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– Agente secreto contable.

Aquellas palabras obligaron a Emmett a volver al presente.

– ¿Qué has dicho?

Linda continuó caminando sobre la cinta con los brazos en jarras y tomó aire.

– Así era como me veía yo a mí misma. Había estudiado Económicas y después me reclutaron como agente secreto para el Departamento del Tesoro, por eso me consideraba a mí misma agente secreto contable.

Emmett hizo una mueca.

– Eras muy joven, ¿verdad?

– Nos hicieron seguir un curso que incluía el uso de armas de fuego y un entrenamiento físico. Seguramente no tan intenso como los que tenéis que soportar los agentes de los cuerpos especiales, pero al menos aprendí a cuidar de mí misma.

Paró la máquina y tomó la toalla que había dejado apoyada en ella. Mientras se secaba la cara, comentó con la voz amortiguada por la toalla:

– Pero al parecer, no era entrenamiento físico lo que necesitaba, sino emocional.

Estaba hablando de su aventura con el sujeto de la investigación, Cameron Fortune. En el interior de Emmett, estalló un repentino enfado que lo sorprendió por su intensidad. El hermano de Ryan doblaba a Linda en edad y en astucia, sin lugar a dudas. Se había aprovechado de ella y le había cambiado la vida de manera irrevocable.

– Dicen que era un hombre atractivo y encantador.

– ¿Y se supone que eso debería hacerme sentir mejor?-preguntó Linda con amargura-. La persona que yo creía ser no se dejaría seducir por un tipo guapo y encantador.

Aunque a Emmett se le daban pésimamente los comentarios frívolos, intentó aliviar la intensidad del momento.

– Vaya, en ese caso, a lo mejor tengo una oportunidad contigo.

Linda ni siquiera sonrió.

– Ni siquiera sabría lo que tengo que hacer. No fui buena como agente secreto, Ricky no me considera una buena madre… Y no creo que sea buena como mujer.

A pesar de aquellas palabras, su femenina y floral esencia flotaba en el aire, agitando la pituitaria de Emmett y sacudiendo el deseo que había despertado en él cuando la había abrazado aquella mañana. Y fue incapaz de resistir la tentación de apartarle un mechón de pelo de la cara.

– Date tiempo.

– No puedo, ¿no te das cuenta? Ya he perdido demasiado tiempo. Dentro de diez años más Ricky ni siquiera necesitará una madre.

¿Qué podía decir él a eso? ¿Qué podía hacer para ayudar? Desgraciadamente, no era un hombre al que le resultara fácil animar a los demás. Era un verdadero experto en ver el lado más sombrío de la vida.

– ¿Y cuál es la alternativa?

– Renunciar.

Aquella palabra lo dejó paralizado. Y no porque no comprendiera el impulso, sino porque él ya lo había hecho. Después de la muerte de Jessica Chandler, un caso muy próximo en el tiempo al asesinato de su hermano Chris, había renunciado y había huido a las montañas. Si hubiera sido por él, seguramente continuaría allí, borracho y rebosante de dolor.

En aquel momento estaba sobrio. Pero el dolor no había desaparecido.

– Pero no puedo renunciar -añadió Linda-. Tengo una responsabilidad hacia Ricky y hacia Nancy y Dean, que jamás renunciaron, ¿entiendes?

– Sí, claro que lo comprendo. A veces lo que nos obliga a continuar no somos nosotros mismos, sino lo que les debemos a los demás.

– Como la promesa que le hiciste a Ryan -dijo Linda, mirándolo fijamente.

– Y a mí mismo, y a mis padres. Y a la memoria de mi hermano Christopher.

– Lo siento -alargó la mano hacia él y la posó en su brazo-. La lesión… Todavía tengo que esforzarme para pensar en lo que me rodea. No paro de quejarme, pero tu situación tampoco es buena y, sin embargo, aquí estás, haciendo de Mary Poppins para mí.

Emmett arqueó las cejas.

– Siempre y cuando no me pidas que vuele con un paraguas.

Linda tensó los dedos alrededor de su brazo.

– En serio, Emmett, sé que no soy una persona completa, y menos aún una persona en la que pueda apoyarse nadie, pero si necesitas hablar con alguien, aquí me tienes.

– No me resulta fácil hablar. Siempre he sido el lobo solitario de la familia.

– Pues tienes suerte. Yo he vivido en el silencio durante muchos años.

E inmediatamente procedió a demostrárselo. Se sentó en el borde de la máquina y la palmeó para que se sentara a su lado. Emmett se sorprendió a sí mismo obedeciéndola. Se sentó a su lado y dejó que creciera el silencio a su alrededor.

Linda cruzó los brazos sobre las rodillas y apoyó allí las mejillas. Emmett contempló su nuca mientras escuchaba los sonidos de la primavera que llegaban desde el exterior. El canto de los pájaros, el crujido de las ramas mecidas por el viento y arañando el cristal. Unos perros ladraban en la distancia. Y se instaló en su interior una sensación acorde con aquella estación. La primavera. Tiempo para la renovación. Para la esperanza.

Linda tenía los ojos cerrados y se preguntó si estaría dormida.

– Continúas siendo una mujer, ¿sabes?-musitó.

Linda abrió los ojos inmediatamente, alzó la cabeza y lo miró adormilada.

– ¿Tú crees?

– Lo sé.

Se sostuvieron la mirada. Emmett alargó la mano hacia su mejilla sonrojada.

– ¿Tengo que demostrártelo?

Linda tragó saliva.

– No porque te sientas obligado.

– No lo hago porque me sienta obligado.

Pero sí porque no le gustaba verla triste. Porque quería borrar toda preocupación de su mente. Sí, y también estaba el deseo. No sabía si aquello complicaría las cosas, pero en aquel momento no le importaba.

Se inclinó hacia ella y rozó sus labios.

Linda retrocedió como si le hubiera dolido. Pero Emmett había sido delicado. Muy delicado.

Por un instante, le devolvió el beso como lo habría hecho una niña, con los labios tensos y apretados. Pero luego los suavizó. Entreabrió los labios, pero Emmett no lo interpretó como una invitación a una mayor intimidad en el beso. En cambio, dejó que Linda continuara experimentando sin hacer nada más que mantener la boca cerca de la suya.

– Deberías respirar -susurró él contra sus labios-. Tienes que tomar aire.

– ¿Por eso he visto las estrellas?-Emmett sonrió y Linda le acarició los labios-: No sonríes mucho.

– Continúa besándome así y quizá lo haga.

Linda sacudió la cabeza.

– Ya te tengo calado, ¿sabes? Cada vez sé más cosas sobre ti.

– ¿Cómo cuáles?

– Eres dulce, por ejemplo.

– ¿Dulce? ¿Estás bromeando? Soy cínico, distante, decidido y obstinado. Puedes preguntárselo a cualquiera.

Linda se levantó.

– No tengo por qué preguntarlo. Estaba deprimida e insegura y tú me has besado. Ése es un gesto muy dulce.

– ¡Pero yo no lo he hecho para parecerte dulce!

Linda tenía unos ojos azules y redondos como los de un bebé.

– ¿Entonces por qué lo has hecho?

– Porque…

Su beso no había tenido nada que ver con la dulzura ni con la bondad. La había besado porque pensaba que era guapa y condenadamente atractiva.

– ¿Ves? No sabes qué decir.

Y sin más, giró sobre sus talones y se alejó de allí meciendo las caderas.

– ¡No te engañes!-gritó Emmett tras ella-. Soy un hombre cínico, frío, distante y obstinado. Espera y te lo demostraré.

Linda se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta tras ella.

Emmett todavía estaba sonriendo cuando sonó su teléfono móvil.

– Jamison al habla -contestó.

– Lo mismo digo -respondió una voz.

Emmett se olvidó inmediatamente de la primavera y el sol. Una nube oscura volvía a cernirse sobre él y el aire pareció llenarse del olor del azufre. Caminó a grandes zancadas hacia la puerta y observó el pasillo. Para asegurarse de que Linda estuviera a salvo.