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– A Emmett y a mí -repitió Collin.

– No sigas por ahí -le advirtió Emmett. Necesitaba separarse de aquel niño cuanto antes-. ¿Por qué no vas a buscar a Lucy?

Collin se despidió de él y se marchó. Emmett lo observó, fijándose en sus largas y alegres zancadas. Dios, ¿cómo era posible que su primo, el militar implacable, se hubiera transformado en un hombre tan alegre? Pero la respuesta era más que obvia: amaba y lo amaban.

Él también estaba enamorado de Linda; eso no había cambiado y nunca cambiaría. Pero Linda había sido testigo de la sordidez de Jason. Había sido testigo de su propia sordidez. Emmett sabía que quería mantenerse alejada de él. Y lo comprendía. Él también quería mantenerse a distancia de todo el mundo.

Cambió la postura del niño, que dormía en su regazo. El agotamiento era normal después de una subida de adrenalina. Emmett apoyó la barbilla en su cabeza y cerró los ojos. Sólo descansaría un poco…

Emmett tenía serias dificultades para ver. Y no lo comprendía. La tenue luz no lo ayudaba y tenía que utilizar las manos para orientarse en aquel laberinto de pasillos. El corazón le latía violentamente y tenía la boca seca. Y tenía miedo. No de sí mismo, sino de alguien. Tensó los dedos sobre la pistola, pero sólo sintió el tacto de su propia carne. ¿Por qué no llevaba la pistola? Su ansiedad se redobló y por alguna razón comenzó a correr, chocando contra aquellas paredes que no podía ver. Recordaba que normalmente percibía entonces el olor de la muerte. Pero en aquella ocasión olía a aire fresco. Sí. Y por eso corría hacia allí. Estaba buscando la manera de salir de aquella tumba.

Dobló una esquina y se descubrió en una habitación vacía. Salió una figura de entre las sombras. Era Christopher, pero aquella vez era portador de un aire limpio y fresco. De pronto se encendió una luz tras él. Y le estaba tendiendo algo. ¿Era la cinta? Siempre era la cinta. Emmett intentó retroceder, pero la luz iba creciendo tras su hermano y su calor lo atraía como un imán.

– Christopher, ¿qué está pasando?

Christopher no decía nada. Se limitaba a sonreír y se acercaba cada vez más a él. Cuando Emmett bajó la mirada para ver el objeto que le tendía, tuvo que pestañear para asegurarse de que no estaba soñando. Pero por supuesto que estaba soñando. En una mano, su hermano sostenía un bate de béisbol y en la otra, un juego de cartas sin estrenar. Emmett miró a su hermano, éste sonrió y comenzó a alejarse hacia la luz.

– ¡Christopher!

Su hermano continuaba avanzando.

– Te echo de menos, Christopher, te quiero.

Su hermano se volvió, lo saludó con la mano y se hundió en una luz intensa.

Emmett habría jurado que había una mujer caminando a su lado. Y habría jurado que aquella mujer era Jessica Chandler.

– Emmett -una mano le sacudió el hombro.

Era otro sueño, se dijo mientras intentaba despertar. Estaba soñando que Linda lo despertaba. Le diría que aquello no era otra pesadilla. Y que estaba enamorado de ella.

– ¿Linda?

Pero era Collin. Estaban en la habitación del hospital y tenía una pierna dormida por el peso de Ricky.

Collin se agachó para mirarlo a los ojos.

– Ya puedes ver a Linda.

La puerta de la habitación se abrió y entraron un niño rubio y un hombre de pelo oscuro de la mano. En realidad, era el niño el que se aferraba a Emmett y éste parecía no atreverse a soltarlo. Pero, por su expresión, era evidente que no quería estar allí.

La ansiedad fluía en su interior, intentando dominar su cerebro, pero Linda la contuvo aferrándose a un solo pensamiento con la misma fiereza con la que su hijo se aferraba a la mano de Emmett. Al igual que Ricky, ella tampoco quería que se fuera. Bajó la mirada hacia Ricky y sonrió.

– ¿Podría darme un abrazo el mejor hijo del mundo?

El niño corrió inmediatamente hacia la cama. Su abrazo fue breve, pero absolutamente sincero. Linda tuvo que pestañear para apartar las lágrimas de sus ojos.

– Vaya mamá, menudas heridas.

– Sí, me temo que voy a tener que comprarme unos cuantos pañuelos.

Ricky alzó la mano hacia su rostro, pero se detuvo de pronto.

– Acabo de lavármelas -le advirtió-. Están limpias.

– No me importa que no tengas las manos limpias. Lo único que me importa es que estás aquí.

El niño le acarició la mejilla con una delicadeza infinita.

– Dicen que te has dado un golpe en la cabeza, pero no vas a dormirte otra vez, ¿verdad?

Linda le tomó la mano y se la retuvo con fuerza.

– No, esto no va a ser como la otra vez, te lo prometo -como su hijo no parecía muy convencido, alzó la mirada hacia Emmett-. ¿Podríamos conseguir que viniera el médico? Tengo la impresión de que mi hijo necesita oír el diagnóstico por sí mismo.

– Claro -dijo, y se volvió-. Iré…

– No me refería ahora -repuso Linda precipitadamente.

Tenía miedo de que se alejara de ella. Ya veía suficiente distancia en su mirada.

Emmett se apoyó en el marco de la puerta.

– Ya lo han metido en la cárcel, mamá. Nunca volverá a hacerte daño -comentó el niño mientras manipulaba el mando a distancia de la televisión.

– Y tampoco volverá a hacerte a ti ningún daño.

El niño le dirigió una rápida mirada.

– A mí no me ha hecho daño.

– Físicamente no, pero el miedo también puede dejar heridas, ¿verdad, Emmett?

Emmett se sobresaltó. Linda era consciente de que los había estado mirando a Ricky y a ella como si fueran dos caramelos en el escaparate de una tienda de golosinas. Eso le dio esperanzas. Tenía que tener esperanzas.

– ¿Qué has dicho?

– Le estaba diciendo a Ricky que el miedo también puede dejar heridas.

Emmett parecía sentirse incómodo.

– Sí, claro.

– Emmett no ha tenido miedo. Ha ido corriendo a la casa en cuanto le he dicho que estaba Jason. Y no tenía ni una pistola ni nada. Emmett nunca tiene miedo.

Linda miró a Emmett arqueando una ceja. Parecía sombrío, distante, pero en absoluto asustado. Sin embargo, Linda tenía que recordar que había vuelto a ella. Y tenía que recordar la mirada que había visto en sus ojos cuando había apartado a su hermano de ella. Era la mirada decidida de alguien que no estaba dispuesto a perder lo único que amaba.

– Dime Emmett, ¿es eso cierto? ¿Nunca tienes miedo? ¿No has pasado miedo hoy?

– No he pasado miedo por mí. Aunque en otras misiones, Ricky, sí he tenido miedo de que pudiera pasarme algo. De que me hirieran o algo peor. Así que comprendo lo que es el miedo. Una persona valiente lo es porque es consciente del peligro.

Sería un padre magnífico, pensó Linda. Un padre fuerte y sincero.

– Pero hoy no has tenido miedo por ti. Lo acabas de decir.

Emmett desvió la mirada hacia la ventana.

– Hoy tenía un miedo terrorífico a que pudiera pasarle algo a tu madre. Imagino que es lo mismo que ha sentido ella cuando se ha lanzado a por Jason en la cocina. En ese momento no pensaba en ella. Lo ha hecho porque te quiere.

A Linda se le aceleró el corazón. Y se le aceleró todavía más cuando Ricky volvió la cabeza para mirarla. Linda se aclaró la garganta.

– ¿Cómo te has enterado de eso, Emmett?

– Se lo he dicho yo -contestó Ricky-. Le he contado todo lo que ha pasado. ¿Lo has hecho por eso, mamá? ¿Has luchado con Jason para intentar protegerme?

– Sí.

– ¿Tú… me quieres?

– Claro que sí -abrazó a su hijo con fuerza-. Te quiero y siempre te querré.

Los ojos se le llenaron de lágrimas al comprender que nunca le había dicho aquellas palabras. Pero la verdad era que no las había sentido hasta entonces.

– Yo también te quiero, mamá.

También era la primera vez que él se lo decía y Linda sollozó de felicidad al oírlo. Al final, alzó la cabeza para mirar a Ricky a los ojos. Su familia. Él era su familia. Sonrió.