett. Tanto yo como Ryan queremos que seas feliz, que vuelvas a disfrutar de la vida y dejes de revolearte en sus aspectos más desagradables.
– Yo soy…-quería decir feliz, pero no podía.
La felicidad siempre le había parecido algo que estaba fuera de su alcance. Un sueño, una fantasía, algo insustancial.
– ¿De qué estáis hablando?-Linda acababa de volver y los miraba con una sonrisa fresca como la brisa-. Ricky no va a jugar en esta parte del partido, así que ya puedo relajarme un poco.
– Estamos hablando de Emmett -contestó Lily-. Y de cómo debe ir en busca de lo que desea.
Linda se quedó paralizada. Miró a Emmett y volvió a explotar la tensión sexual que vibraba entre ellos.
– Yo también creo que debería ir a buscarlo -dijo Linda, sin apartar la mirada de su rostro-, y descubrir exactamente qué hay allí, justo al final de la yema de sus dedos.
Quizá fuera porque había sobrevivido al partido, o quizá porque Lily parecía tan serena, o quizá por el calor de la tarde… Pero el caso era que Linda se descubría a sí misma llena de la alegría de la primavera. Con una sonrisa en la cara, siguió a Lily para sumarse al pasillo que formaban los padres para que saliera el equipo ganador.
– ¿Alargar la mano y descubrir lo que hay al final de la yema de los dedos?-le susurró Emmett al oído, agarrándola del brazo.
Linda alzó lentamente la mano para tomar la suya. Emmett entrelazó sus dedos con los suyos; la dureza de aquella mano masculina separando sus dedos hizo que Linda se estremeciera.
Los miembros del equipo de Ricky todavía estaban estrechando las manos a sus rivales. Linda miró hacia ellos y volvió a mirar después a Emmett. Se humedeció los labios, repentinamente resecos.
– Ha sido un gran partido, ¿verdad?-comentó Linda.
– Sí, y has demostrado ser muy competitiva, ¿lo sabes? Por un momento, cuando han pitado ese fuera de juego, he pensado que ibas a salir a por el árbitro.
– Pero si yo ni siquiera sé lo que es un fuera de juego. Sólo pretendía serle fiel al equipo.
– El fuera de juego hace referencia a la posición de los jugadores. Tiene que ver con quién va delante de quién antes de meter un gol.
¿Tendría un doble sentido aquella frase? Linda estudió su rostro, intentando averiguarlo. ¿Cuál era la meta? ¿Quién iba delante? La expresión de Emmett no le daba ninguna pista. Pero había algo en aquellas facciones que parecían cinceladas en piedra que la hizo temblar.
Tomó aire y volvió a sentirse como si pudiera volar como los pájaros en un cielo azul brillante. A lo mejor la primavera estaba despertando sus hormonas. Quizá fuera eso lo que explicaba la atracción sobrecogedora que sentía hacia aquel hombre. Después de diez años de sexualidad dormida, por fin estaba volviendo a la vida.
– ¿Linda?
Iba a tener que decírselo; iba a tener que pedirle lo que quería de él…
– Emmett…
Pero sus palabras se perdieron entre el bullicio del equipo de Ricky, que apareció corriendo en ese momento entre aquel pasillo de manos y cuerpos. Las palabras se perdieron, pero no el deseo.
El deseo continuaba latente mientras Emmett los llevaba a casa. Dejó primero a Lily en casa de una amiga y después paró a comprar la pizza preferida de Ricky. Todavía no había oscurecido cuando estaban los tres a punto de cenar en la cocina.
– A lo mejor deberíamos haberte dado una ducha antes de cenar -dijo Linda, mirando a su sudoroso hijo.
– Tengo las manos limpias. Me las he lavado, ¿lo ves?-Ricky se las mostró.
Sí, las tenía limpias, siempre que no mirara más allá de la muñeca.
– Pero tienes los codos sucios y barro en el cuello.
– No voy a comer la pizza con los codos ni con el cuello.
– Ricky -bastó que Emmett pronunciara su nombre para que el niño se corrigiera.
– Lo siento -dijo-. ¿De verdad quieres que me duche?
Con el estómago sonándole y una pizza caliente en la mesa, Linda no tuvo valor para mandarle a la ducha.
– No, supongo que no vas a comer la pizza con los codos, ¿verdad?
– No -buscó en la caja y sacó un pedazo de pizza-. Me ducharé después de cenar. Y después puedes hacerme unas pruebas de deletreo.
Se suponía que Linda debería ser capaz de deletrear, pero aquella petición la desanimó.
– Claro.
Mientras se inclinaba para servirle un vaso de té frío, Emmett le susurró a Linda al oído:
– Bien hecho.
Linda sintió que le subía varios grados la temperatura. Lo miró de reojo, pero no pudo adivinar si Emmett era consciente de cómo la afectaba sentir tan de cerca su aliento. En cualquier caso, no creía que fuera mejor con los hombres que como madre, pensó con tristeza, y le dio un brusco mordisco a la pizza.
Emmett le acarició entonces la mejilla con el pulgar.
– ¿A qué viene tanta fiereza?
Linda se volvió hacia él y, al hacerlo, el pulgar de Emmett terminó en la comisura de sus labios.
– Está rezumando la salsa de la pizza…
Rezumar. Una palabra muy apropiada, pensó Linda, y observó a Emmett mientras se lamía la gota de tomate del pulgar. Con lesión cerebral o sin ella, el deseo se desbordaba por los poros de su piel.
– Quiero…-se interrumpió al instante, recordándose que estaban cenando y que su hijo compartía la mesa con ellos.
– ¿Quieres…?-la animó Emmett.
Linda desvió la mirada.
– Ya te lo diré -contestó Linda, y continuó devorando la pizza.
Después de cenar, ya no pudo seguir retrasando el momento de hacerle a Ricky las pruebas de deletreo. Siendo completamente consciente de que Emmett estaba leyendo el periódico en la cocina, a sólo unos centímetros de distancia de ella, Linda se aclaró la garganta y echó un vistazo a las palabras que le había entregado su hijo. Ricky esperaba con el bolígrafo y el papel en la mano.
– ¿Qué tengo que hacer?
El niño le dirigió una de aquellas miradas con las que parecía querer decirle que no sabía hacer nada, pero contestó de buenas maneras.
– Di una palabra, utilízala en una frase y después vuelve a decir la misma palabra.
– Ah, muy bien, yo también lo hacía así.
– A mí se me da muy bien.
– Yo también era muy buena deletreando -contestó Linda con una sonrisa.
Ambos se volvieron entonces hacia Emmett.