Afirmó que él tenía puntos de vista diferentes, pero que eso no invalidaba las prácticas de los antiguos videntes; ellos erraron en sus interpretaciones, pero sus verdades tenían valor práctico para ellos. En el caso de las prácticas del agua, estaban convencidos de que era humanamente posible ser transportado de cuerpo entero por la fluidez del agua, a cualquier nivel entre el nivel nuestro y los otros siete niveles de abajo; o ser transportados en esencia a cualquier lugar en nuestro nivel, siguiendo el curso natural de un río en sus dos direcciones. De acuerdo a ello utilizaban la corriente de los ríos para ser transportados en esencia, en este nivel nuestro, y el agua de lagos profundos o el de los manantiales para ser transportados en cuerpo a las profundidades.
– A dos cosas aspiraban con la técnica que te estoy mostrando -continuó-. Por una parte usaban la fluidez del agua para ser transportados en cuerpo al primer nivel de abajo, y por otra parte la usaban para tener un encuentro cara a cara con un ser viviente de ese primer nivel. Eso en forma de cabeza que vimos en el espejo era una de esas criaturas que se acercó a echarnos un vistazo.
– Entonces, ¡realmente existen! -exclamé.
– Claro que sí -repuso.
Dijo que a los antiguos videntes les hizo mucho daño su absurda insistencia en aferrarse a sus procedimientos, pero eso no significaba que lo que encontraron fuera una tontería. Descubrieron que la manera más segura de ir al encuentro de una de esas criaturas es a través de una extensión de agua. El tamaño de la extensión de agua no es pertinente; un océano o una laguna cumplen la misma función. Él había escogido un arroyo porque odiaba mojarse. Hubiéramos obtenido los mismos resultados en un lago o un gran río.
– Esas otras vidas se acercan a indagar lo que ocurre cuando los seres humanos llaman -prosiguió-. La técnica tolteca es como tocarles la puerta. Los antiguos videntes decían que la superficie brillante en el fondo del agua servía como anzuelo y como ventana. Así que los seres humanos y esas criaturas se citan en una ventana.
– ¿Fue eso lo que me ocurrió? -pregunté.
– Los antiguos videntes hubieran dicho que te jaló el poder del agua y el poder del primer nivel, además de la influencia magnética de la criatura en la ventana.
– Pero escuché una voz en el oído que decía que me estaba muriendo -dije.
– La voz tenía razón. Te estabas muriendo, y hubieras fallecido si no estoy yo allí. Ese es el peligro de practicar las técnicas de los toltecas. Son extremadamente efectivas pero la mayor parte del tiempo son mortales.
Le dije que me daba vergüenza confesar que había estado aterrado. Ver ese bulto en el espejo y tener la sensación de una fuerza envolvente a mi alrededor, habían resultado ser demasiado para mí el día anterior.
– No quiero alarmarte -dijo-, pero todavía no te ha pasado nada. Si lo que me pasó a mí va a ser el punto de referencia de lo que te va a pasar a ti, más vale que te prepares para un susto mortal. Es mejor que te tiemblen las piernas ahora que morir de miedo mañana.
El pánico que me envolvió fue tan aterrador que ni siquiera podía hablar para plantear las preguntas que se me ocurrían. Luché por recobrar la voz. Don Juan se rió tanto que comenzó a toser. Su cara se puso morada. Cuando recuperé la voz, cada una de mis preguntas provocó otro ataque de risa y tos.
– No sabes lo chistoso que me parece todo esto -dijo al fin-. No me río de ti. Simplemente es la situación. Mi benefactor me hizo pasar lo mismo, y al verte no puedo evitar verme a mí mismo.
Le dije que me sentía mal hasta del estómago. Dijo que eso estaba muy bien, que era natural tener miedo, y que el controlar el miedo era un error que no tenía sentido. Los antiguos videntes quedaron atrapados al suprimir su terror cuando lo natural hubiera sido volverse locos de miedo. Controlaron su miedo, en vez de cambiar o abandonar sus cómodos esquemas.
– ¿Qué más vamos a hacer con el espejo? -pregunté.
– Lo vamos a usar para efectuar un encuentro cara a cara entre tú y la criatura esa que sólo vislumbramos ayer.
– ¿Qué ocurre en un encuentro cara a cara?
– Lo que ocurre es que una forma de vida, la forma humana, se encuentra con otra forma de vida. Los antiguos videntes dirían que, en este caso, es una criatura del primer nivel de la fluidez del agua.
Explicó que los antiguos videntes supusieron que los siete niveles que existían debajo del nuestro eran niveles de la fluidez del agua. Para ellos un manantial tenía una incalculable importancia, porque creían que en un caso así la fluidez del agua se invierte y va de la profundidad a la superficie. Consideraron que ese era el medio a través del cual las criaturas de otros niveles, esas otras formas de vida, vienen a nuestro plano a escudriñarnos, a observarnos.
– En este respecto los antiguos videntes no se equivocaron -prosiguió-. Dieron en el clavo. Entidades que los nuevos videntes llaman los aliados aparecen, por cierto, alrededor de pozos y manantiales.
– ¿La criatura en el espejo era un aliado? -pregunté.
– Claro que sí. Pero no era uno que pueda ser utilizado. La tradición de los aliados, con la que te he familiarizado en el pasado, viene directamente de los antiguos videntes. Hicieron maravillas con los aliados; y sin embargo, todo lo que hicieron no valió nada cuando se presentaron sus verdaderos enemigos: sus semejantes.
– Puesto que esos seres son los aliados, deben ser muy peligrosos -dije.
– Tan peligrosos como nosotros los hombres, ni más, ni menos.
– ¿Pueden matarnos?
– No directamente, pero seguro pueden matarnos de un susto. Tienen suficiente energía para acercarse a la ventana, o hasta para cruzar los linderos entre los niveles. Estoy seguro que ya te habrás dado cuenta, a estas alturas, que los antiguos toltecas no se detuvieron solamente en la ventana. Encontraron extrañas maneras de pasar al otro lado.
La segunda fase de la técnica transcurrió muy similar a la primera, excepto que me tardé quizás el doble de tiempo en calmarme y detener mi agitación interna. Una vez logrado eso, se aclararon al instante las imágenes de don Juan y la mía. Las miré intensamente sin mirarlas con fijeza, por lo menos, durante una hora. Yo esperaba que el aliado apareciera en cualquier momento, pero nada ocurrió. Me dolía el cuello. Tenía tiesa la espalda y las piernas adormecidas. Susurrando, don Juan me dijo que mi incomodidad se desvanecería en el momento en que apareciera el aliado.
Eso fue absolutamente cierto. La impresión de ver surgir un bulto redondo al margen del espejo dispersó todas mis incomodidades.
– ¿Qué hacemos ahora? -susurré.
– No te pongas tenso y no enfoques tu mirada en nada, ni siquiera por un instante -contestó-. Observa todo lo que aparece en el espejo. Mira intensamente sin mirar con fijeza.
Le obedecí. Observé todo dentro del marco del espejo. Había un peculiar zumbido en mis oídos. Don Juan me dijo en voz baja que tenía que mover mis ojos en la dirección de las manecillas del reloj si sentía que me envolvía una fuerza insólita, pero que bajo ninguna circunstancia debía levantar la cabeza para mirarlo.
Después de un momento me di cuenta de que el espejo reflejaba algo más que las imágenes de nuestras caras y la del bulto redondo. Su superficie se oscureció. Aparecieron puntos de una intensa luz violeta. Crecieron. También había puntos de profunda negrura. Luego se convirtió todo en algo como una imagen plana de un cielo nocturno con nubes dispersas, a la luz de la luna. De pronto, toda la superficie se aclaró, como si hubiera sido una película que fuera enfocada. El nuevo panorama era una soberbia vista tridimensional de las profundidades.