Y le encantó el gemido que escapó de su garganta. Le acarició los pezones con los pulgares. Y ella deslizó los dedos por su nuca; unos dedos que Emmett sintió tensarse en el momento en el que localizó el primer botón de su camisa.
– ¿Emmett?
No había nadie cerca, pero desde que había salido del edificio de Fortune TX, Emmett tenía la sensación de que alguien lo observaba. Por un instante, se arrepintió de haber dejado sus armas en el armero de Ryan antes de mudarse a casa de Linda. Estaba convencido de que lo habían seguido aquella tarde a casa, de que no lo habían seguido a aquel aparcamiento y de que no podía esperar ni un segundo más para hacer el amor con Linda.
– Chss, cariño, tranquila. Te gustará, te lo prometo.
Le abrió la camisa para descubrir el sujetador casi transparente que llevaba debajo. Y tardó sólo unos segundos en desabrocharle el cierre delantero y bajarle los tirantes.
Desnuda hasta la cintura y sentada en su regazo, Linda lo miró con aquellos enormes ojos azules. Emmett sonrió mientras deslizaba la mirada por su bello rostro; la bajó después hasta su cuello. Los pezones estaban a sólo un paso de allí y los vio endurecerse bajo la presión de su mirada.
– Hace mucho calor -susurró Linda.
– Sí, lo sé.
Comenzaba a anochecer, pero al haber apagado el encendido, se había apagado también el aire acondicionado del coche. Emmett presionó el botón de las ventanillas y una brisa cálida se filtró en el coche.
– ¿Ya estás mejor, cariño?-le preguntó a Linda con voz ronca.
Linda sacudió la cabeza; la melena descendía en cascada por sus hombros y ocultaba sus senos.
– Tengo más calor todavía.
– Yo te ayudaré.
Alzó con el dedo las puntas de su melena para descubrir los pezones erguidos. Se inclinó hacia delante y deslizó la lengua por la tensa cumbre de su seno izquierdo.
Linda gimió.
Emmett alzó la cabeza y sopló suavemente sobre la húmeda punta. Linda, a horcajadas sobre él, tensó los muslos. Y, sabiendo lo que necesitaba, Emmett bajó la cabeza hacia el otro seno, lamió el pezón y volvió a soplar.
– Emmett…
– Estoy aquí, cariño.
– No tengo suficiente -se le quebró la voz-, quiero más.
Emmett sonrió para sí. También él necesitaba más. Pero aquello era delicioso. Deslizó los pulgares por las húmedas puntas y Linda echó la cabeza hacia atrás.
Emmett volvió a besarle los senos; tomó uno de ellos con los labios mientras acariciaba el otro con los dedos. Linda se mecía en su regazo, rozando su erección con el vértice de sus muslos. Emmett la agarró de las caderas.
– Tenemos que volver a casa -le dijo con la voz descarnada por el deseo-. Tenemos que esperar hasta que lleguemos a casa.
Pero Linda continuaba meciéndose sobre él.
– No puedo esperar, Emmett.
– Sí, sí puedes.
Ambos podrían. Eran adultos. Tenían camas, y una casa entera para disfrutar del sexo a sólo unos minutos de allí.
– No me hagas esperar.
Emmett gimió y volvió a tomar los pezones con los dedos, aplicando justo la fuerza necesaria para provocarle un inmenso placer.
– De acuerdo, cariño, de acuerdo.
Sintió el calor de Linda contra sus genitales, tomó uno de los pezones con la boca y succionó. Linda volvió a gemir; el movimiento de sus caderas era cada vez más salvaje. Y el fuego del deseo corría por la sangre de Emmett.
Jamás había estado con una mujer que fuera tan abierta en sus respuestas. Que no se reservara nada. Y resultaba tan condenadamente seductor…
Linda se aferró a su camiseta y comenzó a tirar de ella.
– Quítatela…-le suplicó.
– No, no tengo por qué quitármela.
Emmett miró a su alrededor. No había nadie en el aparcamiento vacío, pero estaba intentando mantener el control y sabía que sentir la caricia de Linda sobre su piel desnuda daría al traste con sus buenas intenciones.
– Emmett, por favor…-la ronca súplica de su voz fue su perdición.
Se agarró él mismo la camiseta y se la quitó por encima de la cabeza.
Con un pequeño suspiro, Linda se presionó contra su torso. Emmett gimió. Aquello no estaba bien. El corazón le latía salvajemente contra el pecho y el calor sedoso de la piel de Linda estaba encendiendo fuego en la suya.
Posó las manos en su cintura para hacerla incorporarse, pero en ese mismo instante Linda se apoderó de sus labios con otro de sus besos. Emmett hundió la lengua en su boca, ella la succionó con fuerza y él estuvo a punto de llegar allí mismo al orgasmo. Había perdido el control. Ya no podía soportarlo más.
Se desabrochó la cremallera del pantalón con manos temblorosas y liberó su sexo erguido y más que dispuesto a hundirse en el tierno centro de su cuerpo. Hacia allí lo dirigió con una mano mientras posaba la otra en su hombro. Pero cuando estaba a sólo unos centímetros del paraíso, se quedó paralizado.
– No pares ahora -le suplicó Linda.
– Cariño, no tengo preservativos.
– ¿No tienes preservativos?
– No.
– Desde que llegué al centro de rehabilitación -le explicó jadeante-, estoy tomando la píldora. Pensaban que era lo mejor. Además, me han hecho todos los análisis que se le puede hacer a un ser humano.
– Y a mí también, pero no deberías hacer caso a un hombre en esta situación, cariño. Podría estar mintiéndote, podría no importarle hacerte daño.
– ¿Me estás mintiendo, Emmett? ¿Vas a hacerme daño?
– No.
– Entonces ámame, Emmett.
Emmett gimió y dejó que Linda volviera a colocarse sobre él, postergando las preocupaciones para más adelante. En aquel momento, lo único que le importaba era sentir la perfección absoluta de su cuerpo rodeando el suyo. Aquél no era momento para controlarse. Era el momento de Emmett y Linda, desnudos el uno para el otro. Vio la admiración brillando en sus ojos y oyó el grito con el que acompañó el clímax. Y él la siguió.
Capítulo 11
– No soy un adolescente -se lamentaba Emmett mientras se deslizaba entre sus piernas-, aunque me comporte como si lo fuera.
Linda se echó a reír mientras alzaba las caderas hacia él. Anochecía y estaban en la cama, haciendo el amor, como habían hecho cada mañana y cada noche desde su encuentro en el aparcamiento. Habían pasado tres días desde entonces.
– He descubierto un nuevo talento -le dijo Linda, cerrando los ojos mientras él le acariciaba los pezones-. Creo que soy buena en el sexo.
Emmett volvió a gemir.
– Eres muy buena en el sexo, sí.
Inició con la boca un delicioso camino desde los labios de Linda hasta su cuello. Ella inclinó la cabeza para permitirle un mejor acceso, diciéndose que no podía ser más feliz.
– ¿Qué haces?
Se incorporó sobre los codos cuando Emmett abandonó su seno para descender hasta su vientre.
– Quiero saborear toda tu dulzura, cariño. Una chica tan buena en el sexo debería saberlo.
En el instante en que su lengua llegó a los sedosos pétalos de su sexo, estalló un intenso placer en el interior de Linda que encontró eco en toda su piel.
– Emmett -el húmedo calor de su lengua asfixiaba cualquier posible protesta-. ¡Emmett!
Emmett le sujetaba las caderas mientras se entregaba a las espontáneas respuestas de Linda. Pero sólo resistió durante el tiempo suficiente para ayudarla a llegar de nuevo al clímax. A continuación, se tumbó a su lado y apoyó la cabeza sobre su seno.
– No me dejes quedarme mucho tiempo en la cama -musitó-. He quedado con un hombre a las nueve.
– De acuerdo -susurró Linda en respuesta, mientras le acariciaba la cabeza.
Alargó la mano hacia la mesilla para tomar la libreta y el bolígrafo.
Hoy es martes.
Emmett Jamison es un hombre tierno y atractivo. Ha pasado otra noche en mi cama. Y estoy enamorada de él.