Se puso de pie sobre el petate en el que estábamos sentados y estiró los brazos y las piernas. Le rogué que siguiera hablando. Sonrió y dijo que yo necesitaba descansar, que mi concentración menguaba.
Alguien tocó a la puerta. Me desperté. Era de noche. Durante un momento no pude recordar donde me hallaba. Había algo en mí que parecía estar distante, era como si una parte de mí siguiera dormida, y sin embargo estaba completamente despierto. Por la ventana abierta brillaba la luz de la luna.
Vi que don Genaro se incorporó y fue hacia la puerta. Me di cuenta entonces de que estaba en su casa. Don Juan estaba echado de lado, profundamente dormido sobre un petate en el suelo. Tenía yo la clara impresión de que los tres nos habíamos quedado dormidos después de regresar agotados de un viaje a las montañas.
Don Genaro encendió su quinqué. Lo seguí a la cocina. Alguien le había traído una olla de guisado caliente y una canasta de tortillas.
– ¿Quién le trajo comida? -le pregunté-. ¿Tiene usted por ahí una vieja que le calienta las tortillas?
Don Juan había entrado a la cocina. Ambos me miraron, sonriendo. Por alguna razón, sus sonrisas me resultaban aterradoras. Poseído por un pánico incontrolable, estaba yo a punto de gritar cuando don Juan me golpeó en la espalda y me hizo cambiar a un estado de conciencia acrecentada. En un instante me di cuenta de que quizá mientras dormía, o al momento de despertar, había regresado a la conciencia de todos los días.
La sensación que experimenté entonces, ya de vuelta en la conciencia acrecentada, fue una mezcla de alivio, enojo y la más aguda tristeza. Sentía alivio al volver a ser yo mismo, porque había llegado a considerar que esos estados incomprensibles constituían mi verdadero ser. La razón era muy sencilla, en esos estados me sentía completo, nada me faltaba ni me sobraba. Mi enojo y mi tristeza eran una reacción ante mi impotencia, ante las limitaciones de mi ser cotidiano.
Le pedí a don Juan que me explicara cómo era posible que yo hiciera lo que estaba haciendo. En mi nivel de conciencia normal yo no podía recordar nada de lo que había hecho en estados de conciencia acrecentada, aunque mi vida dependiera de ello. Pero una vez que entraba en la conciencia acrecentada podía yo contemplar el pasado y recordar todo; podía rendir cuentas de todo lo que había hecho en los dos estados; incluso podía acordarme de mi incapacidad para recordar.
– Espera un momento -dijo-. Aun en la conciencia acrecentada todavía no recuerdas mucho. Más allá de ella hay infinitamente más, y tú has estado ahí muchas, muchas veces. Ahorita no puedes recordar todo lo que has hecho en ese más allá aunque tu vida dependa de ello.
Tenía razón. No tenía la menor idea de lo que hablaba. Le rogué que me diera una explicación.
– Ya viene la explicación -dijo-. Es un proceso lento, pero ya llegaremos a ella. Es lento porque yo soy igual que tú: me gusta entender. Yo soy lo opuesto de mi benefactor, que no estaba dado a explicar. Para él sólo existía la acción. Le gustaba ponernos directamente frente a problemas incomprensibles y dejarnos resolverlos por nuestra cuenta. Muchos de nosotros nunca resolvimos nada, y acabamos en la misma situación de los antiguos videntes: mucha acción y muy poca comprensión.
– ¿Están esos recuerdos atrapados en mi mente? -pregunté.
– No. Eso sería demasiado sencillo -contestó-. Las acciones de los videntes son más complejas que dividir al hombre en cuerpo y mente. Tú no te acuerdas de todo lo que has hecho, porque cuando uno está en la conciencia acrecentada uno ve.
Le pedí a don Juan que volviera a interpretar lo que acababa de decir.
Me explicó con mucha paciencia, que yo había olvidado todo, porque, al entrar en la conciencia acrecentada o al ir más allá de ella, mi conciencia normal había sido elevada, intensificada, y que eso significaba que otras áreas de mi ser total fueron usadas.
– Todo lo que no puedes recordar está atrapado en esas áreas de tu ser total -dijo-. El usar esas otras áreas es el ver.
– Don Juan, estoy más confundido que nunca -dije.
– No te culpo -dijo-. Ver es dejar al desnudo la esencia de todo, es ser testigo de lo desconocido y vislumbrar lo que no se puede conocer, pero ello no nos trae desahogo. Generalmente, los videntes se descalabran al ver que la existencia es incomprensiblemente compleja y que nuestra conciencia cotidiana la difama con sus limitaciones.
Reiteró que, durante sus explicaciones, mi concentración tenía que ser total, que el comprender era de crucial importancia, y que los nuevos videntes daban el más alto valor a las comprensiones profundas que no eran producto de la emoción.
– Por ejemplo, el otro día -prosiguió- cuando creíste haber comprendido algo muy significativo acerca de tu importancia personal y la de la Gorda, en realidad no entendiste nada. Tuviste un arranque emocional, eso es todo. Digo esto porque al día siguiente andabas de nuevo abrazado de tus ideas, como si nunca te hubieras dado cuenta de nada.
"Lo mismo le pasó a los antiguos videntes. Eran dados a las reacciones emocionales. Pero cuando llegó el momento de comprender lo que habían visto, no pudieron hacerlo. Para comprender uno necesita de sensatez, de cordura, no de emocionalidad. No te confíes en aquéllos que lloran con la emoción de comprender, porque no han comprendido nada.
"En el camino del conocimiento hay peligros incalculables para quienes carecen de sobriedad y serenidad -prosiguió-. Con mis explicaciones, estoy delineando el orden en el que los nuevos videntes arreglaron las verdades del estar consciente de ser, para que te sirva como un mapa, un mapa que tienes que sensatamente ver, pero no con tus ojos.
Hubo una larga pausa. Me miró con fijeza. Definitivamente, esperaba a que yo le hiciera una pregunta.
– Todos caen presa del error de que se ve con los ojos -prosiguió-. Pero no te sorprendas de que después de tantos años aún no te das cuenta de que el ver de los brujos no es cuestión de los ojos. Es muy normal cometer ese error.
– Entonces, ¿cómo ven? -pregunté.
Contestó que ver es alineamiento. Y yo le recordé que me dijo que la percepción es alineamiento. Explicó que alinear emanaciones que se usan rutinariamente es la percepción del mundo cotidiano, pero alinear emanaciones que nunca se usan es ver. El acto de ver, siendo resultado de un alineamiento fuera de lo ordinario, no puede ser algo que uno simplemente vea con los ojos. A pesar del hecho de haber visto incontables veces, yo había sucumbido a la manera en que se clasifica y se describe ver.
– Cuando los videntes ven, hay algo que les explica todo a medida que se lleva a cabo el nuevo alineamiento -prosiguió-. Es una voz que les habla en el oído. Si esa voz no está presente, el vidente no está viendo.
Después de una pausa momentánea, siguió explicando que sería igualmente falaz decir que ver es oír, pero que los videntes habían optado por usar la frase la voz del ver, como norma de un alineamiento fuera de lo común. Dijo que esa voz era algo extremadamente misterioso e inexplicable.
– Mi conclusión personal es que la voz del ver pertenece sólo al hombre -dijo-. Quizás ocurre porque el hablar es algo que nadie más hace, además del hombre. Los antiguos videntes creían que era la voz de una entidad de increíble potencia íntimamente relacionada con la humanidad, un protector del hombre. Los nuevos videntes descubrieron que esa entidad, a la que llamaron el molde del hombre, no tiene voz. Para los nuevos videntes la voz del ver es algo incomprensible; dicen que es el resplandor del estar consciente de ser que toca las emanaciones del Águila como un arpista toca el arpa.