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– Los videntes que ven las emanaciones del Águila muchas veces las llaman comandos -dijo don Juan-. A mí no me importaría llamarlas comandos si no me hubiera acostumbrado a llamarlas emanaciones. Fue una reacción mía a la preferencia de mi benefactor; para él eran comandos. Pensé que ese término le encajaba mejor a. él que a mí, debido a su dominante personalidad. Yo quería algo impersonal. Comandos me parece demasiado humano, pero eso es lo que realmente son, los comandos del Águila.

Don Juan dijo que ver las emanaciones del Águila equivale a cortejar el desastre. Los nuevos videntes muy rápidamente descubrieron las tremendas dificultades que esto representaba, y sólo después de grandes tribulaciones, al tratar de delinear lo desconocido y separarlo de lo que no se puede conocer, se dieron cuenta de que todo está compuesto por las emanaciones del Águila. Solamente una pequeña porción de esas emanaciones queda al alcance del conocimiento humano, y esa pequeña porción se ve reducida a una fracción aún más minúscula por los apremios de nuestras vidas diarias. Lo conocido es esa minúscula fracción de las emanaciones del Águila; la pequeña parte que queda a un posible alcance del conocimiento humano es lo desconocido, y el resto, incalculable y sin nombre es lo que no se puede conocer.

Prosiguió diciendo que los nuevos videntes, debido a su orientación pragmática, comprendieron de inmediato que las emanaciones poseían una fuerza apremiante y obligatoria. Se dieron cuenta de que todos los seres vivientes se ven obligados a usar las emanaciones del Águila, sin jamás saber lo que son. Y comprendieron que los organismos están hechos para captar cierta porción de esas emanaciones, y que cada especie tiene una gama definida. Las emanaciones ejercen enorme presión sobre los organismos, y a través de esa presión, los organismos construyen su mundo perceptible.

– En nuestro caso, como seres humanos -dijo don Juan- nosotros utilizamos esas emanaciones y las interpretamos como la realidad. Pero lo que el hombre capta es una parte tan pequeña de las emanaciones del Águila que resulta ridículo dar tanto crédito a nuestras percepciones, y sin embargo no es posible pasarlas por alto. Llegar a entender ésto, que parece tan simple, les costó inmensidades a los nuevos videntes.

Don Juan estaba sentado donde generalmente se acomodaba en la sala grande de la casa. Nunca hubo muebles en ese cuarto, todos se sentaban en el suelo, sobre pequeños petates; pero Carol, la mujer nagual, había logrado amueblarlo con sillones muy cómodos para las sesiones en las que ella y yo nos turnábamos, leyéndole a don Juan obras de los poetas de habla hispana.

– Quiero que estés muy consciente de lo que estamos haciendo -me dijo en cuanto me senté-. Estamos hablando de la maestría del estar consciente de ser. Las verdades que estamos discutiendo son los principios de esa maestría.

Agregó que en sus enseñanzas para el lado derecho demostró esos principios a mi conciencia normal con la ayuda de uno de sus compañeros videntes, Genaro, y que Genaro había jugado con mi conciencia normal con todo el humor y la irreverencia que caracterizaban a los nuevos videntes.

– Genaro es el que debería estar aquí hablándote del Águila -dijo-, pero sus versiones son demasiado irreverentes. Él piensa que los videntes que llamaron Águila, a esa fuerza inconcebible, o eran muy estúpidos o estaban haciendo una broma monumental, porque las águilas no sólo ponen huevos, sino que también cagan mojones.

Don Juan se rió y dijo que los comentarios de Genaro le parecían siempre tan apropiados que nunca podía resistir la risa. Agregó que, sin duda alguna, si los nuevos videntes hubieran sido los que describieron al Águila, la descripción se habría hecho medio en broma.

Le dije a don Juan que en cierto nivel yo consideraba al Águila como una imagen poética, y que como tal me encantaba; pero que en otro nivel me aterraba porque la consideraba como un hecho.

– Una de las fuerzas más grandes en la vida de los guerreros es el miedo -dijo-. Los impulsa a aprender.

Me recordó que la descripción del Águila provenía de los antiguos videntes. Los nuevos videntes rehusaron descripciones, comparaciones y conjeturas de cualquier especie. Querían llegar directamente al origen de las cosas, y para lograrlo se arriesgaron a peligros ilimitados. Vieron las emanaciones del Águila, pero jamás alteraron la descripción del Águila. Sabían que requería demasiada energía ver al Águila, y que los antiguos videntes ya habían pagado muy caro por sus breves vislumbres de lo que no se puede conocer.

– ¿Cómo fue que los antiguos videntes llegaron a describir al Águila? -pregunté.

– Necesitaban unas guías mínimas de lo indescriptible a fin de instruir a sus aprendices -contestó-. Lo resolvieron con una descripción esquemática de la fuerza que rige todo lo que hay, pero no de sus emanaciones. Las emanaciones no pueden describirse, de ninguna manera, con un lenguaje de comparaciones. Personalmente, ciertos videntes sí pueden tener la urgencia de hacer comentarios acerca de ciertas emanaciones, pero esa urgencia es siempre individual. En otras palabras, no existe una versión conveniente de las emanaciones, como la hay del Águila.

– A mí me parece que los nuevos videntes eran muy abstractos -comenté-. Me suenan como ciertos filósofos de hoy en día.

– No. Los nuevos videntes eran hombres terriblemente prácticos -repuso-. No se dedicaban a urdir teorías racionales.

Dijo que los que fueron pensadores abstractos eran los antiguos videntes. Construyeron monumentales edificios de abstracciones, propias a ellos y a su tiempo. Y, al igual que los filósofos de hoy, no tuvieron control alguno sobre sus fabricaciones. En cambio, los nuevos videntes, imbuidos con lo práctico, se ocuparon sólo de ver. Y lo que vieron fue un flujo de emanaciones, y cómo el hombre y los otros seres vivientes las usan para construir el mundo que perciben.

– ¿Cómo utiliza el hombre esas emanaciones, don Juan?

– Es tan simple que suena como una idiotez. Para un vidente, los hombres son seres luminosos. Nuestra luminosidad se debe a que una minúscula porción de las emanaciones del Águila está encerrada dentro de una especie de capullo en forma de huevo. Nosotros somos huevos luminosos. Esa porción, ese manojo de emanaciones que está encerrado es lo que nos hace hombres. Percibir consiste en emparejar las emanaciones encerradas en nuestro capullo con las que están afuera.

"Por ejemplo, los videntes pueden ver las emanaciones interiores de cualquier ser viviente, y pueden saber cuáles emanaciones exteriores hacen juego con ellas.

– ¿Las emanaciones son como rayos de luz? -pregunté.

– No. De ninguna manera. Eso sería demasiado simple. Son algo indescriptible. Y, sin embargo, mi comentario personal sería decir que son como filamentos de luz. Lo que es incomprensible para la conciencia normal es que los filamentos están conscientes de ser. No puedo decirte lo que significa eso, porque no sé lo que estoy diciendo. Lo único que puedo decirte con mis comentarios personales es que los filamentos están conscientes de si mismos, vivos y vibrantes, que hay tantos que los números pierden todo sentido, y que cada uno es una eternidad.

IV. EL RESPLANDOR DEL HUEVO LUMINOSO

Don Juan, don Genaro y yo acabábamos de regresar de recolectar plantas en las montañas circunvecinas. Estábamos en la casa de don Genaro, sentados a la mesa, cuando don Juan me hizo cambiar niveles de conciencia. Don Genaro me había estado mirando fijamente y comenzó a reírse entre dientes. Comentó que era tan extraño que yo tuviera dos criterios completamente diferentes para tratar con los dos lados de la conciencia. Mi relación con él era el ejemplo más obvio. En mi lado derecho, él era el respetado y temido brujo don Genaro, un hombre cuyos actos incomprensibles me encantaban y a la vez, me llenaban de un terror mortal. En mi lado izquierdo, él era simplemente Genaro, o Genarito, sin un don añadido a su nombre, un vidente simpático y amable cuyos actos eran totalmente comprensibles y coherentes con lo que yo hacía o trataba de hacer.