Por la tarde, don Juan vino al patio trasero de la casa, donde yo estaba hablando con sus aprendices. Como si les hubieran dado una señal, todos los aprendices se fueron al instante.
Don Juan me tomó del brazo y comenzamos a caminar a lo largo del corredor. No dijo nada; durante un tiempo simplemente caminamos, casi como si estuviéramos en la plaza pública.
Don Juan de repente paró de andar y se volvió hacia mí. Dio una vuelta a mi alrededor, mirándome de pies a cabeza. Yo sabía que me estaba viendo. Sentí una extraña fatiga, una flojera que no había sentido hasta que sus ojos quedaron fijos en mí. De pronto comenzó a hablar.
– Creo que ayer Genaro y yo erramos contigo -empezó-, y digo esto porque te asustaste demasiado al entrar en lo desconocido. Genaro te empujó muy adentro, y allí te ocurrieron cosas extrañísimas.
– ¿Qué cosas, don Juan?
– Cosas que por, ahora resultarían difíciles, aun imposibles de explicarte -dijo-. No tienes energía sobrante como para entrar a lo desconocido y encontrarle sentido. Cuando los nuevos videntes arreglaron el orden de las verdades de la conciencia de ser, vieron que la primera atención consume todo el resplandor de la conciencia del hombre, y que no queda libre ni un ápice de energía. Ese es tu problema, y el problema de todos los guerreros. De modo que los nuevos videntes propusieron que si los guerreros quieren penetrar en lo desconocido tienen que conservar su energía. Pero, ¿de dónde van a conseguir energía, si toda ella ya está usada? La conseguirán, dicen los nuevos videntes, destruyendo hábitos innecesarios.
Dejó de hablar y me pidió preguntas. Le pregunté qué le hacía al resplandor de la conciencia el destruir hábitos innecesarios.
Contestó que destruir hábitos desprende a la conciencia de la absorción en sí misma y le permite libertad al resplandor para enfocarse en otras cosas.
– Lo desconocido esta eternamente presente -prosiguió-, pero queda fuera de nuestro alcance normal. Lo desconocido es la parte superflua del hombre común. Y es superflua porque el hombre común no tiene suficiente energía libre para comprenderlo.
"Puesto que has pasado años enteros en el camino del guerrero, ahora tienes suficiente energía libre para captar lo desconocido; pero no la suficiente como para entenderlo o siquiera para recordarlo.
Me explicó que en el sitio ése de la roca plana yo había entrado muy profundamente en lo desconocido. Pero como yo estaba dado al vicio de la exageración, hice lo peor que uno puede hacer, me había aterrado desmedidamente. Por eso salí del lado izquierdo, con la prisa del alma que lleva el diablo, desafortunadamente llevando conmigo una legión de seres extraños.
Le dije a don Juan que no se andara por las ramas, que me dijera exacta y directamente qué quería decir con una legión de seres extraños.
Se encogió de hombros y siguió paseando conmigo.
– Al explicar la conciencia de ser -dijo-, se supone que estoy poniendo todo o casi todo en su lugar. Antes de hablar de esos seres hablemos un poco de los antiguos videntes.
Me llevó entonces al cuarto grande. Ahí nos sentamos y comenzó su elucidación.
– Los nuevos videntes han estado siempre aterrados por el conocimiento que los antiguos videntes habían acumulado a lo largo de los años -dijo don Juan-. Eso es muy natural. Los nuevos videntes han sabido siempre que ese conocimiento sólo lleva a la destrucción total. Pero aun así, siempre lo encontraron fascinante, especialmente a las prácticas.
– ¿Cómo supieron de esas prácticas los nuevos videntes? -pregunté.
– Son el legado de los antiguos toltecas -contestó-. Los nuevos videntes las van conociendo conforme avanzan. Casi nunca las usan, pero las prácticas están ahí, como parte del conocimiento en general.
– ¿Qué tipo de prácticas son, don Juan?
– Son fórmulas inescrutables, encantaciones, largos procedimientos que tienen que ver con el manejo de una fuerza muy particular y enigmática. Por lo menos era enigmática para los antiguos toltecas, que la enmascararon y la hicieron más aterradora de lo que es en realidad.
– ¿Qué es esa fuerza misteriosa? -pregunté.
– Es una fuerza que se encuentra presente en todo lo que existe -dijo-. Los antiguos videntes jamás se propusieron desentrañar el misterio de la fuerza que los hizo crear sus prácticas secretas; simplemente lo aceptaron como algo sagrado. Pero los nuevos videntes lo observaron de cerca y lo llamaron voluntad, la voluntad de las emanaciones del Águila, o el intento.
Don Juan siguió explicando que los antiguos toltecas habían dividido su conocimiento secreto en cinco grupos de dos categorías cada uno: la tierra y las regiones de tinieblas, el fuego y el agua, lo de arriba y lo de abajo, el ruido y el silencio, lo móvil y lo estacionario. Especuló que debieron existir miles de técnicas diferentes que se volvieron más y más intricadas conforme pasó el tiempo.
"El conocimiento secreto de la tierra -prosiguió- tenía que ver con todo lo que se encuentra en el suelo. Había series particulares de movimientos, palabras, ungüentos, pociones que se aplicaban a personas, animales, insectos, árboles, plantas pequeñas, piedras y todo lo demás.
"Estas eran técnicas que convirtieron a los antiguos videntes en seres horrendos. Y las usaban ya fuera para cuidar o para destruir a cualquier ser animado o cosa inanimada.
"La contraparte de la tierra era lo que conocían como las regiones de tinieblas. Definitivamente, estas prácticas eran las más peligrosas. Trataban con entidades sin vida orgánica. Criaturas vivientes que se encuentran presentes en la tierra y que la habitan junto con todos los seres orgánicos.
"Sin duda alguna, uno de los hallazgos más valiosos de los antiguos videntes, al menos para ellos, fue el descubrimiento de que la vida orgánica no es la única forma de vida presente en esta tierra.
No le comprendí del todo. Esperé a que aclarara lo que había dicho.
– Los seres orgánicos no son las únicas criaturas que tienen vida -dijo; haciendo otra pausa, como dándome tiempo para evaluar sus afirmaciones.
Yo contesté con un largo alegato acerca de la definición de la vida y del estar vivo. Hablé de la reproducción, el metabolismo y el crecimiento: los procesos que distinguen a los organismos vivos de las cosas inanimadas.
– Estás sacando todo eso sólo de lo orgánico -dijo-. Esa no es la única categoría. No deberías basar todo lo que dices en esa sola categoría.
– Pero, ¿de qué otra manera puede ser? -pregunté.
– Para los videntes, el estar vivo significa tener conciencia -contestó-. Para el hombre común, tener conciencia significa ser un organismo. Ahí es donde difieren los videntes. Para ellos, tener conciencia significa que las emanaciones que crean la conciencia están encajonadas dentro de un receptáculo.
"Los seres orgánicos vivientes tienen un capullo que encierra las emanaciones. Pero hay otras criaturas, seres inorgánicos cuyos receptáculos no parecen capullos para el vidente. Pero sí contienen las emanaciones de la conciencia y muestran características de vida que no son la reproducción y el metabolismo.
– ¿Cómo cuáles, don Juan?
– Como las emociones desgarradoras, la tristeza, la alegría, la ira y etcétera, etcétera. Y que no se me olvide la mejor: el amor; un tipo de amor que el hombre ni siquiera puede concebir.
– ¿A lo serio, don Juan? -le pregunté con sinceridad.
– A lo inorgánicamente serio -contestó sin expresión alguna y después comenzó a reírse.