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– Estás muy rara cuando lloras.

Linda se echó a reír.

– Sí, supongo que sí. Lo siento.

Ricky esbozó una mueca.

– Pero no digo que estés mal. Es un raro que me gusta.

– Buena contestación -comentó alguien desde la puerta. Había otro hombre al lado de Emmett que se parecía considerablemente a él-. Es mucho más amable que tú -dijo el recién llegado dándole un codazo a Emmett.

Emmett no cambió de expresión.

– Linda, te presento al insoportable de mi primo, Collin Jamison.

Collin le sonrió.

– Me alegro de ver que te encuentras bien. Tu hijo no quería marcharse de la sala de espera hasta haberlo comprobado por sí mismo, pero he pensado que a lo mejor ahora le apetece tomar una hamburguesa, unas patatas fritas y un batido.

– ¿Qué te parece?-le preguntó Linda a Ricky.

– Tengo hambre, pero…

– Lucy, mi novia, lo ha arreglado todo para que puedas quedarte a dormir esta noche en la habitación de tu madre. Así que puedes bajar a cenar y después subir rápidamente.

– De acuerdo -dijo entonces Ricky.

Y sonrió mientras corría hacia Collin Jamison.

Linda sonrió para sí. Collin y su hijo salieron de la habitación, dejándola a solas con Emmett.

– ¿Te importaría cerrar la puerta?-le pidió Linda.

– De acuerdo. Si es lo que quieres, me voy.

– ¡No!-se aclaró la garganta-. Quiero decir, no, hay algo de lo que quiero hablar contigo.

Emmett la miró con los ojos entrecerrados.

– ¿Y es…?

– Yo… quería disculparme por haberte gritado esta mañana. Por… bueno, básicamente, por haberte pedido que te fueras de casa.

Emmett se encogió de hombros.

– Tengo la sensación de que eso ha sido hace un millón de años.

– De todas formas, perdóname, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

Genial. Ya no parecía haber nada más entre ellos. Ni chispas, ni tensión sexual. Nada, salvo un enorme y torpe silencio. Pero ella tenía que seguir insistiendo.

– ¿Por qué…? Ejem, ¿por qué has vuelto esta tarde a casa?

Emmett parpadeó.

– ¿Qué?

– ¿Por qué has vuelto? ¿Tenías algo que decirme o…?-lo miró fijamente, intentando darle la oportunidad de decirle lo que había visto en su mirada cuando había ido a salvarla de las manos de su hermano.

Pero él se limitó a mirarla en silencio.

Linda cerró los ojos y los apretó con fuerza. Ya no sabía qué hacer.

– ¿Cariño?-el colchón se hundió bajo la presión del peso de Emmett-. ¿Te duele la cabeza? ¿Quieres que llame a un médico?

Linda abrió los ojos y tragó saliva.

– No creo que un médico pueda curar el problema que tengo, Emmett. Y tampoco creo que quiera que lo arregle. Te quiero, Emmett Jamison. Estoy enamorada de ti.

Emmett se quedó helado.

– Pero…-sacudió la cabeza-. No, no puedes.

– Claro que puedo.

– No -frunció el ceño-. Ya has visto lo terrible que es mi hermano. Y no quieres que eso pueda afectarte de ningún modo.

– Tu hermano ya no va a hacerme nada. Jason ha dejado de ser una amenaza.

– Pero tú has visto de lo que soy capaz. Has visto que en mí también hay una parte terrible y oscura.

– Emmett, sé que hay mucha tristeza en tu interior por todo lo que has visto y experimentado. Pero en eso tanto Ricky como yo podemos ayudarte. Nuestro amor, la familia que entre los tres hemos construido, te ayudarán a superarlo.

– Pero tú no sabes… si yo también quiero -desvió la mirada.

– Sé que me quieres. Lo vi en tu rostro cuando intentaste protegerme de Jason. Estabas furioso porque me quieres, Jason, no porque seas malo.

Emmett musitó algo.

– No intentes negarlo. Tú mismo lo has dicho. Le has dicho a Ricky que en la cocina has pasado miedo por mí. Y que pensabas que era lo mismo que había sentido yo cuando había intentado protegerlo… porque lo quería.

– Siempre he sido un bocazas -musitó Emmett.

– ¿Por qué no quieres amarme?

– Porque no quiero ensombrecer tu luz.

– Emmett, yo necesito tu amor. Pensaba que no me lo merecía, que no era una mujer suficientemente completa para ti, pero me equivocaba. Y tú también te equivocas. El amor nunca puede ser una sombra.

Emmett se derrumbó entonces. La abrazó con fuerza.

– Linda, Linda -buscó su boca y las lágrimas empaparon su beso. Al cabo de unos segundos, alzó la cabeza-. Cuando me fui a vivir contigo, lo hice porque pensaba que me necesitabas. Pero la verdad es que soy yo quien te necesita.

Sonriendo, Linda le enmarcó el rostro entre las manos.

– Nos iluminaremos el uno al otro -Emmett sonrió con fiereza-. Durante el resto de nuestras vidas, nos iluminaremos el uno al otro.

Hoy es domingo, el día de la reunión de los Fortune. Levántate, dúchate y ponte el vestido nuevo. Y obliga a Ricky y a Emmett a arreglarse también. Y no te olvides de dar gracias a Dios por haberlos encontrado.

Ricky levantó la mirada de la libreta de su madre. No quería leerla, pero había sido ella la que le había pedido que fuera a buscar el reloj que había dejado en la mesilla y había visto su nombre en la libreta. No creía que le importara. Su madre lo quería y se lo había dicho un millón de veces. Emmett le había explicado que lo hacía porque durante aquellos diez años había perdido muchas oportunidades de decírselo y necesitaba ponerse al día. Y mientras no se lo dijera delante de sus amigos, él era capaz de manejarlo. Pero dudaba que pudiera aguantarse durante la reunión familiar de los Fortune. Ricky suspiró.

Sin embargo, cuando llegaron al rancho, descubrió que los «te quiero» se lanzaban con la misma facilidad que el arroz en las bodas que había visto en televisión. Durante los últimos meses, había habido muchas bodas en la familia, y su madre y Emmett también iban a casarse pronto. Él había dicho que no quería disfrazarse de pingüino, pero su madre se había puesto triste y al final había cedido.

Emmett tampoco quería disfrazarse de pingüino, pero los dos querían que su madre estuviera contenta.

– Ricky, por favor, ven aquí. Quiero que conozcas a alguien -era Lily, que lo miraba sonriente y llevaba unos enormes pendientes de cuentas que brillaban a la luz del sol.

Emmett se acercó a ella y Ricky y su madre la siguieron. Ricky ya sabía lo que iba a pasar en esa fiesta, lo habían preparado para ello, pero aun así, se sentía como el primer día de colegio.

Lily le presentó a su hijo Colé y a Holden y Logan Fortune. Los tres eran hermanos suyos. También tenía una hermana, Edén, que estaba casada con un jeque. Todos le sonreían y le decían que tenían muchas ganas de conocer a su hermanito y él les decía que también se alegraba de conocerlos. Y era verdad.

Había sido muy raro enterarse de su pasado. Su padre biológico, así era como lo llamaba su madre, era Cameron Fortune, que también era el padre de Colé, Holden, Logan y Edén. Lily decía que habían querido que supiera que era un Fortune para que así se sintiera más… seguro. Sí creía que eso era lo que había dicho. Y pronto iría a verlo otra pariente suya, Susan Fortune, que ayudaba a los niños a los que les pasaban cosas extrañas a lo largo de su vida.

El caso era que había mucha gente que lo quería. Nan y Dean, Lily y sus hermanos Fortune. Y su madre, por supuesto, y los padres de Emmett, que también estaban allí. La señora Jamison le había hecho una tarta. Y también estaba Emmett.

Emmett le había dicho que no tenía por qué sentirse bien con todo lo que le pasaba de repente. Y que si se sentía raro, podía ir a hablar con él. Ricky también podría hablar con su madre, por supuesto, pero era genial tener un padre así. Emmett le había dicho que podía llamarle «papá» cuando quisiera y Ricky ya tenía un plan. Empezaría a hacerlo en cuanto se casara con su madre.