– No pasa nada, Ricky -susurró.
El niño recorrió el rostro de Linda con la mirada, como si fuera lo único que quería ver.
– Emmett vendrá muy pronto -susurró.
Jason Jamison sonrió.
– Lo sabía -dijo Jason-. Tu madre miente pésimamente. Ya sabía yo que Emmett no se me escaparía esta vez. Yo siempre gano.
Pero Linda no era capaz de pensar con suficiente claridad como para mentir.
– Estaba diciendo la verdad. Emmett se ha ido para siempre. Puede ir a su habitación a comprobarlo. Se ha llevado todas sus cosas.
– No me lo trago, rubia. Esta misma mañana he llamado a la casa principal y me han confirmado que Emmett vivía aquí contigo.
– Nadie puede haberle dicho…
– Oh, no culpes a nadie de lo que ha ocurrido. He dicho que trabajaba para el FBI y necesitaba su dirección para poder enviarle una prueba fundamental -sonrió-. La buena de Hazel, la cocinera, me ha dicho que se aseguraría de entregarle personalmente cualquier cosa que llegara a su nombre.
Y el que había llegado había sido el propio Jason.
«Piensa, Linda, piensa», se decía. Emmett había empleado mucho tiempo enseñándole técnicas de autodefensa, pero sus enseñanzas parecían negarse a cobrar sentido en su cerebro. No sabía qué hacer. También iba a fracasar en eso.
– Emmett te lo hará pagar -Ricky fulminó con la mirada a su captor.
– Te equivocas, jovencito. Será él quien me las pagará.
– ¿Qué te ha hecho?-preguntó Ricky, ignorando el mensaje que Linda estaba intentando telegrafiarle con la mirada.
– Mis dos hermanos han sido un fastidio durante toda mi vida. El error más grande de mi vida ha sido no hacer algo contra ellos antes. Escúchame, muchacho, uno tiene que ir a por lo que desea en esta vida y quitarse de en medio a la gente que se cruce en su camino.
– ¿Vas a quitártelo de en medio?-preguntó Ricky con los ojos abiertos como platos.
A Linda se le encogió el corazón al ver el miedo en el rostro de su hijo.
– ¿Y vosotros quiénes sois -preguntó Jason-. ¿Qué está haciendo Emmett con vosotros?
– Está asegurándose de que no nos acerquemos a la gente y de que la gente no se acerque a nosotros. Tenemos una enfermedad mortal… Si te acercas a… a tres metros de nosotros se contagia -contestó Ricky.
Jason soltó una risotada.
– ¿Así que tenéis una enfermedad?
– Pero si te vas ahora, a lo mejor no te la pegamos.
– Buen intento -Jason miró a Linda-. Este chico tiene una mente muy rápida. Bueno, y ahora dime qué está haciendo mi hermano aquí.
– Tengo una lesión cerebral -le dijo. En ese momento, sólo era capaz de decir la verdad-. Me está ayudando a recuperarme.
– ¿Sí? Desde luego, parece algo propio del mojigato de mi hermano. Pero tú no pareces una retrasada.
– ¡Mi madre no es una retrasada!-Ricky se levantó de un salto de la silla.
Linda se abalanzó hacia él y lo agarró del brazo.
– No pasa nada, Ricky.
Jason los miró con evidente diversión.
– No intentes sofocar su rabia, rubia. Eso es lo que un niño necesita para salir adelante. La rabia.
– ¿Eso es lo que tú tienes?-le preguntó Linda-. ¿Rabia?
Le pidió a Ricky con la mirada que volviera a sentarse y suspiró aliviada al ver que obedecía. Ella permaneció de pie.
– Sí, tengo rabia. Soy el único de mi generación que la ha heredado. Me viene directamente de mi abuelo, Farley, cuyas ambiciones y talento político lo habrían llevado a ocupar el sillón del gobernador si el mezquino y miserable de Kingston Fortune no hubiera estado tan preocupado por conservar su dinero.
Linda se apoyó en la pared que tenía tras ella y desvió la mirada hacia los mostradores de la cocina. ¿Le daría tiempo a buscar en un cajón y sacar un cuchillo? No, lo que necesitaba era una vieja sartén de hierro.
Recordó entonces algo que le había dicho Emmett en una ocasión: si alguien entraba en su casa, podría utilizar cualquier arma que encontrara en su contra.
Dejó caer los hombros. Aunque tuviera una sartén, tendría que actuar con precaución. Jason eran más grande que ella y por culpa de su lesión cerebral, seguramente también más fuerte. Pero algo tendría que hacer para resolver aquella situación.
– Emmett no va a volver -dijo de pronto.
Jason la miró fijamente.
– No sé por qué insistes en eso.
– Porque es vedad -respondió con voz fría-. Pero me quedaré esperando todo lo que quiera, siempre y cuando permita que Ricky se vaya. A él no lo necesita para nada.
Ricky se revolvió en la silla.
– Yo…
– Chsss. ¡Cállate!-le ordenó Linda.
– Vaya -Jason sonrió-. Una mamá batalladora.
– Por favor, deje que se vaya y esperaremos los dos a Emmett.
Jason parecía cada vez más divertido.
– ¿Pero Emmett va a venir o no?
Linda se frotó la frente frustrada, cercana ya a la desesperación.
– Vendrá, pero Ricky no le sirve para nada.
– Humm. Antes has dicho algo sobre que fuera a ver si están o no las cosas de Emmett en su habitación. Quizá debería hacerlo. En cualquier caso, creo que no está de más inspeccionar el terreno -apuntó a Ricky con la pistola-. Levántate. Nos vamos los tres en misión de reconocimiento.
Jason esperó en el centro de la cocina hasta que Linda estuvo al lado de Ricky.
– Dime dónde está el dormitorio -le pidió entonces al niño.
Y no habían dado un paso cuando oyeron que un coche aparcaba en la puerta de la casa. Se quedaron los tres paralizados.
– Apuesto a que es mi hermano Emmett -susurró Jason con inmenso placer.
Linda también estaba segura. Era el sonido de su coche, pero no sabía si alegrarse o todo lo contrario.
– Deje que se vaya Ricky -le suplicó a Jason. Era lo único en lo que podía pensar-. Deje que se vaya.
– No creo que pueda. Tu hijo es un escudo humano perfecto.
– No, por favor, no…
Jason le hizo un gesto a Ricky, ignorando sus súplicas.
– Ven aquí, chico.
Ricky vaciló. Con el ceño fruncido, Jason se inclinó para agarrarlo.
El tiempo pareció detenerse. Linda fijó la mirada en la mano del hombre, en aquellos dedos que agarraban a su hijo. Su hijo.
Comprendió de pronto que luchar era la única opción que le quedaba; y le parecía factible y mucho mejor que dejar que aquel hombre sin conciencia volviera a tocar a su hijo otra vez.
Linda soltó un grito de furia alimentado por un instinto maternal milenario y se lanzó hacia delante. Jason retrocedió sorprendido por su alarido y por su repentino movimiento. Linda aprovechó entonces para agarrar a su hijo y apartarlo de él. Con la otra mano convertida en un puño, le golpeó a Jason la muñeca con tanta fuerza que le obligó a soltar la pistola.
– ¡Corre!-le gritó a Ricky-. ¡Corre!
Justo en ese momento, Jason la agarró del cuello, atrapándola con una de aquellas llaves que Emmett le había enseñado a combatir sobre una colchoneta. Pero, con la osadía que le proporcionaba la inconsciencia, Linda levantó la mano hasta encontrar la axila de Jason y le pellizcó con toda la fuerza y la voluntad de una madre.
Emmett entró en la cocina, tras haberse cruzado con un desesperado Ricky. Podía percibir el olor a azufre de Jason en el aire. Veía a su hermano de espaldas a él, gritándole a Linda, que estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el refrigerador. Tenía marcas rojas en el cuello y la mirada vidriosa.
Pero al menos estaba viva. Gloriosamente viva.
– Jamás conseguirás acabar con Emmett -la oyó decir.
Vio entonces la pistola; estaba en el suelo. Pero Jason se interponía entre el arma y él.
«Muy bien, Jamison», respira, se dijo a sí mismo. Estando Jason hablando, la mejor estrategia era esperar a que llegara la policía antes de hacer ningún movimiento.
– ¿Qué has dicho?-preguntó Jason.