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– Si consideramos como clave lo que los videntes ven -continuó-, la vida es en verdad extraordinaria.

– Si esos seres están vivos, ¿por qué no se dejan conocer por el hombre?

– Lo hacen, todo el tiempo. Y no sólo se dejan conocer por los videntes sino también por el hombre común. El problema es que toda nuestra energía utilizable es consumida por la primera atención. El inventario del hombre no sólo la usa toda, también endurece al capullo al grado de volverlo inflexible. Bajo esas circunstancias no hay interacción posible.

Me recordó que en el curso de mi aprendizaje con él, había yo tenido, incontables veces, una visión directa de los seres inorgánicos. Repuse que yo había explicado racionalmente casi todos esos casos. Incluso había formulado la hipótesis de que sus enseñanzas, mediante el uso de plantas alucinógenas, estaban construidas para forzar a los aprendices a considerar como norma una interpretación primitiva del mundo. Le dije que no la había llamado formalmente una interpretación primitiva pero que en términos propios de la antropología la designé como una "visión del mundo más apropiada para sociedades de cazadores y recolectores de comida".

Don Juan se rió hasta que se quedó sin aliento.

– Realmente no sé si eres peor en tu estado de conciencia normal o en uno de conciencia acrecentada -dijo-. En tu estado normal no eres desconfiado, sino aburridamente razonable. Creo que me caes mejor cuando estás bien metido en el lado izquierdo, a pesar de que todo te asusta horriblemente, como te pasó ayer.

Antes de que pudiera yo decir nada, declaró que estaba oponiendo lo que hacían los antiguos videntes contra los logros de los nuevos videntes, como una especie de contrapunto, con el cual trataba de darme una visión más inclusiva del estar consciente de ser.

Continuó explicando las prácticas de los antiguos videntes. Dijo que otro de sus grandes hallazgos tenía que ver con el grupo del fuego y el agua. Descubrieron que las llamas tienen una cualidad muy peculiar; pueden transportar el cuerpo de un vidente, al igual que el agua.

Don Juan lo llamó un magnífico descubrimiento. Yo comenté que existen leyes básicas de la física que probarían que eso es imposible. Me pidió que esperara a que hubiera explicado todo antes de llegar a conclusión alguna. Me dijo que yo tenía que refrenar mi excesiva racionalidad, porque me afectaba de manera constante en mis estados de conciencia acrecentada. No se trataba de mis reacciones a influencias externas, sino dé sucumbir ante mis propios recursos.

Siguió adelante, explicando que los antiguos toltecas, aunque ciertamente veían, no comprendieron lo que veían. Simplemente usaron sus hallazgos sin tomarse la molestia de relacionarlos a una visión más amplia. En el caso de su categoría de fuego y agua, dividieron el fuego en calor y llama, y el agua en humedad y fluidez. Correlacionaron el calor con la humedad y los llamaron propiedades menores. Consideraban que las llamas y la fluidez eran propiedades mágicas, superiores, y las usaron como medio para transportar sus cuerpos al reino de la vida inorgánica. Entre su conocimiento de la vida inorgánica y sus prácticas de fuego y agua, los antiguos videntes se quedaron atrapados en un atolladero sin salida.

Don Juan me aseguró que los nuevos videntes estaban de acuerdo en que el descubrimiento de seres vivos inorgánicos era en verdad extraordinario, pero no en la manera en que lo consideraban los antiguos videntes. El tener una relación directa con otro tipo de vida le dio a los antiguos videntes un falso sentido de invulnerabilidad, que sólo les aportó su perdición.

Le pedí que me explicara con mayor detalle las técnicas de fuego y agua. Se negó, diciendo que el conocimiento de los antiguos videntes era tan intrincado como inútil y que sólo iba a delinearlo.

Después hizo un resumen de las prácticas de lo de arriba y lo de abajo. Lo de arriba se trataba de conocimientos secretos acerca del viento, la lluvia, los relámpagos, las nubes, el trueno, la luz del día y el sol. El conocimiento de lo de abajo tenía que ver con la niebla, el agua de manantiales subterráneos, los pantanos, los rayos, los terremotos, la noche, la luz lunar y la luna.

El ruido y el silencio eran una categoría que tenía que ver con el manejo de los sonidos y del silencio. Lo móvil y lo estacionario eran prácticas que se ocupaban de aspectos misteriosos del movimiento y la inmovilidad.

Le pregunté si podría darme un ejemplo de cualquiera de las técnicas que había delineado. Me contestó que en todos los años de andar juntos ya me había dado docenas de demostraciones. Insistí que eso tenía muy poco valor para mí, puesto que yo ya había explicado racionalmente todo lo que me había sucedido.

No me contestó. Parecía o estar enojado conmigo por hacerle preguntas o bien seriamente dedicado a buscar un buen ejemplo. Después de un rato sonrió y dijo que ya había visualizado el ejemplo adecuado.

– La técnica que tengo en mente tiene que ponerse en acción en un arroyo que no sea nada hondo -dijo-. Hay uno cerca de la casa de Genaro.

– ¿Qué tendré que hacer?

– Tendrás que conseguir un espejo de tamaño mediano.

Me sorprendió su petición. Comenté que los antiguos toltecas no conocían los espejos.

– Pues no los conocían -admitió sonriendo-. El espejo es lo que mi benefactor le agregó a la técnica. Lo único que necesitaban los antiguos videntes eran una superficie que reflejara las imágenes.

Explicó que la técnica consistía en sumergir una superficie brillante en las aguas poco hondas de un arroyo. La superficie podía ser cualquier objeto plano que tuviera una mínima capacidad para reflejar imágenes.

– Quiero que construyas un marco sólido de metal, para un espejo de tamaño mediano -dijo-. Tiene que ser impermeable, así que debes de sellarlo con broa. Tú mismo tienes que hacerlo, con tus propias manos.

– Cuando lo hayas hecho, tráelo y seguiremos adelante.

– ¿Qué va a pasar, don Juan?.

– Qué, ¿a poco ya te entró el miedo? Y eres tú el que me pidió un ejemplo de una antigua práctica tolteca. Yo le pedí lo mismo a mi benefactor. Creo que en cierto momento todos piden lo mismo. Mi benefactor me dijo que él también pidió una muestra. Su benefactor, el nagual Elías, le dio una; a su vez mi benefactor me dio la misma a mí, y ahora te la voy a dar a ti.

"En la época en que mi benefactor me la enseñó yo no sabía cómo lo hizo. Ahora lo sé. Algún día tú mismo también sabrás cómo funciona esta técnica; entenderás lo que hay detrás de todo esto.

Pensé que don Juan quería que yo regresara a mi casa en Los Angeles y que allá construyera el marco para el espejo. Le comenté que me sería imposible ir a Los Angeles y recordar la tarea, puesto que cambiaba de niveles de conciencia al irme a casa.

– En lo que acabas de decir hay algo totalmente desalineado -dijo-. México no es la luna. Podemos ir a Oaxaca y comprar cualquier cosa que necesites.

Al día siguiente fuimos a la ciudad en coche y compré todas las partes para el marco. Por un pago mínimo yo mismo lo armé en un taller mecánico. Don Juan me dijo que lo metiera en la cajuela de mi coche, y ni siquiera volvió la cabeza para verlo.

Entrada la tarde partimos de vuelta hacia la casa de Genaro y llegamos en la madrugada. Guardé el auto y busqué a Genaro. No estaba allí. La casa parecía desierta.

– ¿Por qué tiene Genaro esta casa? -le pregunté a don Juan-. Él vive con usted, ¿no es así?

Don Juan no contestó. Me miró de manera extraña y fue a encender el quinqué. Me quedé yo solo en el cuarto en una oscuridad total. Sentí un gran cansancio que atribuí al viaje largo y tortuoso. Quería acostarme. En la oscuridad, no podía ver adónde había puesto Genaro los petates. Tropecé con un montón de ellos. Y entonces supe por qué Genaro tenía esa casa; él cuidaba de los aprendices hombres Pablito, Néstor y Benigno, quienes vivían allí cuando estaban en su estado de conciencia normal.